lunes, 13 de febrero de 2012
José María Álvarez
martes, 28 de junio de 2011
José María Álvarez
Para un retrato suyo, de niño
jueves, 30 de diciembre de 2010
José María Álvarez / 4 poemas
—No puedo ver las velas altas, capitán —Joseph Conrad
in memoriam Joseph Conrad
Sobre la playa el viento de Septiembre
abre extraños caminos. Silenciosas aves
del mar escoltan unos restos
y que las olas borrarán.
Algo que fue navío, soledad de delfín,
sueño de hombres.
Así el Arte.
Y las cenizas del amor.
Farsa italiana de la enamorada del rey
El enamorado recorre su camino a ciegas —Propercio
Tus labios están calientes —William Shakespeare
El firmamento giratorio es para mí como el oro de una sortija que todo lo ciñe y en la que tú eres la piedra preciosa —Ibn Hazm
Sé bella
Deja que el planeta camine hacia el hielo
Todo pasa menos la belleza
Clava en mis ojos tu bandera negra
Aymant
Como a Bennvenuto Cellini -hacia quien experimento mayor inclinación de la que tengo por los otros maestros del Quattrocento-, me gusta vagar por la arena abandonada por la marea, recogiendo conchas, guijas —Claude Lévi-Strauss
...Las viejas playas. A las que siempre
algo
te lleva. Como ningún otro latido
del mundo, esas orillas...
Caminas por el filo de las aguas. El sol que las traspasa,
ese velo cristalino,
y esas conchas
medio enterradas en la arena, y esas cintas
azules
que la luz dibuja.
No es tu memoria
quien reconoce,
donde existe depositada esa luz, esos colores,
estas orillas transparentes, la sensación
de la mar en tus dedos.
Es una dicha sin pasado. Sólo su instante
de exaltación, la
Vida
más allá
de lo comprensible.
Bezahar
Míos fueron, mi corazón,
los vuestros ojos morenos.
¿Quién los hizo ser ajenos?
—Cancionero anónimo
En estos tiempos que corren, provechoso es disponer de una mujer hermosa — Alessandra Mancinghi-Strozzi
Estas divertidas divagaciones levantaron por un momento su ánimo, y entregose a la contemplación — Joris-Karl Huysmans
El oro de la tarde
sobre el mar de tu cuerpo
El crepúsculo ardiendo en tu mirada
El ulular de sirenas de tus entrañas
Nuestras lenguas enlazándose como pájaros suntuosos
Contemplando tu belleza y mi deseo
acepto la vida
José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen: s/d
lunes, 7 de junio de 2010
José María Álvarez
Abçatritaz
Si Brittles prefiere abrir la puerta en
presencia de testigos -dijo Gilles después de
una larga pausa-, me presto sin duda a
acompañarlo —Charles Dickens
nueva Luz del mundo, Octavio, te
perdonaría (si no gustoso, el interés
le haría respetarte,
cubrirte de riquezas). Y eres aún tan bella. Sí, podrías...
Pero no seguirás ese camino.
Y no
por el amor de Antonio, ni porque fuera indigno
de quien de tantos reyes es el último,
sino algo más profundo: algo que sólo a ti te vale,
a cuanto yace en tu memoria.
Y cómo modificaría
esa huida, el pasado.
Lo que fuera esplendor
–esa gloria por la que apostaste–
ahora sería mediocridad;
la grandeza de guerras y pasiones
quedaría convertida en las vulgares
apetencias de una zorra codiciosa.
Por eso, no lo dudas.
y dejas que te vistan tus sirvientas
con tus mejores ropas, y perfumas
tu cuello, y te sientas
segura y orgullosa
en ese trono. Y sin
que la sonrisa se borre de tu boca,
metes la mano en ese cesto
de higos que se mueven, y esperas
la picadura en tu muñeca.
José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen: Reginald Arthur, The Death of Cleopatra (1892)
Tumba de Keats
Referimos esto para recordar las virtudes antiguas —Polibio
como iluminados por la luna,
tierra es
de Roma.
Si llegas a esa noble
ciudad, ve donde la piedra
dice que reposa.
Como contemplando la noche
o envejecer tu rostro,
no entenderás la muerte,
pero no será extraña.
sábado, 20 de febrero de 2010
José María Álvarez
Anatron
-La Ocasión poderosa —Posidipo
Raya algún destello histórico allá entre las
lobregueces del siglo —Edward Gibbon
Para Evelyne Sinnassamy y Michael Nerlich
del siglo XX en sus finales. Genuino:
Esta criatura,
aún ni siquiera adolescente,
vestida y maquillada como puta,
exhibiendo (ignoro si sintiendo)
lumbre de furia sensual,
fantástica,
letal.
Esas piernas, ese culo, ese cuerpo
moldeado por la lycra,
no Son ya piernas, culo, cuerpo,
—como no lo es esa mirada
pervertida— capaces
de una devastación
normal. Esos ojos, esa
boca, ese rostro con ese maquillaje,
es otra dimensión de la belleza
y la sensualidad que controlábamos.
Mientras tú aún estás pensando
en Lampedusa, el Rey Anuro, o en el Ramayana o en
Rimbaud,
o dándole vueltas a la Guerra de los Treinta Años,
o qué sé yo, pensando aún que nuestras vidas
son esos ríos, según Manrique,
que van al mar / morir,
este Ser de la Noche,
bizarre déité como diría
el disipado Baudelaire, ha descubierto
que ni Gatopardos ni Wallenstein,
ni siquiera el mar/morir. Sino que todo
es, simplemente, una molestia,
y que toda molestia ha de evitarse.
La televisión, y en el colegio,
y en su familia, ha aprendido
que el mundo es suyo.
Y ah, cómo retoza,
cómo brilla, fantástica, a las luces
de este bar, qué hermoso es ese rostro
sin destino, excitante, cómo mastica
nuestras entrañas, ese juguillo que le resbala
por la comisura de los labios...
Por fin, la quintaesencia
de la sonrisa de la Esfinge,
morfina de la desesperación,
que bailará, llamándonos
más allá de la cenizas, las ruinas, los despojos,
por fin, la dulce mano
que sostendrá, arrancado del cadáver,
el corazón aún latiendo del Horror.
José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen: Mata Hari (1906)
Public Domain Photo
Así nosotros, desesperanzados, ya sin esforzarnos ni
cuidar la razón, resueltos íbamos de lodazal en lodazal,
por la alta mar de esa líquida basura —Giordano Bruno
-Caballero, yo no me mezclo en esos asuntos; no
estoy aquí para eso —Condesa de Espoz y Mina
Quiero que veáis -dijo el Conde- que soy de nobles
sentimientos —Heldris de Cornualles
El otro día, Cintia, me decías
que siempre me quedaba en la puerta, que no
daba el paso «decisivo» decías, del que ya no hay retorno,
y que era cobardía ante la vida,
que me estaba perdiendo no sé qué.
Seguramente es cierto que me pierdo
«eso», pero no tengo duda, te aseguro
que conozco territorios muy cercanos
y acaso alguno más allá, y que nunca
me produjeron algo que pudiera
considerar siquiera
como placer menor.
¿Sabes lo que me preocupa, lo que
a veces me inquieta?
Imaginar que no hay salida
en tu descenso a los Infiernos,
hilo que te asegure regresar.
Porque veo algo terrible
en tu forma
de lanzarte a la vida. No
se sostiene en nada, no
sirve
para
nada. No lo sabes, pero
repites lo que significan las palabras
del asesino en Macbeth
al aceptar matar a Banquo:
«Haría lo que fuese
por desquitarme
del mundo».
Y yo no quiero desquitarme
de nada.
Claro que es hermoso, de vez en cuando
adentrarse en esa plenitud
de la disipación, te lleve donde lleve,
y entregar cuerpo y alma a los abismos
de eso que hay en nosotros escondido,
darse la lengua con las simas de la vida,
tocar el esplendor de ese misterio
salvaje, que jamás descifraremos.
Pero siempre, querida, que haya un faro
al fondo de la noche,
las columnas ardientes de la sabiduría,
el Arte, algunas
certidumbres morales,
el ejemplo indeleble de los grandes,
esos modelos que nos guían.
José María Álvarez, Cartagena, España, 1942