miércoles, 7 de marzo de 2012

Pat Boran




Los mineros de Kilkenny

En diciembre de 1930, en el Worker’s Voice, el organizador de los mineros, Nixie Boran,
exigió que a los trabajadores se les diera una cantidad anual del carbón que extraían,
que de otro modo no podían pagar.



Cargados de martillos, palas, picos,
los ojos rojos, la ropa empapada rota en las rodillas
y los codos, dejando ver las cicatrices negro azulado
que los señalan como sobrevivientes de una guerra,

a través de los campos vienen, los mineros de Kilkenny,
rodeados de anochecer, se coagulan con la sombra.

Y mientras vienen, esas criaturas de la oscuridad,
los búhos y murciélagos, las polillas, ratones y tejones
emergen para ocuparse de su propio trabajo oscuro.

Señor, si se estuvieran ahogando en este momento, esos hombres,
si la noche fuera agua que llena sus pulmones,
no podrían avanzar más lentamente por esos campos
hacia las pequeñas casitas iluminadas a las que no pueden llegar
antes que las chimeneas se hayan enfriado en su ausencia.


Pat Boran, Port Laoise, Irlanda, 1963. 
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: irishwriters-online.com


The Kilkenny Miners

In December 1930, in he Workers’s Voice, the miners’ organiser Nixie Boran demanded the colliers 
be given an annual allowance of the coal they mined, which they could not otherwise afford.

Laden down with hammers, shovels, picks,
their eyes red, their sodden clothing torn
at the knees and elbows to reveal the blue-black scars
that mark them as survivors of a war,

across the fields they come, Kilkenny miners,
around them dusk, coagulate with shadow.

And as they come, these creatures of the dark,
the owls and bats, the moths and mice and badgrs,
emerge to be about their own dark work.

Dear God, if they were drowning now, these men,
if the night were water filling up their lungs,
they culd not move more slowly through these fields
and towards the small lit houses they cannot reach
before the grates have grown cold in their absence.


lunes, 5 de marzo de 2012

Mario Trejo




Convivir con los muertos

Mario amaba a Mariana que amaba a Milton que
amaba a Irene que amaba a Víctor que amaba a
Dolores que no amaba a nadie.
Hoy mario gitanea. Mariana vive con un hijo en
Andorra. Milton trafica coca de Santa Cruz de la Sierra
a Buenos Aires. Irene murió en un secuestro aéreo.
Víctor se hizo mierda. Dolores se casó con el doctor
Braun, un suizo que la dejó —harto de sus melancolías—
y luego se juntó con un fechorista griego con
quien vive ahora —loco y feliz— en el Hotel Belvedere
de Taormina.
Aún suelo verlos, dispersos sobrevivientes.
Hablamos de nosotros como de otra película.
Hemos aprendido a convivir con los muertos.

Para Drummond de Andrade, un maestro


Mario Trejo, Buenos Aires, 1926
imagen: s/d



Digamos, por ejemplo:
por un punto dado fuera de la luna
sólo podrá trazarse a dicha luna
una perpendicular y sólo una.

O también:
llámase barroco a todo aquel
para quien la distancia menor
entre dos puntos
es la curva.

Proposición:
pasar de la poética de la moral
a la moral poética.

Ejemplo:
de dos peligros debe cuidarse el hombre nuevo:
de la derecha cuando es diestra
de la izquierda cuando es siniestra.

En resumen:
más vale ser cabeza de león que cola de ratón.

El mejor modo de esperar es ir al encuentro.


Mario Trejo, Buenos Aires, 1926



sábado, 3 de marzo de 2012

Rafael Felipe Oteriño





Miro hacia atrás y estás tu 

                                               a mi padre

Solo, como es posible estar a cierta edad de la vida,
oyendo cómo resuena la brújula del amor, la brújula ciega,
la brújula dormida para siempre en su lecho de piedras:
miro hacia atrás y estás tú,
tu paso cada vez más lento en el suelo de lavandas,
tus manos transparentes, con la malicia del adiós.

Tal vez el verano deje pasar su gota indemne;
pero yo sé por qué odio las voces del invierno;
conozco mi rencor a sus uñas mugrientas:
no quiero verte a ti ni a mí bajo su toldo inmóvil,
no quiero saber nada de su orín helado
junto a nuestras desmemorias.

Somos hijos del sol que en su corazón buscan la cima;
yo en tus manos fui el pájaro dócil que se acerca a beber,
tú la montaña que demasiado atrde abrió su paso.
Mi temor es no haber guardado toda la harina que pedirá la boca,
mi miedo es haber perdido ese instante.

¿Y cómo oscurecer los vidrios para no hacer caso a la lluvia?
¿Qué almohadas de cera echar contra las puertas hasta que llegue el sueño?
¿Cómo —dime— nos defenderemos de la tristeza de los techos,
del crujido de las hojas que han comenzado a caer?


Rafael Felipe Oteriño, La Plata, Argentina, 1945
imagen: Mar del Plata  
[taringa.net]


No nací aquí

Yo no nací aquí pero el mar me hizo suyo:
a mí me atrapó esa planicie que está detrás de las olas,
la que florece oscura cuando llegan las lluvias,
la que no deja un solo día de rugir
y se balancea inmemorial como un parpadeo.
Yo no nací aquí pero el mar me hizo suyo:
yo no lo amaba al llegar pero ahora lo amo,
tiene el nombre de mis hijos que nacieron ayer,
tiene la forma de mis manos que dibujaron la casa,
el amor y su sombra, la conciencia y el páramo.
Su historia no es mi historia ni aquí yacen mis muertos,
su lengua me era extraña hasta que empecé a pronunciarla,
éste fue mi lugar cuando aprendí a rendirme.
Aquí se cumple la sentencia que en el agua está escrita:
somos siempre los primeros a las orillas del mar,
a merced de olas que no escuchan más que su propio latido.


Rafael Felipe Oteriño, La Plata, Argentina, 1945


martes, 28 de febrero de 2012

Horacio Castillo




Generación

Animales de carne y hueso, con un poco de luz irremediable en los ojos,
a veces nos creíamos criaturas heroicas
y corríamos a las plazas. Escuchábamos
bellísimas palabras, las voces se otorgaban idéntico calor
y sentíamos el placer de la acción.
Pero luego, entre ruinas, comienda el pan del sobreviviente,
comprendíamos. Y al salir el sol,
mientras los escarabajos emergían de las piedras,
avivábamos el fuego para ahuyentar la peste
y llorábamos por la siguiente generación.

Horacio Castillo, Ensenada, Buenos Aires, 1934 – La Plata, 2010
de Materia acre, 1974
imagen: s/d



Las nubes pasan sombrías sobre la piedra
donde en vano se buscan rastros de la sangre
que enjugó para siempre la tierra
rica alguna vez en caballos.

Por donde pasaron los enseres
hacia el mar y la guerra
ahora una bocanada como de tumba recién abierta
sale al encuentro del viajero.

Y desde la trerraza, si se mira
la ocre y áspera llanura,
todavía se escucha el luciente bronce
y resplandece el rostro de oro.

Pura ilusión, nostalgia de los hombres
a quienes la inteligencia sosegó el corazón
y no saben ya tensar el arco de la vida.

Horacio Castillo, Ensenada, Buenos Aires, 1934 – La Plata, 2010
de Materia acre, 1974



Ciudadanos: he sido probo. Escrupulosamente hice
lo que la ley no prohíbe y no hice lo que prohíbe,
de tal manera que podéis considerarme un hijo dilecto,
uno más de los que cerraron su oído al motín, el corazón a la aventura.
Cada vez que la ciudad dijo sí, dijeron sí mis labios,
y dije no cada vez que la ciudad dijo no.
¿Quién me ha visto discrepando en las asambleas?
¿Quién conoce la naturaleza de mi causa?
¿Quién se agravia del pro o el contra?
Nadie puede levantar un dedo contra mí,
nadie ofrecer prueba, dar testimonio, torcer hechos, proferir injuria,
y quien lo hiciere atraería sobre su temeridad unánime sanción,
porque nadie, ciudadanos, me conoce como vosotros,
y nadie como vosotros sabe que he cumplido al pie de la letra
ahorrando a la ciudad un verdugo, al porvenir un héroe.

Horacio Castillo, Ensenada, Buenos Aires, 1934 – La Plata, 2010
de Tuerto rey, 1982



Esta intrincada red de ramas y reflejos es nuestro hábitat.
Aquí edificamos, en el fuego. Y una ola más pura que el aire,
más clara que el agua, socava los cimientos.
Abre la ventana: el bosque en llamas.
Pisa el umbral: la vida camina sobre las brasas.
Aquí edificamos, en el fuego. Y alrededor,
un orden nuevo condenado a morir,
un orden viejo condenado a nacer.
Abre la ventana: ceniza celeste.
Aquí edificamos, en el fuego. Y el alma,
como un pavo real, abre su cola en el incendio.

Horacio Castillo, Ensenada, Buenos Aires, 1934 – La Plata, 2010
de Alaska, 1993

sábado, 25 de febrero de 2012

Héctor Rosales





Ocurrimos cuando vencía el dilema,
el acoso del desorden, las malas noticias.

Nos bautizaron
con un signo de interrogación
en la frente baldía.

En algunos casos
amor encendió los signos
por unos u otros extremos
y el humo que se formó en el espiral
ahuyentó por un tiempo
a los insectos.

Héctor Rosales, Montevideo, Uruguay, 1958
imagen: s/d



¿Y qué verdad es posible si existe la muerte?
—André Bretón


ese señor el de allí diseña lápidas
también esculpe mármoles hasta darles
durables ornamentos donde otros seres colocarán
memorias trituradas y ramos y rocíos

qué piedras venerables promulgan sus manos
cómo admiran su quehacer de arte intercalado

y sin embargo entre nosotros por las calles
ese señor disimula su cometido no habla ni
exhibe atenciones o entusiasmos

nadie diría que vive

su pecho es un sauce de aves mutilado
en su boca se inmolan los jugos de la complacencia

ese señor equivalente a un dietario del suplicio
ha grabado su nombre en una losa precavida
y soterrada

ese hombre de allí
es el sastre de la verdad
y no quiere admitirlo

Héctor Rosales, Montevideo, Uruguay, 1958



miércoles, 22 de febrero de 2012

Pádraig J. Daly




Queja

Te contaré, Señor, de una mujer tuya
que vio de repente su fe desvanecida,
volvió el rostro a la pared, y murió.

Recuerdo cómo cantaba de tu amor,
regocijándose en tus mínimos favores;
los junquillos perfumados,

las matas de grosella en flor,
la tierra húmeda
le hablaban inequívocamente de Tu benevolencia.

Te recuerdo, Señor, cómo, abatida,
se contrajo como el perro de un gitano,
su esperanza ida, la piel floja alrededor de los huesos.

¿Dónde estabas, Señor, cuando ella te llamó?
¿Y dónde estaba el amor que la profundidad ni la altura
ni criatura mortal alguna pueden superar?

¿Te complace, Señor, que la voz de tu gente
sea la voz de la liebre desgarrada por los sabuesos?


Pádraig J. Daly, Dungarvan, Irlanda, 1943
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d

Pádraig Daly es sacerdote agustino.


Complaint

I will tell you, Sir, about a woman of yours,
Who suddenly had all her trust removed
And turned to the wall and died.

I remember how she would sing of your love,
Rejoice in your tiniest favour;
The scented jonquils,

The flowering currant bush,
The wet clay
Spoke to her unerringly of benevolence.

I remind you, Sir, of how, brought low,
She cowered like a tinker’s dog,
Her hope gone, her skin loose around the bones.

Where were you, Sir, when she called out to you?
And where was the love that heighgt nor depth
Nor any mortal thing can overcome?

Does it please you, Sir, that your people’s voice
Is the voice of the hare torn between the hounds?


Es a nosotros a quienes se quejan por tus fracasos;

cuando el dolor se prolonga toda la noche,
cuando la gente se reúne con importencia alrededor de una cama,
cuando la angustia agota el corazón,
nos toca a nosotros soportar la ira.

Cuando el amor se acaba,
cuando los amigos se han ido,
cuando los mundos son escombro,
cuando los ojos no pueden alzarse para ver el sol,
la gente nos pide explicación; y nosotros estamos mudos.

Cuando la furia en tu contra es un mar rabioso
somos las primeras rocas de la costa.


Pádraig J. Daly, Dungarvan, Irlanda, 1943
Versión © Gerardo Gambolini


Ministers

It is we who are kicked for your failures;

When pain last across the night,
When people gather helplessly around a bed,
When grief exhausts the heart,
It is we who must bear the anger.

When love fails,
When friends are gone,
When worlds are rubble,
When eyes cannot lift to see the sun,
People ask us to explain; and we are dumb.

When rage against you is a fierce sea
We are the first rocks on the shore.



sábado, 18 de febrero de 2012

Anónimo S. XVII





No moriré por ti,
     dama esbelta como un cisne.
Hasta ahora has destrozado a pobres hombres
     y no a hombres como yo.

¿Pues, qué me haría morir?
     ¿Tus labios rojos, tus dientes radiantes?
¿Tus manos suaves, el pecho blanco como la cal?
     ¿Debería morir por esas cosas?

¿Tu espíritu noble, tu alegre temperamento?
     Oh tus palmas pequeñas, tu cintura como espuma,
el blanco de tu cuello y el azul de tus ojos
     — no moriré por ti.

Tus pechos redondos, tu piel delicada,
     tu pelo ondulante, tus mejillas rosadas
— de ninguna manera moriré
     por nada de eso, a menos que Dios quiera.

Tus cejas finas, tu cabello como el oro,
     tu casta voluntad, tu lánguida voz,
tus talones torneados, tus tersas pantorrillas
     — matan sólo a pobres hombres.

Dama esbelta como un cisne,
     ¡yo fui criado por una mano astuta!
Sé bien cómo son las mujeres.
     No moriré por ti.


Anónimo irlandés (S. XVII)
[original en gaélico]
Versión © Gerardo Gambolini
de An Duanaire – 1600-1900: Poems of the Dispossessed
en versión inglesa Thomas Kinsella


I will Not Die For You

 I will not die for you,
     lady with the swanlike body.
Meagre men you have killed so far,
     and not the likes of me.

For what would make me die?
     Lips of red, or teeth like blooms?
A gentle hand, a lime-white breast?
     Should I die for these?

Your cheerful mood, your noble mind?
     O slender palm and flank like foam,
eye of blue an throat of white,
     I will not die for you.

Your rounded breasts, O skin refined,
     your flushed cheeks, your waving hair
— certainly I wiil not die
     on their account, unless God will.

Your narrow brows, your hair like gold,
     your chaste intent, your languid voice,
your smooth calf, your curved heel
     — only meagre men they kill.

Lady with the swanlike body,
     I was reared by a cunning hand!
I know well how women are.
     I will not die for you.


miércoles, 15 de febrero de 2012

Federico García Lorca





(Desde la torre del Chrysler Building)

Manzanas levemente heridas
por los finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.

Feredico García Lorca, España, 1898-1936
imagen: Edificio Chrysler, 1932
[Public Domain Image]



lunes, 13 de febrero de 2012

José María Álvarez






                                   Y mandó juntar los suyos
                                   —Romance de Bernardo del Carpio

                                   A la carga, plavamgamas!
                                   —Valmiki

Lo que hemos amado como historia
Tuvo un principio y tendrá un fin
Y será como el paso de la luna
Entre la Horda y la Horda



                                   Sin otra compañía que el vino
                                   El ala de las tinieblas se abría suavemente
                                   —Ibn Hazm

                                   Lo turbio de una hora trasnochada
                                   —Rainer Maria Rilke

Qué volverá de aquellos años
Abandonados como un baile

La vida transcurrió de prisa
Quemó todo
Abrió agujeros
Desclavó las cosas
Huyó lleno el estómago

Los rostros se han dorado

Oh niñez

            Tú
Das
Las cartas



                                   Quien puede ser suyo, non sea enajenado
                                   —Juan Ruiz, Arciprestte de Hita

                                   Sólo el saber podrá
                                               Romper el poderoso sortilegio
                                   —Novalis

El desamparo de la vida

Una cultura de casa de huéspedes

Desesperadas estampas

No cabe duda nuestra herencia
ha sido pródiga en desastres



Yo hubiera querido entrar en la Tierra de las Tinieblas, pero desistí de ello por lo penoso que resulta encontrar allí víveres y por el escaso provecho que me depararía
—Ibn Battùta

¡Valor!
—Capitán Marryat

No temas a la muerte,
Pues el el mismo sueño que la vida,
Y en ninguno somos nunca.
El Azar es nuestro padre.
La enfermedad que asola la ciudad o la belleza del cielo
son el mismo Azar.
A él me entrego.
Ríete de los dioses. Y adóptalos sólo
para defenderte de la locura de los hombres.
Amor, fortuna o derrota,
todo es tan efímero
como la lozanía de tu piel.
Y durará más el banco en que te sientas
a escribir que las palabras escritas.


José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen: s/d

sábado, 11 de febrero de 2012

Gerard Smyth





Entraba allí
como si entrara al Templo de Salomón
o a un monasterio del Tibet de adoración silenciosa.

Me escondí allí, no una vez sino muchas
pasando una mañana
en el panteón de la retórica
o una tarde de primavera
volviendo las páginas que traían una historia
de guerra y paz, de crimen y castigo.
Era el Amherst de Emily,
la Itaca de Homero.

En la mesa de lectura,
como una fantástica herencia,
los libros que un fósforo podría quemar
y convertir en cenizas,
llenos de ficciones,
llenos de fábulas, llenos de los trabajos
de la vida solitaria

Gerard Smyth, Dublin, Irlanda, 1951
Versión © Gerardo Gambolini


The solitary Life

I entered there,
as if entering the Temple of Solomon
or a Tibetan monastery os silent prayer.

I hid there, not once but often
passing a morning
in the pantheon of rhetoric
or an evening in spring
turning the pages that carried a tale
of crime and punishment, war and peace.
It was Emily’s Amherst,
Homer’s Ithaca.

On the reading table,
like a great inheritance,
the books that a match could burn
and turn to embers
were crammed with fictions,
crammed with fables,
crammed with the labours of the solitary life.



Tu viejo vestido de chiffón
cuelga como el fantasma de Emily Dickinson,
triste y desdichado en el cuarto del fondo.

Un cuarto al que rara vez entramos.
Evoca recuerdos de una noche en los conciertos,
un día en Ravenna.

Ahí consignamos
a la pila de trapos y el revoltijo de cosas
tu ropa elegante, mi traje de tweed

grueso como una armadura.
En el armario con perchas de madera
está el sombrero de paja

traído de un viaje, el ala estropeada;
y la chaqueta suelta, sin botones:
alguna vez de moda,

ahora anticuada como el echarpe de Aran
y la camisa con volados, deshilachada lo mismo
que una bandera de rendición.

Gerard Smyth, Dublin, Irlanda, 1951
Versión © Gerardo Gambolini


Surrender

Your old dress of full-length chiffon
hangs like the ghost of Emily Dickinson
looking forlorn in our backroom.

The room is one we seldom enter.
It prompts memories of an evening
at the proms, a day in Ravenna.

It is here that we consign
to the rag-heap and the jumble pile
your glamour frocks, my tweeds

as thick as body-armour.
The straw hat that has travelled far
is there in the closet of wooden

hangers, hems unravelling;
and the baggy jacket, some buttons gone:
once it was fashionable,

now it is dated like the Aran-shawl
and the shirt with flounces,
frayed like a flag of surrender.