domingo, 1 de mayo de 2011

Thomas Kinsella



Me hicieron entrar a verla.
Un fleco de cuentas de azabache
tintineó en mis oídos
al traspasar la cortina.

Me envolvió una penumbra morada.
Mi corazón se contrajo
ante el olor de órganos en desuso
y un riñón putrefacto.

El negro delantal donde solía
hundir mi cara
estaba doblado al pie de la cama
en la última y tenue luz de la ventana.

(Ve y dile adiós)
y fui empujado
hacia abismos insondables.
Me paré delante de ella.

Miraba el techo fijamente
y se empolvaba una mejilla, distraída,
reclinada contra el espaldar,
descansando hasta el próximo ataque.

Las mantas estiradas
casi hasta su boca,
que las líneas de mal genio
subrayaban todavía. Su cabello gris

suelto igual que el de una joven,
por toda la almohada,
mezclado con las sombras
que le cruzaban la frente

y en la boca y los ojos, como una red,
sujetando su cabeza contra la cama
y cayendo enmarañado hacia la sombra
que carcomía el piso a mis pies.

No me podía mover al principio, ni lo deseaba,
por miedo a que pudiera darse vuelta y me indicara
(la madre de mi padre)
con voz apremiante

—con algún feroz susurro lisonjero—
que me escondiese una última vez
contra ella, y me enterrara
en su fango reseco.

¿Debía besarla? Cuando besara
la humedad que avanzaba
por las paredes floreadas
de aquella fosa.

Pero debía besarla.
Me arrodillé junto al cuerpo en el lecho de muerte
y hundí mi cara en el frío y el olor
de su delantal negro.

Rapé y almizcle, los pliegues contra mis párpados
me transportaron a un sitio abandonado
que olía a ceniza: paredes y techos desconocidos
crujían pareciendo respirar.

Me vi revolviendo cenizas apagadas
buscando algún vestigio
de calor, cuando a lo lejos
en las bóvedas, oí caer

una gota. Y encontré
lo que estaba buscando
— ni fuego, ni calor,
ni alivio alguno,

sino su voz, suave, hablándole a alguien
sobre mi padre: “Dios lo ayude, derramó
grandes lágrimas allí junto a la máquina
por la pobrecita.” Gotas

brillantes sobre la tapa de madera
por mi hermanita. El lamento mío de
cachorro cesó pronto,
con toda temprana conjetura

de la triste monotonía y el tedioso pesar
y permanece amargo en riguroso cautiverio.
¡Cómo lo sentía ahora —
su corazón latiendo en mi boca!

Resolló entrecortadamente,
empujó las mantas
y se estremeció con un gesto de cansancio.
Me incorporé

y dejé la habitación
prometiéndome que
la besaría realmente
cuando estuviera realmente muerta.

Mi abuelo alzó apenas la vista del hogar
cuando asomé por la puerta, encogió los hombros
y volvió a clavar en el fuego
la mirada ausente.

Me quedé un momento a su lado,
incómodo, y me fui al taller.
Todavía había luz allí
y sentí que volvía a respirar.

La vejez puede digerir
cualquier cosa: la conmoción
ante las puertas del Cielo — la lucha que afrontamos
durante toda la vida.

Qué largo y duro se hace
hasta llegar al Cielo, a menos que uno,
como la pequeña Agnes,
se desvanezca con lágrimas tempranas.

Thomas Kinsella, 1928, Dublín, Irlanda
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Tear

I was sent in to see her.
A fringe of jet drops
chattered at my ear
as I went in through the hangings.

I was swallowed in chambery dusk.
My hear shrank
at the smell of disused
organs and sour kidney.

The black aprons I used to
bury my face in
were folded at the foot of the bed
in the last watery light from the window.

(Go in and say goodbye to her)
and I was carried off
to unfathomable depths.
I turned to look at her.

She stared at the ceiling
and puffed her cheek, distracted,
propped high in the bed
resting for the next attack.

The covers were gathered close
up to her mouth,
that the lines of ill-temper still
marked. Her grey hair

was loosened out like
a young woman's all over
the pillow, mixed with the shadows
criss-crossing her forehead

and at her mouth and eyes,
like a web of strands tying down her head
and tangling down toward the shadow
eating away the floor at my feet.

I couldn't stir at first, nor wished to,
for fear she might turn and tempt me
(my own father's mother)
with open mouth

— with some fierce wheedling whisper —
to hide myself one last time
against her, and bury my
self in her drying mud.

Was I to kiss her? As soon
kiss the damp that crept
in the flowered walls
of this pit.

Yet I had to kiss.
I knelt by the bulk of the death bed
and sank my face in the chill
and smell of her black aprons.

Snuff and musk, the folds against my eyelid,
carried me into a derelict place
smelling of ash: unseen walls and roofs
rustled like breathing.

I found myself disturbing
dead ashes for any trace
of warmth, when far off
in the vaults a single drop

splashed. And I found
what I was looking for
— not heat nor fire,
not any comfort,

but her voice, soft, talking to someone
about my father: “God help him, he cried
big tears over there by the machine
for the poor little thing”. Bright

drops on the wooden bed for
my infant sister. My own
wail of child-animal grief
was soon done, with any early guess

at sad dullness and tedious pain
and lives bitter with hard bondage.
How I tasted it now —
her heart beating in my mouth!

She drew an uncertain breath
and pushed at the clothes
and shuddered tiredly.
I broke free

and left the room
promising myself
when she was really dead
I would really kiss.

My grandfather half looked up
from the fireplace as I came out,
and shrugged and turned back
with a deaf stare to the heat.

I fidgetted beside him for a minute
and went out to the shop.
It was still bright there
and I felt better able to breathe.

Old age can digest
anything: the commotion
at Heaven's gate — the struggle
in store for your all your life.

How long and hard it is
before you get to Heaven,
unless like little Agnes
you vanish with early tears.


viernes, 29 de abril de 2011

Iggy McGovern





El bárman matemático
vive en un mundo propio;
calcula el promedio
de burbujas en cada pinta
o las distintas combinaciones de monedas
para cambiar un billete de cinco
o el tiempo que tarda una gota del Optic
en llegar al piso de listones.

Pero todos los clientes le tienen aprecio,
y no sólo porque no dice nunca:
has tomado uno de más.
A él le gusta expresarlo de esta forma:
hay tres tipos de bárman,
los que saben contar
y los que no.

Iggy McGovern, Coleraine, Irlanda del Norte, 1956?
reside desde 1979 en Dublín, donde es profesor de física en Trinity College.
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


The Mathematical Barman

The mathematical barman
lives in a world of his own;
He's calculating the average size
of the bubbles in each pint
or the different combinations of coins
in the right change from a fiver
or the time it takes a drop from the optic
to reach the slatted floor.

But the customers all love him,
and not just because he never
says: you've had one too many.
He likes to put it this way:
there's three types of barman,
them that can count and them
that can't.

¿Fue en Nochebuena que viniste,
"la peor época del año"
y nadie está hablando de la nieve?
Todos nos estábamos portando
del mejor modo posible, tratando de estar
a la altura de tu nombre,
Ámbar entre "alto" y "adelante".

Pero, oh, la cereza del postre,
cuando te quitaste el chal de los hombros
y coloridos tatuajes brillaron por todas partes:
pastores, sabios, espabilados de golpe,
se acercaron a ver aquel mapa estrellado;
el gato se arrodilló en el suelo.

Iggy McGovern, Coleraine, Irlanda del Norte, 1956?
Versión © Gerardo Gambolini


Amber's epiphany

Was it Christmas Eve you came,
"the worst time of the year"
and nobody's speaking of snow?
We were all on our best behaviour,
trying to live up to your name,
Amber between 'stop' and 'go'.

But O the icing on the cake
when you removed your shoulder wrap
and bright tattoos shone all around:
Shepherds, wise men, nudged awawe,
drew nigh to view that starry map;
the cat knelt on the ground.
                                              a mi madre

Abandonándote en la gran ocasión
entre el incómodo espacio
y el sordo golpeteo de la arcilla,
pondré en la pala ritual
cuentas de rosario, escapulario marrón,
pañuelo recién doblado en cuatro,
zapatos lustrados con esmero,
camisa blanca, el cuello almidonado,
pantalones cortos planchados con raya
y ropa interior limpia esperando siempre
ser atropellado por ese auto no visto.
Haciendo un Espectáculo Sagrado de todos nosotros,
lloriqueando delante de todo el mundo,
desnudo como el día.

Iggy McGovern, Coleraine, Irlanda del Norte, 1956?
Versión © Gerardo Gambolini


Lament

                                            for my mother

Letting you down on the big occasion
between the ungainly shunting
and the muffled thrumming of clay,
I will place on the ritual shovel
Rosary beads, brown scapular,
freshly-quartered handkerchief,
shoes blacked with elbow grease,
white shirt, the collar starch-stiff,
short trousers pressed to a crease
and clean underwear – still waiting
to be struck by that unseen car.
Making a Holy Show of us all,
mewling in front of everyone,
naked as the day.



lunes, 25 de abril de 2011

Seamus Deane




Estaba hachando leña en el cobertizo
al atardecer. Una ráfaga de viento
cerró de golpe la puerta, lanzándome
a una negrura tal que
erré el golpe y arranqué
una chispa del suelo.

Me vinieron recuerdos de mi padre
cortando leña en otoño,
y con ello el olor del humus,
el vuelo anunciado
de las últimas golondrina,
el dorado marchito de las avispas

en la trama radiada
de las telarañas. Los recuerdos
me detuvieron tanto tiempo que estaba oscuro
cuando empecé a juntar las astillas.
Un soplo de resina, y sentí
agitarse las semillas del dolor

mientras volcaba la leña blanca
en la caja que retumbaba
y oía al viento azotar
los árboles y torcer para volverse
una corriente de lamento
contra el muro recortado.

Caída blanca de la madera y una chispa que salta
azul-rojiza, golpe de viento
negro alquitrán, tintes oscuros
de aguas tranquilas y en movimiento,
las muertes a tiempo de los veranos,
las muertes a destiempo de los padres...

¿Tenía que estar hachando
casi en la oscuridad, invocar la chispa
de su profunda capacidad de enriquecimiento
y decadencia? Como sea, en este clima enmarañado
debo cortar leña para el hogar
y partir el viento implacable

para oír sus ruidos interiores.
Pronto el rojo panal del fuego
inflamará de brillo el atizador
hasta la mitad. Pronto
el humo de la leña en el aire
llevará mi sentimiento hacia la noche.

Seamus Deane, Derry, Irlanda del Norte, 1940
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Breaking wood

I was breaking wood in the shed
As dark fell. The wind gusted
And slammed the door, pitching
Me into a blackness that I
Missed my stroke and struck
A spark from the floor.

It brought back my father
Chopping wood in autumn,
And with it came the smell
Of leaf-mould, the hinted
Flights of late swallows,
The shrivelled gold

Of wasps in the notches
Of wide-spoked webs. Memories
Stilled me so long it was dark
Before I rose to gather the sticks.
A sigh of resin and I felt
The stirring of seeds of regret

As I tumbled the white wood
Into the rumbling box
And heard the wind whip
On the trees and bend into
A straight stream of lament
At the razored edge of the wall.

White fall of wood and blue-red
Leaping spark, pitch black
Blow of wind, dark inks
Of still and moving waters,
The seasonable deaths of summers,
The unseasonable deaths of fathers...

Should I have struck with the axe
Near darkness, called the spark
From his deep energies of enrichment
And decay? Still, in this tangled weather
I must break sticks for warmth
And split the flinty wind

For its interior noises.
Soon the red honeycomb of fire
Will sting the poker bright
Up half its length. Soon
The fume of wood upon the air
Will take my feeling to the night.

sábado, 23 de abril de 2011

Michael O'Loughlin



Una canción de amor en Irlanda, 1988

Te amaré hasta el final de los tiempos
dijo él, una cueva oscura
abriéndose al borde de sus palabras.

El nombre redondo, plateado
estaba en su boca,
el barro tibio,

el sueño de ellos es agua.
Nadan juntos.
La plegaria de él es cada noche la misma:

zambullámonos, que nos impulse
el robusto motor
de nuestro amor.

Seamos el salmón
que persigue un río
por mares envenenados.

Michael O’Loughlin, Dublín, Irlanda, 1958
poemas de Another Nation, Arc Publications, 1996
Versión © Gerardo Gambolini


A Love Song in Ireland, 1988

I’ll love you till the end of time
He said, a dark cave opening
At the edge of his words.

The round silver names
Were in his mouth,
The warm mud,

Their sleep is water.
They float together.
Each night his prayer is the same:

Let us dive, let us be propelled
By the thick engine
Of our love,

Let us be the salmon
Who follows a river
Through poisoned seas.


Los fragmentos

Durante meses, al volver a casa tarde, a la noche,
nos deteníamos en un semáforo
en medio de la nada
y sentados ahí, el motor inquieto
por la autopista vacía
yo miraba el paso sobre nivel a medio construir
alzado bajo la luz de la luna
como un templo griego en ruinas
y me sentía rodeado de repente
por los monumentos destruidos y potentes
de una civilización que aún no hemos descubierto
los fantasmas de algo que nos acecha
el futuro imaginado pasado quizás
o los millones de muertos sino
que se elevan y caen
en el barro y la piedra grabada
el fantasma de la bestia
en cuya caparazón habitamos
sin saber si estamos
en el centro o el contorno
sintiendo que los fragmentos son nuestra única integridad
tallando con cuidado sus bordes partidos.

Michael O’Loughlin, Dublín, Irlanda, 1958
poemas de Another Nation, Arc Publications, 1996
Versión © Gerardo Gambolini

The Shards

For months, coming home late at night
We would stop at a traffic light
In the middle of nowhere
And sit there, the engine restless
For the empty motorway
While I looked out at the half-built flyover
That stood in the moonlight
Like a ruined Greek temple
And I suddenly felt surrounded
By the shattered and potent monuments
Of a civilization we have not yet discovered
The ghost of something stalking us
The future imagined past perhaps
Or else the millions of dead
Rising and falling
Into the mud and carved stone
The ghost of the beast
Whose carapace we inhabit
Not knowing if we stand
At centre or circumference
Sensing that shards are our only wholeness
Carefully carving their shattered edges.


viernes, 22 de abril de 2011

Javier Adúriz



Hay una huella en tu corazón...

Hay una huella en tu corazón
que no he recorrido.

Conozco con ardor los pliegues
de tu risa transformando la estancia.
Conozco con ardor el perfume
de tu cuerpo perforado de espíritu,
esa mirada oscura tuya,
convocándome.

Siempre, no obstante, resta
un secreto: el camino encantado
de tu pensamiento.


Ser un batir de alas agotadas...

Ser un batir de alas agotadas
en el latido de la noche,
ser la dureza de una despedida
diaria, augurio de horas inhumanas.

Ser el que no se es, para volver
y ser, amargo, el hombre apenas hombre
en el caliente beso que restaura
el ambiguo triunfo de estar vivo.

Ser la doliente opacidad, la sombra
exasperada y heridora, pero
al menos serlo en tu conocimiento.

Asombro que renueva en mi conciencia:
haber vivido para haberte visto,
qué gloria extraña como tan amada.

Javier Adúriz, Buenos Aires, 1948-2011

jueves, 21 de abril de 2011

UNA TRISTE NOTICIA

El Editor expresa su hondo pesar por el fallecimiento de Javier Adúriz. La poesía argentina pierde una voz lúcida y poderosa. Que su alma descanse en paz.

miércoles, 20 de abril de 2011

Juana Bignozzi



sigo a un hombre hacia...

sigo a un hombre hacia la violencia de las playas africanas
sigo a mis amigos hacia el sol de los domingos
mayo en el centro de dos caminos
de la luz que crece y de la luz que agoniza
¿primavera? ¿otoño?
del agua hacia el frío del frío hacia el agua
al nacer y al morir
¿coincide el color de los árboles en algún punto?
¿coincide la orilla de mi vida con la de mi subsistencia?

Juana Bignozzi, Buenos Aires, Argentina, 1937
imagen: Egon Schiele, Autumn Sun and Trees (1912)


dispuesta a creer que me han amado

dispuesta a creer que me han amado
incapaz de saber si he amado
—entendámonos, entregada, perdida, sin rescate—
aún quisiera comprender el amor de los hombres
hombres que vuelven o permanecen y repiten su pasión
aún quisiera llegar a saber qué rostro ven en el mío
en ese momento de extrañamiento que llaman pasión

Juana Bignozzi, Buenos Aires, Argentina, 1937


H. M.

Que haría yo sin tus flores
que haría yo sin esta permanencia
de tu gesto y tu lugar
Que haría yo si debiera pensar
en pérdida olvido y sobre todo final
Que haría yo si no tuviera
la certidumbre de tu memoria

Juana Bignozzi, Buenos Aires, Argentina, 1937


extrañas parejas

siempre volví en olor de bienvenida
flores animalitos de mis colores
corazones de papel que son los que me importan
y ahora entro en una casa donde
hay que dar la luz y el agua
y no buscar bebida en vaso limpio no la hay
sólo una voz por el teléfono

he aceptado entrar en una casa a oscuras
para que en mi vida no echara raíces el patetismo

Juana Bignozzi, Buenos Aires, Argentina, 1937

domingo, 17 de abril de 2011

Fred Johnston


Fe

Conoceré a una chica de pelo brillante —
eso dice mi horóscopo en The Star

después de misa, una mujer murmura
sobre milagros en Bosnia, los ciegos verán

apostamos sobre seguro: Dios como croupier
hay nuevos demonios en las mesas

podemos hablar con igual inocencia
del Bundesbank y de las hadas

este abandono infantil del alma
facilita el asesinato y la magia

yo siempre soy dos personas: me santiguo
al pasar por una iglesia, no

permito espinos en la casa —
temo a lo que no se puede demostrar

y no hago caso a lo que está demostrado —
hay una piedra en mí que no se puede sacar.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
reside en Galway, Irlanda del Sur
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Faith

I will meet a girl whith shining hair —
so says my horoscope in The Star

after Mass, a woman whispers of
miracles in Bosnia, the blind will see

we hedge our bets, God as croupier
there are new demons at the tables

we can talk with equal innocence
about the Bundesbank and fairies

this child’s soul-carelessness
makes murder and magic easy

I am always to people: I bless
myself outside a church, I do not

allow whitethorn in the house —
I fear what cannot be proved

and shrug off that which is —
there is a stone in me that cannot be removed.


Requiem

Mi padre murió serenamente, sin alboroto
en una sala inundada de luz apocalíptica
vimos el último jadeo de su pecho
un sonido como de seda arrastrada entre los dedos
mientras el alma magullada le salía con trabajo
por entre los dientes apretados
que se habían negado a separarse durante días
para susurrar ahora una palabra del nuevo mundo
que resistió con fiebres y semi-vigilias
sus manos garabatearon en las sábanas jeroglíficos absurdos
sus rodillas descarnadas formaron los Montes de la Luna
se convirtió en un continente que ningún hombre cuerdo exploraría
y cuando llegó el fin, fue absurdamente común
sencillamente se fue, sin molestarnos
como si el fantasma de él fuera todo lo que jamás había habido
invisible por tanto tiempo, un aliento que iba y venía
nada más. Su muerte pasó inadvertida
hasta que un silbido lunático perforó nuestros recuerdos
guardados de él. Una máquina brillante y lustrosa
trazó una línea por su vida, una serie de números verdes
dieron la hora y el minuto —
latitud, longitud, podíamos definir
el último lugar de la tierra donde había sido visto con vida
y eso es de lo que hablamos, lo que recordamos.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
reside en Galway, Irlanda del Sur
Versión © Gerardo Gambolini


Requiem

My father died quietly, without fuss
In a room drenched with apocalyptic light
We saw the last heaving of his chest
A sound like silk drawn through your fingers
As the bruised soul squeezed out between clenched
Teeth that had refused to part for days now
To whisper one word of the new world
He resisted through fevers and half-wakings
His hand scrawled mad hieroglyphs on the sheets
His claw-boned knees drew up the Mountains of the Moon
He became a continent no sane man would explore
And when the end came it was absurdly unremarkable
Without disturbing us, he simply went away
As if the ghost of him was all there had ever been
For so long invisible, a breath that came and went
Nothing more. Hys dying passed unnoticed
Until a lunatic whine pierced our lucky-bag
Memories of him. A sleek polished machine
Drew a line through his life, a set of green numbers
Gave the hour and the minute —
Latitude, longitude, we could pinpoint
The last place on earth he’d been seen alive
And this is what we talked about, what we remembered.



jueves, 14 de abril de 2011

Eamon Grennan



Abandonando el jardín

Tiempo de recordar otra vez
la última mirada que mi padre le dio al jardín,
de pie junto a la puerta para retenerlo todo
y todo lo que sabía del mismo
antes de ser acomodado lentamente en el auto
rumbo al hospital. Los primeros narcisos de marzo
florecen deslumbrantes,
el ligustro sin podar resplandece
y unas rosas tenaces siguen inclinando
su cabeza hacia él mientras se va.
Verá la huella oscura de unas babosas
deslizándose en el pasto,
pero no dirá nada,
dejando que todo se desvanezca detrás de sí
como un dibujo de juventud — un rostro
que amó pero que no recuerda bien —
al igual que un nadador cede su cuerpo
al oleaje — un detalle
en la marea poderosa —
sintiendo su vastedad, su contenida
violencia y extraña paz. Así,
abandonando el control ya que las cosas
tenían que pasar, mi padre deserta
y se aleja de este pequeño espacio cercado
de brillo exhuberante que empieza
a resistir otra vez
lo que los días hacen, yendo y viniendo.

Eamon Grennan, Dublin, Irlanda, 1941
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Charles Rowbotham, A Cottage Garden


Leaving the garden

Time to remember again
the last look my father gave the garden,
standing at the gate to take it all
and all he knew of it in
before being slowly eased into the car
for the hospital. Early March
daffodils are in raving bloom,
the untrimmed privet bush glistens,
and some hardy roses keep
nodding their heads at him as he goes.
He´ll notice the dark finger-shapes
of a dozen slugs slithering
over grass, but says nothing,
letting it all fall behind him
like an early draft, a face
he loved but can’t quite remember,
the way a swimmer lets the swell
take his body with it — a detail
in that mighty rise and fall —
feeling its hugeness, its contained
violence and curious peace. So,
letting go his hold on where
things had to happen, my forsaking father
turns himself away
from this hedged-in small space
of hearty brightness that begins
to weather all over again
what days do, coming and going.



miércoles, 13 de abril de 2011

Vicente Huidobro




Señora hay demasiados pájaros
En vuestro piano
Que atrae el otoño sobre una selva
Espesa de nervios palpitantes y libélulas

Los árboles en arpegios insospechados
A veces pierden la orientación del globo

Señora lo soporto todo. Sin cloroformo
Desciendo al fondo del alba
El ruiseñor rey de setiembre me informa
Que la noche se deja caer entre la lluvia
Burlando la vigilancia de vuestras miradas
Y que una voz canta lejos de la vida
Para sostener el espacio desclavado
El espacio tan lleno de estrellas que se va a caer

Señora a las diez huele a tabaco de artista
Amáis el nadir a cuerpo de pájaro
Sois un fenómeno ligero
Me voy solitario hacia el ocaso de los turistas
Es mucho más bello

Vicente Huidobro, Chile, 1893-1948
imagen: Picasso, Desnudo reclinado y mujer lavándose los pies, 1944


Poemas póstumos - 4

Quiero desaparecer y no morir
Quiero no ser y perdurar
Y saber que perduro
Llamo a las puertas de la muerte
Y me retiro
Llamo a la vida y huyo avergonzado
Quiero ser toda mi alma y no lo puedo
Quiero todo mi cuerpo y no lo logro

Vicente Huidobro, Chile, 1893-1948