martes, 6 de septiembre de 2011

Manuel Álvarez Ortega




Como un recordatorio que no fue escrito

Hemos puesto nombrea este artificio
que engendra nuestro vivir. Hemos dicho amor y no era
sino una torpe sustitución
de maleficios y aventuras
que estaban escritos en nosotros desde antes de nacer.
Hemos llamado verdad a este ofertorio
de sucesos interiores que se alimentan de voces
nunca oídas, contratiempos
oscuros, pacíficos venenos.

Ah todo trabajo de la carne
es un justo improperio en nuestra breve
temporalidad. Crece el mal
abriendo compuertas cuyo existir desconocíamos,
canalizando sus puñales
en muy distintas direcciones,
apuntando hacia una víctima que sólo en nosotros
se configura.

A veces, cuando el calor huye
de otros cuerpos y nos da la respuesta,
intentamos asegurar nuestro poder, creamos
un trópico de maldiciones, y, en esta nueva travesía,
escribirnos el testamento
que muchos siglos después,
se alzará, seguro, con la victoria.

Será el ser un día
en su última máscara reconocido,
y saliendo de los escombros que lo coronan,
contará sus oráculos
de sombra, el beneficio que ha obtenido del préstamo
en que se constituyó. será de nuevo el muro
que quiso sustentar, el alba
antípoda de su memoria,

y en su fugaz etapa, llave
que la tiniebla apartará, mortal
perpetuo, como un recordatorio que no fue escrito,
así el espectáculo de sus mitos
entre los requiems y las palmas ennegrecidas
se ofrecerá, y, templo visitado
por las hormigas, el olvido extenderá el sudario
que nunca podrá hablar
de eternidad

Manuel Álvarez Ortega, Córdoba, España, 1923
imagen: s/d



Se hizo la imagen en el espejo
y, como anuncio de unas leyes
que nunca nos serían reveladas, vimos la vejez
oscurecerse bajo la sábana,
nacer cierto maleficio entre las cosas,
decir el tiempo adiós
en nuestra cruz sola.

Arañas las manos, torpe
penumbra cerrándose en la boca,
¿qué valía una palabra, un signo, si la hora
sembraba la ceniza de la muerte?
¿Qué valía una verdad, la tizne del perdón,
si el rostro era ya exilio y huía
perseguido por un coro de sordos, inmortales
cuchillos?

Quien ha oído abrirse la cerradura
del dolor, quien ha tocado una frente
con desesperación y puesto
el luto de sus años en una piel ardida, sabe
que, cuando llega el día,
del amor sólo queda una marca de salitre,
un negro olvido.

Pues todo amor siempre se rodea
de mitos y desgracias, siembra su lluvia
de veneno en nuestra carne o edifica sus ruinas
para una eternidad que no puede ser obra
de una posesión
que nunca se conoce.

Manuel Álvarez Ortega, Córdoba, España, 1923

sábado, 3 de septiembre de 2011

Gösta Ågren



                            Lo que es pensable es también posible.
                            —Ludwig Wittgenstein


Pienso la palabra nada. La nada
no es posible y no puede
ser pensada, pero tenemos palabras,
¡nuestro único poder! Con dioses
nos han protegido de la muerte;
con historias, de la vida.
Después llegó el hechizo
matemático de la ciencia,
pero pronto descubrimos
que la lógica no es libertad,
que ninguna ecuación llega
a esos espacios psíquicos
donde vivimos. Solo tenemos palabras
otra vez.


                            Lo público lo oscurece todo y da lo así encubierto por lo sabido y accesible a todos.
                            —Martin Heidegger


En un campo sin años
se alzaron las espadas, fríos
rayos de acero contra
el enemigo, pero el movimiento

era lento y simbólico bajo
el suave mármol de la luna,
donde estatuas casi animadas
por su sueño

acariciaban al ser. Aquí,
en la tierra que limita
con la infancia y el cosmos,
tú estabas solo y eras universal

antes de que el pensamiento “yo”
hiciera de ti uno
de tantos.


                            El lenguaje disfraza los pensamientos.
                            —Ludwig Wittgenstein


El trabajo del escritor es
leer libros no escritos.
Inclinado como una señal
sobre la mesa, volcado
hacia adentro, consume la luz
y la sombra de su ser. Los días
discurren como imágenes
por una cámara sin
película, mientras abre
papel tras papel.
No escribe pensamientos;
va a tientas con las palabras.

Durante días sin horas
y por valles sin mapas
va buscando esos poemas
que los pensamientos
ocultan.

Gösta Ågren, Nykarleby, Finlandia, 1936
Poemas de Aquí, en el ojo ciego del huracán (2006)
Traducción del sueco de Renato Sandoval Bacigalupo


miércoles, 31 de agosto de 2011

Manuel Bandeira





Las ruedas rechinan en la curva de las vías
Inexorablemente.
Pero yo salvé de mi naufragio
Los elementos más cotidianos.
Mi cuarto resume el pasado de todas las casas que habité.

Dentro de la noche
En el duro corazón de la ciudad
Me siento protegido.
Desde el jardín del convento
llega el canto de la lechuza.
Dulce como arrullo de paloma.
Sé que mañana al despertar
Oiré el martillo del herrero
batir vigoroso su cántico de certezas.

Manuel Bandeira, Brasil, 1886-1968
imagen: Manuel Bandeira, por Candido Portinari
Versión © Gerardo Gambolini


O Martelo

As rodas rangem na curva dos trilhos
Inexoravelmente.
Mas eu salvei do meu naufrágio
Os elementos mais cotidianos.
O meu quarto resume o passado em todas as casas
que habitei.

Dentro da noite
No cerne duro da cidade
Me sinto protegido.
Do jardim do convento
Vem o pio da coruja.
Doce como arrulho de pomba.
Sei que amanhã quando acordar
Ouvirei o martelo do ferreiro
Bater corajoso o seu cântico de certezas.



Si quieres sentir la felicidad de amar, olvida tu alma.
El alma es lo que arruina el amor.
Sólo en Dios puede hallar satisfacción.
No en otra alma.
Sólo en Dios — o fuera del mundo.

Las almas son incomunicables.

Deja a tu cuerpo entenderse con otro cuerpo.

Porque los cuerpos se entienden, pero las almas no.

Manuel Bandeira, Brasil, 1886-1968
Versión © Gerardo Gambolini


Arte de amar

Se queres sentir a felicidade de amar, esquece a tua alma.
A alma é que estraga o amor.
Só em Deus ela pode encontrar satisfação.
Não noutra alma.
Só em Deus — ou fora do mundo.

As almas são incomunicáveis.

Deixa o teu corpo entender-se com outro corpo.

Porque os corpos se entendem, mas as almas não.



Cuando pasó el cortejo
Los hombres que estaban en el café
se quitaron el sombrero de manera maquinal
Saludaban al muerto distraídos
Estaban todos entregados a la vida
Absortos en la vida
Confiados en la vida.

Uno, sin embargo, se lo quitó con un gesto lento y demorado
Mirando largamente el ataúd
Ése sabía que la vida es una agitación feroz y sin objeto
Que la vida es traición
Y saludaba a la materia que pasaba
Liberada para siempre del alma extinta.

Manuel Bandeira, Brasil, 1886-1968
Versión © Gerardo Gambolini


Momento num café

Quando o enterro passou
Os homens que se achavam no café
Tiraram o chapéu maquinalmente
Saudavam o morto distraídos
Estavam todos voltados para a vida
Absortos na vida
Confiantes na vida.

Um no entanto se descobriu num gesto largo e demorado
Olhando o esquife longamente
Este sabia que a vida é uma agitação feroz e sem finalidade
Que a vida é traição
E saudava a matéria que passava
Liberta para sempre da alma extinta.



lunes, 29 de agosto de 2011

Joaquín Giannuzzi


La muerte miró la escena por el rápido agujero
cuando ellos congelaron su estirpe de comediantes:
un momento absolutamente sensorial
bajo la luz de un presente instantáneo.
A partir de aquella carnal expectativa
simularon impunidad de tiempo no recibido,
primera distancia paralizada, fraude de eternidad
y el astuto poder de lo virtual
en la mente vaciada por el orificio del ojo.
El conjunto fue perdiendo peso, integridad,
energía personal, universo continuo.
Llovió en el fondo de la imagen
y se instaló una tarde progresiva en el desastre.
Entonces reinó el frío error de lo mecánico.
Ellos anhelaron memoria y sentido
desde el bulto brumoso del ser,
fisiológicos, brutales, marrones:
pero la amnesia general de la materia
desvaneció a los abuelos, disolvió
la consistencia del vínculo
entre sangres de un mismo incendio
y vestimentas anegadas por la degradación de sí mismas.
La vida reclamaba espesuras hacia todas direcciones,
mutaciones compactas, alaridos, volúmenes llameantes.
Y está visto que dos dimensiones bastaron a esta muerte de cartón.



Joaquín Giannuzzi, Buenos Aires, 1924 – Salta, 2004, Argentina
imagen: s/d



sábado, 27 de agosto de 2011

Jorge L. Borges




Mil novecientos veintitantos

La rueda de los astros no es infinita
Y el tigre es una de las formas que vuelven,
Pero nosotros, lejos del azar y de la aventura,
Nos creíamos desterrados a un tiempo exhausto,
El tiempo en el que nada puede ocurrir.
El universo, el trágico universo, no estaba aquí
Y fuerza era buscarlo en otros lugares;
Yo tramaba una humilde mitología de tapias y cuchillos
Y Ricardo pensaba en sus reseros.
No sabíamos que el porvenir encerraba el rayo,
No presentimos el oprobio, el incendio y la tremenda noche de la Alianza;
Nada nos dijo que la historia argentina echaría a andar por las calles,
La historia, la indignación, el amor,
Las muchedumbres como el mar, el nombre de Córdoba,
El sabor de lo real y de lo increíble, el horror y la gloria.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986
de El Hacedor, 1960
imagen: Jorge L. Borges, Silvina Bullrich y Manuel Mujica Láinez
Revista Somos, febrero 1979



A Manuel Mujica Láinez

Isaac Luria declara que la eterna escritura
tiene tantos sentidos como lectores. Cada
versión es verdadera y ha sido prefijada
por quien ideó el lector, el libro y la lectura.
Tu versión de la patria, con sus fastos y brillos,
entra en mi vaga sombra como si entrara el día
y la oda se burla de la oda. (La mía
no es más que una nostalgia de ignorantes
cuchillos y de viejo coraje.) Ya se estremece el canto,
ya, apenas contenidas por la prisión del verso,
surgen las muchedumbres del futuro y diverso
reino que será tuyo, su júbilo y su llanto.
Manuel Mujica Láinez, alguna vez tuvimos
una patria — ¿recuerdas? — y los dos la perdimos.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986
de La moneda de hierro
, 1976


jueves, 25 de agosto de 2011

Gary Vila Ortíz / / 4 poemas




1

No son tan sólo un sueño
Un dormir en la utopía
La existencia de
Moreno / Urquiza / Sarmiento /
De los anónimos anarquistas
Muertos brutalmente
No fue un sueño
El viejo Lisandro y el tiro
En el corazón
Ni Alem / Borges / Cortázar /
Ni Macedonio / Ezequiel /
Ni los asesinados en cada /
Tiempo del desprecio /
Ese tiempo a que están siempre
Tan dispuestos ciertos argentinos
No fueron un sueño
Pero ahora se nos aparecen así
Fantasmas aturdidos
Por la sofisticada
Barbarie del presente
Debo aceptarlo
Son las yeguas de la noche
Que atemorizan a un viejo de 74 años
Que tiene miedo mucho miedo
De lo que vendrá
Como esa conversación que siguen aún
Esos dos paisanos
Cerca de la gran laguna
Hablando del demonio del maligno
De nuestro destino

Gary Vila Ortíz, Rosario, Argentina, 1935
imagen: s/d


2

De Max Jacob sabemos qué precio
Pago por ser poeta y además un místico
En un monasterio laberinto del silencio
Los nazis lo sacaron de él siempre ajenos
A todo lo que no sea un crimen
Y lo arrojaron a la muerte en 1944
En el otro desolado extremo Ezra Pound
Pago el precio de la locura de sus ideas
Fascistas pero sin estar loco
Y una larga temporada en el manicomio
Ahora un laberinto de soledades
Escribiendo poemas como siempre arrugado
Como si fuera la arruga misma
Scott Fitzgerald y Dylan Thomas
Eligieron el alcohol para matarse
Temprana y quizá lentamente
Hemingway prefirió la escopeta
A Holderlin Dios lo oculto
Tanto tiempo en la locura
Todo poeta paga un precio
Pero todo queda como oculto
En un misterio más doloroso
Walsh y Urondo murieron
Por la urgencia de sus ideas
Todos pagan un precio
Pero tal vez sea válido preguntarse
¿en qué momento en realidad
La muerte decide que ya es suficiente
Y hay que poner fin a tantas formas
De la belleza humana?
Porque la vida y el poema
Son irrefutables y bellas
Y si la muerte también lo es
Solamente lo es para
Provocar la naúsea.

Gary Vila Ortíz, Rosario, Argentina, 1935


Lluvia primera

En tus manos otra vez lo posible,
el grito a través de los grandes arenales,
la ciudad, la sombra de la piedra, el silencio.
Otra vez, en tus manos,
el mundo que desenvuelve su madeja de tiempo
y soledad,
de ausencia tuya ayer.
Oh, amor mío, como pesa la memoria
en estos días.

Gary Vila Ortíz, Rosario, Argentina, 1935


If the summer

si el sol se deslizara
de otra forma
sobre las curvas de la piel

si el sol cambiara
su proceder
con el polvo y el viento
sus hábitos de ceniza

si el sol
quemara sin sonido
las palmas de las manos

si al sol le doliera
el mundo
y su silencio
otra sería la isla del verano
otros los nombres
para recordar
cuando nada quede
sino los epitafios

Gary Vila Ortíz, Rosario, Argentina, 1935

miércoles, 24 de agosto de 2011

Leonardo Sciascia




1


La tierra de la sal, mi tierra
que se desploma – sal y niebla –
del altiplano a un valle de arcilla;
tan pobre que basta un vendedor
de ropa usada – ríen colgados de las cuerdas
los colores de los trajes de mujer –
para celebrar una fiesta, o la tienda blanca
del vendedor de turrón.
La sal en la llaga, estas piedras
blancas que se amontonan
junto a las vías – el viajero
alza los ojos del periódico, pregunta
el nombre del lugar – y luego en largos convoyes
y bajan hasta las barcas de Porto Empedocle;
la sal de la tierra – “y si la sal
se vuelve sosa,
¿con qué le daréis sabor?”
(¿Y si se vuelve muerte,
llanto de mujeres de negro en las calles,
hambre en los ojos de los niños?)

Leonardo Sciascia, 1921-1989, Sicilia, Italia
Versión © Gerardo Gambolini
(consulente linguistico: J. Aulicino)
imagen: s/d


1

Il paese del sale, il mio paese
che frana - sale e nebbia -
dall’altipiano a una valle di crete;
così povero che basta un venditore
d’abiti smessi - ridono appesi alle corde
i colori delle vesti femminili -
a far festa, o la tenda bianca
del venditore di torrone.
Il sale sulla piaga, queste pietre
bianche che s’ammucchiano
lungo i binari - il viaggiatore
alza gli occhi dal giornale, chiede
il nome del paese - e poi in lunghi convogli e
scendono alle navi di Porto Empedocle;
il sale della terra - “e se il sale
diventa insipido
come gli si renderà il sapore?”
(E se diventa morte,
pianto di donne nere nelle strade,
fame negli occhi dei bambini?).



Este es el frío que los viejos
dicen que se mete en las astas del buey;
que desangra el bronce de las campanas,
las hace sonar opacas como cántaros de arcilla.
Hay nieve en los montes de Cammarata;
en un tiempo, había canciones festivas
para saludar a esa nieve lejana.
Los chicos pobres se juntan silenciosos
en las gradas de la escuela, esperan
que se abra la puerta: amontonados y ateridos
como gorriones, mordisquean el pan negro,
muerden apenas la sardina irisada
de sal y escamas. Otros chicos
se mantienen algo aparte, encerrados
en el capullo caliente de los echarpes.

Leonardo Sciascia, 1921-1989, Sicilia, Italia
Versión © Gerardo Gambolini
(consulente linguistico: J. Aulicino)


2

Questo è il freddo che i vecchi
dicono s’infila dentro le corna del bue;
che svena il bronzo delle campane,
le fa opache nel suono come brocche di creta.
C’è la neve sui monti di Cammarata,
a salutare questa neve lontana
c’erano un tempo festose cantilene.
I bambini poveri si raccolgono silenziosi
sui gradini della scuola, aspettano
che la porta si apra: fitti e intirizziti
come passeri, addentano il pane nero,
mordono appena la sarda iridata
di sale e squame. Altri bambini
stanno un po’ in disparte, chiusi
nel bozzolo caldo delle sciarpe.



Es sosiego para mí el recuerdo de tus días grises,
de tus viejas casas que asfixian las calles,
de la plaza grande llena de hombres de negro silenciosos.
Estre estos hombres aprendí leyendas dolorosas
de tierra y de azufre, oscuras historias arrancadas
por la trágica luz blanca del acetileno.
Y el acetileno de la luna en las noches calmas,
en la plaza, las iglesias enlutadas de sombra;
y sordo el paso de los mineros de azufre, como si las calles
cubrieran tumbas huecas, profundos lugares de muerte.
Al alba, el cielo como un frío témpano de plata
todo vibrante con las primeras voces; las casas congeladas:
en todas partes la pena de una fiesta terminada.
Y los ocasos entre los sauces, el largo silbido de los trenes;
el día que se marchita como un geranio rojo
en las mujeres asomadas en la proa aerea de la avenida.
Una nave de melancolía abría para mí velas de oro,
piedad y amor hallaban antiguas palabras.

Leonardo Sciascia, 1921-1989, Sicilia, Italia
Versión © Gerardo Gambolini
(consulente linguistico: J. Aulicino)


Ad un paese lasciato 

Mi è riposo il ricordo dei tuoi giorni grigi,
delle tue vecchie case che strozzano strade,
della piazza grande piena di silenziosi uomini neri.
Tra questi uomini ho appreso grevi leggende
di terra e di zolfo, oscure storie squarciate
dalla tragica luce bianca dell’acetilene.
E’ l’acetilene della luna nelle notti calme,
nella piazza le chiese ingramagliate d’ombra;
e cupo il passo degli zolfatari, come se le strade
coprissero cavi sepolcri, profondi luoghi di morte.
Nell’alba, il cielo come un freddo timpano d’argento
a lungo vibrante delle prime voci; le case assiderate;
in ogni luogo la pena di una festa disfatta.
E i tramonti tra i salici, il fischio lungo dei treni;
il giorno che appassiva come un rosso geranio
nelle donne affacciate alla prora aerea del viale.
Una nave di malinconia apriva per me vele d’oro,
pietà ed amore trovavano antiche parole.



lunes, 22 de agosto de 2011

Ángel González




Vosotras, piedras
violentamente deformadas,
rotas
por el golpe preciso del cincel,
exhibiréis aún durante siglos
el último perfil que os dejaron:
senos inconmovibles a un suspiro,
firmes
piernas que desconocen la fatiga,
músculos
tensos
en su esfuerzo inútil,
cabelleras que el viento
no despeina,
ojos abiertos que la luz rechazan.
Pero
vuestra arrogancia
inmóvil, vuestra fría
belleza,
la desdeñosa fe del inmutable
gesto, acabarán
un día.
El tiempo es más tenaz.
La tierra espera
por vosotras también.
En ella caeréis por vuestro peso,
seréis,
si no ceniza,
ruinas,
polvo, y vuestra
soñada eternidad será la nada.
Hacia la piedra regresaréis piedra,
indiferente mineral, hundido
escombro,
después de haber vivido el duro, ilustre,
solemne, victorioso, ecuestre sueño
de una gloria erigida a la memoria
de algo también disperso en el olvido.

Ángel González, España, 1925-2008
imagen: Las tres gracias, museo del Louvre


Crepúsculo, Albuquerque, invierno

No fue un sueño,
lo vi:

La nieve ardía.

Ángel González, España, 1925-2008

jueves, 18 de agosto de 2011

Fred Johnston




Tener estas paredes entre las cuales vivir
y cultivar su silencio y restricción
repudiar la carta y la ira mal dirigida
y la queja injusta por la reseña del libro —

Tomar té a las cuatro y leer hasta el Angelus
en una silla, una mano entibiada por el sol
hacerse una escapada para buscar el diario de la tarde
desparramarlo en la alfombra y dejarlo ahí

No hacer ningún sonido detectable desde fuera
no ser visto en la ventana ni oído cantar nunca
casi no escuchar los rumores que circulan
sobre un delito local o alguna otra cosa turbia

Volverse inofensivo e invisible
por un acto de voluntad y disciplina
para que cuando lleguen el llamado y la pregunta
puedas decir con verdad que no hay nadie en casa.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
reside en Galway, Irlanda del Sur
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Repudiation

To have these walls to live within
And cultivate their silence and restraint
Repudiate the letter and the book review
Misdirected anger and unfair complaint —

Make tea at four and read until Angelus
With one hand warmed by the sunlight on a chair
Make a quick trip out for the evening paper
Spread it on the carpet and leave it there

To make no sound detectable without
Never seen at a window or heard to sing
Barely to hear the rumours going round
About some local crime or other sordid thing

To render oneself harmless and invisible
By acto of will or discipline
So that when the knock comes and the question
One can say in truthfulness there’s no one in.



Cuando pusimos estos estantes
cuando este empapelado estaba en rollos sobre la cama
veníamos aquí recién nacidos cada día para arreglar el lugar
poner nuestra marca en cada cuarto y lanzar hechizos benevolentes
en el pasillo, colgar una lámpara sobre la puerta
uno no pedía del otro
más que ser la voz que respondía en la oscuridad

anoche, ordenando un poco,
asusté a unas arañas, una modesta familia
amontonada en un rincón, tan grande su apuro
por escapar que la telaraña vibró, cantó de ellas
por unos instantes — te escucho diciéndome exacto dónde agujerear
y qué largo debía tener la madera, cómo medir
un rollo de empapelado para que no me complicara con él

ningún hechizo de olvido impide que entres
ninguna cantidad de charla conmigo mismo te trae más cerca
quito la telaraña y siento que he logrado algo.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
Versión © Gerardo Gambolini


Spiders

When these shelves were put up
when this wallpaper lay on the bed in rolls
we came here newly born each day to set it right
put our mark on each room and cast benevolent spells
in the hallway, hang a lamp over the door
one asked no more of the other
than to be the voice that answered in the dark

last night I startled spiders
with my tidying up, a modest family
bundled in a corner, so great their haste
to get away that the web vibrated, sang of them
for a time — I hear you telling me just where to drill
and what length the wood must be, how to measure up
a roll of paper so that I don’t have to fight with it

no spells of forgetting keep you out
no amount of talking to myself brigs you nearer
I brush away the web and feel I’ve achieved something.

martes, 16 de agosto de 2011

Fabián Iriarte




Como esa delicada telaraña vista al trasluz de la lluvia.
(Entre las personas y las cosas, las redes de lo real).
Gotas a punto de caer a un abismo diminuto, sus riesgos aparentes.
(Depender del azar, impotencia y orgullo para quien se sabe
hecho de azar y nada más). Esa prolongación exacta
del frágil laberinto se debe a una rama un poco más alejada
que el insecto quiso incluir también en su orbe.
(Hay quien no confía tanto sus gestos a los caprichos de la lucidez,
deja un mínimo poder a los golpes de viento). Voy adonde estás:
el centro de este laberinto que el viento balancea.

Fabián O. Iriarte, Laprida, Bs. As. 1963
imagen: Aubrey Beardley, Earl Lavender (1895)  



                            …deus nobis haec otia fecit.
                                            —Virgilio, Égloga I, vi.

Antaño, la complacencia de retirarse a las selvas
en docencia de cantos y lamentos, y del eco sombrío,
y tu voz repetida por las rocas, y el fuego
que agrupa a los hombres en el mito.

La única magia que hogaño depara la época
es ver tu rostro repetido en avisos, repetido en avisos,
repetido en avisos, oír que te nombra la radio, ver televisión
mas cuéntanos, oh pastor, quién es ese dios
escuchar el discurso del escéptico.

Fabián O. Iriarte, Laprida, Bs. As. 1963



Earl Lavender, 1895

Esa magnífica espalda… ¿de hombre o de mujer?
Parece una cascada de agua clara.
Por la que correrán prontos
peces de sangre.

Fabián O. Iriarte, Laprida, Bs. As. 1963