Qué harás con los días sucios y fríos,
cuando el gato trepa a la ventana
y el tiempo recorta con salvaje continuidad
el perfil de los edificios en la ceniza del cielo.
Apenas dos o tres días, y la habitación luce desordenada, desierta,
ruedan por el suelo pelusas y fragmentos de hojas secas y la tierra
que entra por las rendijas, ávida de habitar los huecos
grises del pensamiento que no ha sido tratado durante semanas.
Amplia de alas y de rimas, la literatura abandonada.
Qué harás con los días si te dan la oportunidad.
Pedí misterio, leguas.
Pedí divinidad.
Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Libro del engaño y del desengaño, 2011
imagen: s/d
Si en tales sitios habita, y si ese es el término, el habitual sway,
en todo el resto la grandeza de otro modo inexpresable
se ahueca y deja
esto que habitualmente somos: cáscaras hablando
de cosas igualmente huecas.
Me lo pregunté demasiadas veces: las partidas lanzaderas, la herrumbre
de la revolución industrial, los pedazos de cuero
o las botellas, el cigüeñal
a un costado del camino, cubierto de capas de óxido,
y aún más: los términos
mismos que los designan, el propósito que nos lleva en el tren o el auto,
la agitada tos, el corroído pulmón que nos permite hablar,
los pedazos de cable,
el papel que vuela y las montañas de basura,
la rutina que parte el asfalto,
¿qué intimations of inmortality deparan, Wordsworth?,
sin hablar de los restos
de comida, la náusea, el gas que se alza sobre tus crepúsculos,
el parloteo y la guerra.
Dirás —y ya lo sé, callo—: todo eso, como
la terrible belleza de la gangrena,
es también aquel ojo arrebolado. Y en las costras hallarás los puertos. Y
en la negra bocanada de las ciudades, el hechizo de Dios o del diablo,
ambos equivalentes, como una palabra bien dicha y una equivocada.
Y porque todo es al fin y al cabo el padre
y el hijo y el espíritu, no esperes
que crea que hay una zona sublime y otra profana,
una de intensidad y otra vacía
en un concierto en el que todos los matices
y los amontonamientos y las fugas
son de la misma sustancia, de los mismos colores primarios,
de la misma materia:
quede en tu mano la rota palanca de cambio,
te consuma el carbón, mires de soslayo
al que muere en un atroz hospital: siempre piensa
del eterno Silencio de las verdades
que despiertan para no perecer nunca,
y tradúcetelo como puedas.
Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Libro del engaño y del desengaño, 2011