Pérdidas
Eso no era morir: todo el mundo moría.
Eso no era morir: habíamos muerto antes
en los choques de rutina — y nuestras bases
llamaban a los diarios, escribían a nuestra familia,
y aumentaban los índices, por causa de nosotros.
Moríamos por la página errónea del almanaque,
esparcidos en montañas a cincuenta millas de distancia;
cayendo en picada sobre un pajar, peleando con un amigo,
estallábamos contra las líneas que nunca veíamos.
Moríamos como tías o mascotas o como extraños.
(Cuando dejamos la secundaria ninguna otra cosa había muerto
para entender que nosotros habíamos muerto igual.)
En nuestros aviones nuevos, con nuestra nueva tripulación,
bombardeábamos los campos de tiro junto al desierto o la costa,
disparábamos a blancos de arrastre, esperábamos a ver nuestras marcas —
y nos convertimos en refuerzos y despertamos
una mañana, sobre Inglaterra, listos para operar.
No era diferente: pero si moríamos
no era por accidente sino por error
(pero un error muy fácil de cometer).
Leíamos el correo y contábamos nuestras misiones —
en bombarderos con nombres de muchachas, incendiábamos
las ciudades de las que habíamos aprendido en la escuela —
hasta que se nos agotaba la vida. Nuestros cuerpos quedaban
entre la gente que habíamos matado y que jamás habíamos visto.
Cuando durábamos lo suficiente nos daban medallas;
cuando moríamos decían: “Nuestras bajas son pocas.”
Ellos decían: “Aquí están los mapas”; nosotros quemábamos las ciudades.
Eso no era morir — no, jamás fue morir;
pero la noche en que morí soñé que estaba muerto,
y las ciudades me decían: “¿Por qué estás muriendo?
Nosotras estamos satisfechas, si tú lo estás; pero, ¿por qué morí yo?”
Randall Jarrell, Estados Unidos, 1914-1965
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Dresde, 1945
Losses
It was not dying: everybody died.
It was not dying: we had died before
In the routine crashes — and our fields
Called up the papers, wrote home to our folks,
And the rates rose, all because of us.
We died on the wrong page of the almanac,
Scattered on mountains fifty miles away;
Diving on haystacks, fighting with a friend,
We blazed up on the lines we never saw.
We died like aunts or pets or foreigners.
(When we left high school nothing else had died
For us to figure we had died like.)
In our new planes, with our new crews, we bombed
The ranges by the desert or the shore,
Fired at towed targets, waited for our scores —
And turned into replacements and woke up
One morning, over England, operational.
It wasn't different: but if we died
It was not an accident but a mistake
(But an easy one for anyone to make.)
We read our mail and counted up our missions —
In bombers named for girls, we burned
The cities we had learned about in school —
Till our lives wore out; our bodies lay among
The people we had killed and never seen.
When we lasted long enough they gave us medals;
When we died they said, “Our casualties were low.”
They said, “Here are the maps”; we burned the cities.
It was not dying — no, not ever dying;
But the night I died I dreamed that I was dead,
And the cities said to me: “Why are you dying?
We are satisfied, if you are; but why did I die?”
viernes, 30 de abril de 2010
Randall Jarrell
domingo, 25 de abril de 2010
Ezra Pound
Paracelsus in excelsis
“No siendo ya humano, ¿por qué debería
simular humanidad o usar el frágil atavío?
Hombres y hombres he conocido, pero nadie jamás
que se volviera una esencia tan libre
o tan sólo un elemento, como yo.
¡La niebla se aleja del espejo y miro!
¡Helo ahí! Abajo se extiende el mundo de las formas;
debajo de nuestra paz se ve la agitación.
Y nosotros, que abandonamos la forma, alzándonos por encima.
Fluidos intangibles que antes fueron hombres,
parecemos estatuas, y un río desbordado
corre enloquecido a nuestros pies.
¡Sólo en nosotros el elemento de calma!”
Ezra Loomis Pound, Idaho, Estados Unidos, 1885 –Venecia, Italia, 1972
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Paracelso
Paracelsus in excelsis
“Being no longer human why should I
Pretend humanity or don the frail attire?
Men have I known, and men, but never one
Was grown so free an essence, or become
So simply element as what I am.
The mist goes from the mirror and I see!
Behold! The world of forms is swept beneath —
Turmoil grown visible beneath our peace,
And we, that are grown formless, rise above —
Fluids intangible that have been men,
We seem as statues round whose high-risen base
Some overflowing river is run mad,
In us alone the element of calm!”
miércoles, 14 de abril de 2010
Fernando Pessoa
Si yo muriera joven...
Si yo muriera joven,
Sin poder publicar libro alguno,
Sin ver la cara que tienen mis versos en letra impresa,
Pido que, si se quisiesen molestar por mi causa,
No se molesten.
Si así ocurrió, así es verdad.
Aunque mis versos nunca sean impresos
Tendrán su propia belleza, si fueran bellos.
Pero no pueden ser bellos y quedar por imprimir,
Porque las raíces pueden estar bajo la tierra
Pero las flores florecen al aire libre y a la vista.
Tiene que ser así por fuerza. Nada puede impedirlo.
Si yo muriera joven, oigan esto:
Nunca fui sino una criatura que jugaba.
Fui gentil como el sol y el agua,
De una religión universal que sólo los hombres no conocen.
Fui feliz porque no pedí ninguna cosa,
no procuré hallar nada,
Ni hallé que hubiese más explicación
Que la de que la palabra explicación no tiene ningún sentido.
No deseé sino estar al sol o a la lluvia,
Al sol cuando había sol
Y a la lluvia cuando estaba lloviendo
(Y nunca la otra cosa)
Sentir calor y frío y viento,
Y no ir más lejos.
Una vez amé, pensé que me amarían,
Pero no fui amado
Pero no fui amado por la única gran razón:
Porque no tenía que ser.
Me consolé volviendo al sol y a la lluvia,
Y sentándome otra vez en la puerta de casa.
Los campos, al fin, no son tan verdes para los que son amados
Como para los que no lo son.
Sentir es estar distraído.
Fernando Pessoa, Lisboa, 1888-1935
Fernando Pessoa, Poemas, Ed. Fabril, Bs. As., 1972
Traducción de Rodolfo Alonso
imagen: s/d
Tan pronto pasa todo lo que pasa...
¡Tan pronto pasa todo lo que pasa!
¡Muere tan joven ante los dioses cuanto Muere!
¡Todo es tan poco!
Nada se sabe, todo se imagina.
Circúndate de rosas, ama, bebe.
Y calla. El resto es nada.
Fernando Pessoa, Lisboa, 1888-1935
Fernando Pessoa, Poemas, Ed. Fabril, Bs. As., 1972
Traducción de Rodolfo Alonso
lunes, 12 de abril de 2010
T. S. Eliot
Preludios
I
La tarde de invierno se asienta
con olor a bife en los pasajes.
Son las seis.
Las colillas apagadas de días anodinos.
Y un ventoso chaparrón envuelve ahora
los desechos mugrientos de hojas secas
y diarios de los baldíos alrededor de tus pies;
los aguaceros golpean
contra persianas rotas y caños de chimeneas,
y en la esquina de la calle
el solitario caballo de un coche de alquiler
resopla y patea.
Y las luces se empiezan a encender.
II
La mañana recobra la conciencia
de olores algo rancios de cerveza
que vienen de la calle con aserrín pisoteado
por pies embarrados
que corren a tempranos puestos de café.
Con las otras mascaradas
que el tiempo reanuda,
uno piensa en las manos
que están levantando persianas miserables
en un millar de cuartos de alquiler.
III
Arrojaste una manta de la cama,
te echaste de espaldas, y esperaste;
dormitaste, y observaste la noche
revelar las mil sórdidas imágenes
que componían tu alma;
parpadeaban contra el cielo raso.
Y cuando el mundo entero volvió
y la luz trepó entre los postigos
y oíste a los gorriones en los desagües,
tuviste una visión de la calle
que la calle no llega a comprender;
sentada en el borde de la cama,
te rizabas el pelo con papel,
o con ambas manos sucias
te tomabas la amarilla planta de los pies.
IV
Su alma estirada tensamente por los cielos
que se esfuman detrás de una manzana de la ciudad,
o pisoteada por obstinados pies
a las cuatro, las cinco y las seis;
y cuadrados dedos cortos llenando pipas,
y diarios de la tarde, y ojos seguros
de ciertas certezas,
la conciencia de una calle oscurecida
impaciente por suponer el mundo.
Me conmueven las fantasías que se devanan
alrededor de estas imágenes, y se aferran:
la idea de algo infinitamente tierno
sufriendo infinitamente.
Pásate la mano por la boca y ríe:
los mundos dan vueltas como ancianas
recogiendo qué quemar en los baldíos.
Thomas Stearns Eliot, St. Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965
versión © Gerardo Gambolini
imagen: Patrick Heron, T. S. Eliot, 1949
Preludes
I
The winter evening settles down
With smell of steaks in passageways.
Six o'clock.
The burnt-out ends of smoky days.
And now a gusty shower wraps
The grimy scraps
Of withered leaves about your feet
And newspapers from vacant lots;
The showers beat
On broken blinds and chimneypots,
And at the corner of the street
A lonely cab-horse steams and stamps.
And then the lighting of the lamps.
II
The morning comes to consciousness
Of faint stale smells of beer
From the sawdust-trampled street
With all its muddy feet that press
To early coffee-stands.
With the other masquerades
That time resumes,
One thinks of all the hands
That are raising dingy shades
In a thousand furnished rooms.
III
You tossed a blanket from the bed,
You lay upon your back, and waited;
You dozed, and watched the night revealing
The thousand sordid images
Of which your soul was constituted;
They flickered against the ceiling.
And when all the world came back
And the light crept up between the shutters,
And you heard the sparrows in the gutters,
You had such a vision of the street
As the street hardly understands;
Sitting along the bed's edge, where
You curled the papers from your hair,
Or clasped the yellow soles of feet
In the palms of both soiled hands.
IV
His soul stretched tight across the skies
That fade behind a city block,
Or trampled by insistent feet
At four and five and six o'clock;
And short square fingers stuffing pipes,
And evening newspapers, and eyes
Assured of certain certainties,
The conscience of a blackened street
Impatient to assume the world.
I am moved by fancies that are curled
Around these images, and cling:
The notion of some infinitely gentle
Infinitely suffering thing.
Wipe your hand across your mouth, and laugh;
The worlds revolve like ancient women
Gathering fuel in vacant lots.
miércoles, 7 de abril de 2010
Ezra Pound
Rebelión contra el espíritu crepuscular de la poesía moderna
Quisiera sacudir el letargo de éste nuestro tiempo, y dar
por sombras — formas de poder,
hombres — a cambio de sueños.
“¿Es mejor soñar que hacer?”
¡Sí! y ¡No!
¡Sí! si soñamos grandes actos, hombres enérgicos,
corazones ardientes, pensamientos poderosos.
¡No! si soñamos en pálidas flores,
en la lenta pompa de horas que caen lánguidamente
como frutos pasados de árboles marchitos;
así, vivimos y morimos sueños, no vida.
¡Gran Dios, dános vida en los sueños!
¡No distracción, sino vida!
Seamos hombres que sueñan,
no cobardes, especulando, esperando
que el Tiempo muerto vuelva a despertar y nos otorgue
un bálsamo para males sin nombre.
Gran Dios, si estamos condenados a no ser hombres sino sueños solamente,
¡entonces seamos sueños que hagan temblar al mundo,
y sepamos gobernarlo, aunque sólo seamos sueños!
¡Seamos tales sombras que hagan temblar al mundo,
y sepamos ser los amos, aunque sombras solamente!
Dios Poderoso, si los hombres se han vuelto tan sólo
espectros pálidos y enfermos
que deben vivir con esas brumas y esas luces mitigadas
y se estremecen por las horas oscuras que atropellan ruidosamente
o dejan su huella violenta al pasarlos,
gran Dios, si éstos tus hijos se han vuelto tan endeblemente efímeros,
te pido que agarres el caos y engendres
una nueva prole titánica que junte las colinas y sacuda
esta tierra nuevamente.
Ezra Loomis Pound, Idaho, Estados Unidos, 1885 –Venecia, Italia, 1972
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d
Revolt Against the Crepuscular Spirit in Modern Poetry
I would shake off the lethargy of this our time, and give
For shadows – shapes of power
For dreams – men.
"It is better to dream than to do"?
Aye! and, No!
Aye! if we dream great deeds, strong men,
Hearts hot, thoughts mighty.
No! if we dream pale flowers,
Slow-moving pageantry of hours that languidly
Drop as o’er-ripened fruit from sallow trees.
If so we live and die not life but dreams,
Great God, grant life in dreams,
Not dalliance, but life!
Let us be men that dream,
Not cowards, dabblers, waiters
For dead Time to reawaken and grant balm
For ills unnamed.
Great God, if we be damn’d to be not men but only dreams,
Then let us be such dreams the world shall tremble at
And know we be its rulers though but dreams!
Then let us be such shadows as the world shall tremble at
And know we be its masters though but shadow!
Great God, if men are grown but pale sick phantoms
That must live only in those mists and tempered lights
And tremble for dim hours that knock o’er loud
Or tread too violent in passing them;
Great God, if these thy sons are grown such thin ephemera,
I bid thee grapple chaos and beget
Some new titanic spawn to pile the hills and stir
This earth again.
lunes, 5 de abril de 2010
Anónimo
Estaba un día la reina
con zagalejo encarnado
dando gracias a la Virgen
que tan bella la ha criado
Viniendo el rey por detrás
con la varita le ha dado.
“Estáte quieto, Andarique,
mi querido enamorado,
que dos hijos tengo tuyos
y dos del rey, que son cuatro.
Los del rey comen en mesa
y los tuyos a mi lado;
los del rey montan en mula
y los tuyos a caballo;
los del rey llevan espada
los tuyos puñal dorado.”
Y el rey, al oír esto,
para atrás se ha retirado.
Al bajar por la escalera
a Andarique se ha encontrado.
“¿Adónde vas, Andarique,
a estas horas al palacio?”
“A mi señora, la reina,
a enviarle este regalo.”
“Ese regalo, Andarique,
podía estar bien escusado.”
Ya desenvainó la espada,
la cabeza le ha cortado;
la ha puesto en fuente de plata
y a la reina la ha enviado.
Estando un día comiendo
la reina un suspiro ha dado.
“¿Por qué suspira, la reina,
teniendo el rey a su lado?”
“Suspiro por Andarique,
que era un paje bien mandado.”
“No ha de suspirar, la reina,
si era vuestro enamorado.”
“Máteme, el señor rey,
que me tiene a su comando.”
“Matar, no te mataré,
pierde, reina, ese cuidado;
pero te emparedaré
como a los emparedados
y te daré de comer
rebojos de mis criados
y te daré de beber
orines de mis caballos
y luego me casaré
con una de quince años,
que tenga los ojos negros
y los labios encarnados.”
* versión de San Muñoz, Salamanca, del Romance de Landarico
imagen: Gerineldo y la infanta
miércoles, 31 de marzo de 2010
Constantine Cavafy
Los sabios saben lo que se avecina
el presente, y los sabios, lo que se avecina
—Filóstrato, Vida de Apolonio de Tiana, VIII, 7
El futuro lo conocen los dioses,
únicos dueños absolutos de todas las luces.
Pero del futuro, los sabios captan
lo que se avecina. En ocasiones
su oído, en las horas de honda reflexión,
se sobresalta. El secreto rumor
les llega de hechos que se acercan.
Y a él atienden reverentes. Mientras en la calle,
fuera, el vulgo nada oye.
Constantine P. Cavafy, 1863-1933, Alejandría, Egipto
Traducción de Pedro Bádenas de la Peña, C.P. Cavafis,
Poesía completa, Alianza Editorial, Madrid, 1982
imagen: moneda con la efigie de Apolonio de Tiana
No comprendiste
A propósito de nuestras convicciones religiosas
dijo el estúpido de Juliano: «Leí, comprendí,
rechacé.» Es decir, nos redujo a la nada
con su «rechacé», el muy ridículo.
Semejantes ocurrencias no nos valen
a nosotros, los cristianos. «Leíste, pero no comprendiste;
pues si hubieras comprendido, no habrías rechazado»,
respondimos de inmediato.
Constantine P. Cavafy, 1863-1933, Alejandría, Egipto
Traducción de Pedro Bádenas de la Peña, C.P. Cavafis,
Poesía completa, Alianza Editorial, Madrid, 1982
Muy rara vez
Es un viejo. Gastado y encorvado,
arruinado por el tiempo y los excesos,
cruza la angosta calle con paso lento.
Pero al entrar en su casa para ocultar
su miseria y su vejez, piensa en la parte
que aún tiene en la juventud.
Jóvenes ahora recitan versos suyos.
Ante sus ojos vivaces
surgen ahora las visiones que él tuvo.
Sus mentes saludables, voluptuosas,
sus cuerpos firmes y bien delineados,
se conmueven con la expresión
que él diera a la belleza.
Constantine P. Cavafy, 1863-1933, Alejandría, Egipto
versión (audaz) del editor, a partir de las traducciones de Francisco Rivera, P. Bádenas de la Peña, José Ángel Valente, Andrés Moreira, Anna Seraphimidou (inglés), Edmund Keeley/Philip Sherrard (inglés), y John Cavafy (inglés).
lunes, 29 de marzo de 2010
Horacio Castillo
Navegante solitario
Desde ahora, cada milla que navegue hacia el oeste
me alejará de todo. Han desaparecido las señales
de vida: ni peces, ni pájaros, ni sirenas,
ni una cucaracha zigzagueando en la cubierta.
Sólo agua y cielo, el horizonte destruido,
el mar , que canta como yo siempre la misma canción.
Ni peces, ni pájaros, ni sirenas,
ni esa extraña conversación en la sentina
que el oído percibe en las horas de calma.
Sólo agua y cielo, el rolido del tiempo.
A la noche, la estrella Achernar aparece en la proa;
entre los obenques, Aldebarán; a estribor,
un poco más arriba del horizonte,
Aries. Entonces arrío, duermo. Y la nada,
mansamente, viene a comer de mi mano.
Horacio Castillo, Ensenada, Pcia. de Buenos Aires, 1934
de Alaska
imagen: s/d
Bosque en llamas
Esta intrincada red de ramas y reflejos es nuestro habitat.
Aquí edificamos, en el fuego. Y una ola más pura que el aire,
más clara que el agua, socava los cimientos.
Abre la ventana: el bosque en llamas.
Pisa el umbral: la vida camina sobre las brasas.
Aquí edificamos, en el fuego. Y alrededor,
un orden nuevo condenado a morir,
un orden viejo condenado a nacer.
Abre la ventana: la vida al rojo.
Pisa el umbral: ceniza celeste.
Aquí edificamos, en el fuego. Y el alma,
como un pavo real, abre su cola en el incendio.
Horacio Castillo, Ensenada, Pcia. de Buenos Aires, 1934
de Alaska
Mono llorando sobre una tumba
Aquí la boca se llena de espuma, el oído de truenos,
aquí fracasa la lengua prensil.
¿Pero qué prueba esta piedra? Esta opacidad, ¿qué protege?
La mano que ardió en el interior del hormiguero
acaricia ahora el lomo pardo de lo inerte,
y debajo o detrás, hondo o lejos, algo se eriza,
demasiado callado para no ser, demasiado vivo para ser,
eso que viaja para siempre de silencio en silencio,
hacia silencios que jamás acabarán.
Horacio Castillo, Ensenada, Pcia. de Buenos Aires, 1934
de Alaska
martes, 23 de marzo de 2010
Jorge Rivelli
el carnicero su res y las papas de balcarce
adorar el fuego de leñas
hasta que arda en silencio
cubrirlo con una parrilla y
esperar que la temperatura
se confunda con las llamas
colocar las brazas en el perímetro
frotar las hileras de hierro
con un cepillo de cerda
humedecido en vinagre
acomodar en el centro
tiras de asado de 30 centímetros
el lado del hueso abajo
hay azahares en el ciruelo
pequeñas hojas en el almácigo
calandrias en los fresnos
lluvia en el noroeste
perros merodeando la parrilla
mientras
ella pela las papas en la cocina
crece el calor con furia y
nosotros aquí sin pileta
adorando la carne
¿ hay pan?
el carnicero sabe
dice que la lluvia no vendrá
sigue sentado al lado
de su obra asada y
comienza el rito con la primera
botella de vino tinto
mediodía
el silencio lo modifican
chicharras y horneros
cinco kilos de carne
tres kilos de papas
...perdón...¿hay pan?
larga mesa
con mantel cuadriculado
platos de madera
vasos de grueso vidrio
ensalada de lechuga y tomates
salsa criolla y chimichurri
cheee...¿no hay pan?
cuando el brillo encandila
no podemos distinguir
la belleza de lo obvio
hipnotizados por el aroma
nos hundimos en la ternera
nada tenemos que ver
con los gauchos
¿la tradición?
vaca papa fuego
tano vasco ruso y
un mundo de cabecitas
que miran desde el alambrado
¿quién está adentro y quién afuera?
dar vuelta la carne
para una pareja cocción
pimienta y sal en la mesa
¿hay pan...viejo?
a las quince comemos
debajo de la parra y
el vino vuelve a ser la vedette
extraño la ciudad y
el centro del paraíso
es posible que jamás
salgamos de este asado
Jorge Rivelli, Buenos Aires, 1954
imagen: s/d
domingo, 21 de marzo de 2010
Jorge Ricardo Aulicino
Termópilas
Desde este drugstore, y con una gaseosa,
difícil imaginar por qué dejar la piel en un desfiladero:
el mundo era tan ancho y desconocido.
Leónidas, ridiculizado en el vasto territorio del consumo,
se sienta enfrente con su ceño amargo,
fulgor chirle en los ojos,
pide bebida fuerte y mira las palomas.
Problemas, Jerjes aprieta todas las salidas,
la tarjeta de crédito ya no tiene cupo.
Aguantar en nombre de nada,
más difícil que morir por Esparta.
Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de La luz checoslovaca (2003)
Magnificat
El ojo blanco de la tormenta reconforta.
Blandengue, el día se iba sin dejar gloria.
Entonces vino el trueno y el cielo se abrió.
La tormenta recortó un gran ojo silbante
ente nubes esparcidas, verdes, hinchadas.
Miro el ojo de la tormenta
desde el interior oscuro de un departamento.
Hay la huella de un vaso en la madera de la mesa.
Hasta tarde, las luces estarán titilando
en las alcobas de los edificios cercanos.
Ya no encenderé la luz ni pensaré ni tendré ánimo.
Hay agua, golpes de agua, olor de agua.
Y un gran día se acaba.
Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Hombres en un restaurante (1994)
Los bárbaros en sí
Hacían chistes con la muerte, atravesaban el mar
en botes de tablas y dormían en el delta sobre las embarcaciones.
Aparecían en los noticieros con mujeres de otro planeta
y tenían fortuna en los negocios.
Murieron de peste en sanatorios refrigerados
Y preferían callar las infamias: esa fue su única ética,
de dudosa estirpe.
Una mujer los vio, pero se perdió entre los autos.
Estuvieron un tiempo imposible de calcular en los desiertos cercanos
y se fueron definitivamente, la mayoría de ellos infectados,
con una muerte segura a corto plazo.
Se habla banalmente de los bárbaros ahora, pero
el misterio de su origen es casi tan grande
como el de la religión que profesaban.
Tuvieron un dios: a nosotros nos quedan las gaviotas
que no muestran decisión en resolver el problema.
Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Paisaje con autor (1998)