jueves, 6 de enero de 2011

Edgar Allan Poe


A F—s S. O—d

¿Deseas ser amada? ¡Tu corazón entonces
no apartes de la senda que transita!
Siendo todo lo que eres,
en nada seas distinta.
Así para el mundo, tus delicadas maneras,
tu gracia, tu indescriptible belleza,
serán eterno motivo de elogio,
y el amor, un simple imperativo.

Edgar A. Poe, Boston, 1809 – Baltimore, 1849
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


To F—s. O—d

Thou wouldst be loved? – then let thy heart
From its present pathway part not!
Being everything which now thou art,
Be nothing which thou art not.
So with the world thy gentle ways,
Thy grace, thy more than beauty,
Shall be an endless theme of praise,
And love – a simple duty.



Sueños

¡Oh, si mi vida fuera un sueño duradero!
Mi alma no despertaría hasta que el alba trajera
el brillo de una Eternidad.
Sí, aunque ese largo sueño fuese de un dolor irremediable,
sería mejor que la fría realidad de la vigilia
para aquel cuyo corazón, sobre la bella tierra,
debe ser –y siempre ha sido–
un caos de pasión, desde la cuna.
Pero si fuera –ese sueño eternamente
continuo– como los sueños de mi niñez,
sería necio esperar un paraíso más sublime.
Porque me he deleitado, cuando el sol era brillante,
en cielos de verano, en sueños de luz viva
y de belleza; y he llevado mi propio corazón
a regiones que yo mismo imaginé,
lejos de mi hogar, con seres nacidos
de mi propio pensamiento. ¿Qué más podría haber visto?

Fue una vez, y sólo una vez, y el momento
no se borrará de mi memoria; algún hechizo o poder
me había dominado; el viento helado vino a mí en la noche
y dejó su imagen en mi alma al alejarse,
o la luna brilló demasiado fríamente en su apogeo,
velando mi descanso, o las estrellas... Como haya sido,
aquel sueño fue como ese viento nocturno: que pase...
He sido feliz, pero en un sueño.
Oh, los sueños, con su vívido disfraz
o con su esfuerzo fugaz y nebuloso
por parecerse a la realidad, ofrecen a la mirada febril
más cosas bellas del Cielo y del Amor
de las que jamás conoció la joven Esperanza
en su hora más alegre.

Edgar A. Poe, Boston, 1809 – Baltimore, 1849
Versión © Gerardo Gambolini


Dreams

Oh! that my young life were a lasting dream!
My spirit not awakening, till the beam
Of an Eternity should bring the morrow.
Yes! tho’ that long dream were of hopeless sorrow,
’Twere better than the cold reality
Of waking life, to him whose heart must be,
And hath been still, upon the lovely earth,
A chaos of deep passion, from his birth.
But should it be – that dream eternally
Continuing – as dreams have been to me
In my young boyhood – should it thus be given,
’Twere folly still to hope for higher Heaven.
For I have revell’d, when the sun was bright
I’ the summer sky, in dreams of living light
And loveliness, – have left my very heart
In climes of my imagining, apart
From mine own home, with beings that have been
Of mine own thought- what more could I have seen?
’Twas once- and only once – and the wild hour
From my remembrance shall not pass – some power
Or spell had bound me – ‘twas the chilly wind
Came o’er me in the night, and left behind
Its image on my spirit – or the moon
Shone on my slumbers in her lofty noon
Too coldly – or the stars – howe’er it was
That dream was as that night-wind – let it pass.

I have been happy, tho’ in a dream.
I have been happy – and I love the theme:
Dreams! in their vivid coloring of life,
As in that fleeting, shadowy, misty strife
Of semblance with reality, which brings
To the delirious eye, more lovely things
Of Paradise and Love – and all our own!
Than young Hope in his sunniest hour hath known.



Lucero de la tarde

Era en pleno verano,
en mitad de la noche,
y pálidas lucían las estrellas
ante la gélida luna
encumbrada en las Alturas.
Rodeada de planetas
–sus esclavos–, su luz brillante
bañaba las aguas.
Contemplé durante un rato
su fría sonrisa – demasiado fría,
demasiado fría para mí.
De pronto, una nube fugaz
pasó, como un sudario,
y me volví para mirarte,
orgulloso lucero de la tarde,
en tu lejano esplendor.
Y más preciado será tu brillo,
pues la orgullosa parte que de noche
te toca en el Cielo
es gozo para mi alma,
y más admiro tu fuego distante
que esa luz más fría y menos noble.

Edgar A. Poe, Boston, 1809 – Baltimore, 1849
Versión © Gerardo Gambolini


Evening Star

‘Twas noontide of summer,
And mid-time of night;
And stars, in their orbits,
Shone pale, thro’ the light
Of the brighter, cold moon,
‘Mid planets her slaves,
Herself in the Heavens,
Her beam on the waves.
I gazed awhile
On her cold smile;
Too cold – too cold for me –
There pass’d, as a shroud,
A fleecy cloud,
And I turned away to thee,
Proud Evening Star,
In thy glory afar,
And dearer thy beam shall be;
For joy to my heart
Is the proud part
Thou bearest in Heaven at night,
And more I admire
Thy distant fire,
Than that colder, lowly light.

martes, 4 de enero de 2011

Diego Bigongiari


Entropía

Oh Entropía irremediable — como una medianoche
de borrachos: cada una de nuestras naves
naufraga en los curvos océanos del
tiempo. Y aún entonces
no andaremos más allá ni más acá
de un dónde.

Al final, solamente habremos
diluido la tinta negra del Océano
con algunos pétalos de rosa.

Diego Bigongiari, Buenos Aires, Argentina, 1956
imagen: s/d


Tatuajes

Caballos de fuego, salamandras y dragones: la piel
de los marineros y sus hieródulas padece, en tetracromía,
una infección mitológica, los íncubos
del Tatuador que siempre sueña, de Hamburgo
a Hong Kong, con un misterioso zodíaco.
Solamente Él, y el Sol y la Luna conocen
todos aquellos fragmentos y saben leer, a través
de los siete mares, como en las páginas de un Zohar
dispersas en el viento, los alephs, las mariposas,
los unicornios y mandalas.
Y los tatuajes de los muertos vuelven así
a ser soñados y tatuados.

Suceden cosas raras.
Conocí a un marinero con una Serpiente Emplumada
tatuada en el tórax, y no había oído nombrar jamás
a D. H. Lawrence, ni Quetzacoatl.
Pero podía enseñar, Oniris Causa, todo sombre ambos.

Diego Bigongiari, Buenos Aires, Argentina, 1956


Un ajedrez para argonautas

Meridianos y paralelos rayan al Océano como un
inmenso tablero de ajedrez donde el buque mueve a la
manera de una Torre o un Alfil y la mente en zig zag, como
el Caballo de Shklovsky (pero los caballos, sostuvo Malaparte,
están locos)
mientras un poderoso cronómetro filtra toda impureza
en el Tiempo, hasta que al fin solos (Torre y Caballo en
un tablero desierto), sin más reinas ni reyes
que defender o jaquear, y sin peones para esquivar
o pasar a contramano, es dable irse de tablas
por el resto de los días: y es así como el ajedrez
deja de ser una chinecería y se transmuta
en un juego más profundo.

Diego Bigongiari, Buenos Aires, Argentina, 1956

domingo, 2 de enero de 2011

Gerardo Gambolini


Laicos en el templo

Una marea incontable
desfilando ante los cuerpos
con salmos y elegías

Una marea incontable
canonizando al césar, produciendo
ceremonia

Quédate lejos, dios,
sigue ocurriendo en la conjetura
no vengas a la fe del paganismo

No cesará la noche encubierta —
algo indominable nos condena a combatir
el clero de la mente con mesías

Gerardo Gambolini, Argentina, 1955
imagen: Tres peregrinos ciegos (1566), Pieter Brueghel el Viejo
probablemente copia de un original perdido


jueves, 30 de diciembre de 2010

José María Álvarez / 4 poemas


The shadow line

No puedo ver las velas altas, capitán —Joseph Conrad

in memoriam Joseph Conrad


Sobre la playa el viento de Septiembre
abre extraños caminos. Silenciosas aves
del mar escoltan unos restos
y que las olas borrarán.
Algo que fue navío, soledad de delfín,
sueño de hombres.
Así el Arte.
Y las cenizas del amor.


Farsa italiana de la enamorada del rey

El enamorado recorre su camino a ciegas —Propercio

Tus labios están calientes —William Shakespeare


El firmamento giratorio es para mí como el oro de una sortija que todo lo ciñe y en la que tú eres la piedra preciosa —Ibn Hazm


Sé bella
Deja que el planeta camine hacia el hielo
Todo pasa menos la belleza
Clava en mis ojos tu bandera negra


Aymant

Como a Bennvenuto Cellini -hacia quien experimento mayor inclinación de la que tengo por los otros maestros del Quattrocento-, me gusta vagar por la arena abandonada por la marea, recogiendo conchas, guijas —Claude Lévi-Strauss


...Las viejas playas. A las que siempre
algo
te lleva. Como ningún otro latido
del mundo, esas orillas...

Caminas por el filo de las aguas. El sol que las traspasa,
ese velo cristalino,
y esas conchas
medio enterradas en la arena, y esas cintas
azules
que la luz dibuja.

No es tu memoria
quien reconoce,
donde existe depositada esa luz, esos colores,
estas orillas transparentes, la sensación
de la mar en tus dedos.
Es una dicha sin pasado. Sólo su instante
de exaltación, la
Vida
más allá
de lo comprensible.


Bezahar

Míos fueron, mi corazón,
los vuestros ojos morenos.
¿Quién los hizo ser ajenos?

—Cancionero anónimo

En estos tiempos que corren, provechoso es disponer de una mujer hermosa — Alessandra Mancinghi-Strozzi

Estas divertidas divagaciones levantaron por un momento su ánimo, y entregose a la contemplación — Joris-Karl Huysmans


El oro de la tarde
sobre el mar de tu cuerpo

El crepúsculo ardiendo en tu mirada

El ulular de sirenas de tus entrañas

Nuestras lenguas enlazándose como pájaros suntuosos

Contemplando tu belleza y mi deseo
acepto la vida

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen: s/d

martes, 28 de diciembre de 2010

Fernando Pessoa


En la noche terrible, sustancia natural de todas las noches...

En la noche terrible, sustancia natural de todas las noches,
En la noche de insomnio, sustancia natural de todas mis noches,
Recuerdo, velando en modorra incómoda,
Recuerdo lo que hice y lo que podía haber hecho en la vida.
Recuerdo, y una angustia
Se derrama por mí como un frío del cuerpo o un miedo.
Lo irreparable de mi pasado: ¡ése es el cadáver!
Todos los otros cadáveres quizá sean ilusiones.
Todos los muertos quizá estén vivos en otra parte.
Todos mis propios momentos pasados quizá existan por ahí,
En la ilusión del espacio y del tiempo,
En la falsedad del devenir.
Pero lo que yo no fui, lo que no hice, lo que ni siquiera soñe;
Lo que sólo ahora veo que debería haber hecho,
Lo que sólo ahora claramente veo que debería haber sido...
Es lo que está muerto más allá de todos los Dioses,
Eso —y fue al fin lo mejor de mí— es lo que ni los Dioses hacen vivir...

Si a cierta altura
Hubiese doblado hacia la izquierda en lugar de hacia la derecha;
Si a cierta altura
Hubiese dicho sí en lugar de no, o no en lugar de sí;
Si en cierta conversación
Hubiese tenido las frases que sólo ahora, en el entresueño, elaboro...
Si todo eso hubiese sido así,
Sería otro hoy, y tal vez el universo entero
Sería llevado insensiblemente a ser otro también,

Pero no doblé hacia el lado irreparablemente perdido,
No doblé ni pensé en doblar, y sólo ahora lo percibo;
Pero no dije no o no dije sí, y sólo ahora veo lo que no dije;
Pero las frases que faltó decir en ese momento me surgen todas,
Claras, inevitables, naturales,
La conversación cerrada concluyente,
La materia toda resuelta...
Pero sólo ahora lo que nunca fue, ni será hacia atrás, me duele.

Lo que de veras fallé no tiene ninguna esperanza
En ningún sistema metasfísico.
Puede ser que para otro mundo pueda llevar lo que soñé,
¿Pero podré llevar para otro mundo lo que me olvidé de soñar?
Esos sí, los sueños por tener, son el cadáver.
Lo entierro en mi corazón para siempre, para todo el tiempo, para todos los universos.

Esta noche donde no duermo, y el sosiego me cerca
Como una verdad de la que no participo,
Y allá fuera la luna, como una esperanza que no tengo,
es invisible para mí.

Fernando Pessoa, Lisboa, 1888-1935
Fernando Pessoa, Poemas, Ed. Fabril, Bs. As., 1972
Traducción de Rodolfo Alonso
imagen: Retrato de Pessoa por J. L. Roth



Na noite terrível, substância natural de todas as noites,
Na noite de insónia, substância natural de todas as minhas noites,
Relembro, velando em modorra incómoda,
Relembro o que fiz e o que podia ter feito na vida.
Relembro, e uma angústia
Espalha-se por mim todo como um frio do corpo ou um medo.
O irreparável do meu passado — esse é que é o cadáver!
Todos os outros cadáveres pode ser que sejam ilusão.
Todos os mortos pode ser que sejam vivos noutra parte.
Todos os meus próprios momentos passados pode ser que existam algures,
Na ilusão do espaço e do tempo,
Na falsidade do decorrer.
Mas o que eu não fui, o que eu não fiz, o que nem sequer sonhei;
O que só agora vejo que deveria ter feito,
O que só agora claramente vejo que deveria ter sido —
Isso é que é morto para além de todos os Deuses,
Isso — e foi afinal o melhor de mim — é que nem os Deuses fazem viver…

Se em certa altura
Tivesse voltado para a esquerda em vez de para a direita;
Se em certo momento
Tivesse dito sim em vez de não, ou não em vez de sim;
Se em certa conversa
Tivesse tido as frases que só agora, no meio-sono, elaboro —
Se tudo isso tivesse sido assim,
Seria outro hoje, e talvez o universo inteiro
Seria insensivelmente levado a ser outro também.

Mas não virei para o lado irreparavelmente perdido,
Não virei nem pensei em virar, e só agora o percebo;
Mas não disse não ou não disse sim, e só agora vejo o que não disse;
Mas as frases que faltou dizer nesse momento surgem-me todas,
Claras, inevitáveis, naturais,
A conversa fechada concludentemente,
A matéria toda resolvida…
Mas só agora o que nunca foi, nem será para trás, me dói.

O que falhei deveras não tem esperança nenhuma
Em sistema metafísico nenhum.
Pode ser que para outro mundo eu possa levar o que sonhei.
Mas poderei eu levar para outro mundo o que me esqueci de sonhar?
Esses sim, os sonhos por haver, é que são o cadáver.
Enterro-o no meu coração para sempre, para todo o tempo, para todos os universos.
Nesta noite em que não durmo, e o sossego me cerca
Como uma verdade de que não partilho,
E lá fora o luar, como a esperança que não tenho, é invisível p’ra mim.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Arturo Chemes


Mueca vencida

Le explicó que uno era
el pasado
y él no lo sabía
y el pasado en realidad
era el presente
o el presente
era un pasado continuo
un futuro imperfecto
insuficiente, inmerecido

Y él no hacía nada
para cambiarlo
y se quedaba ahí pasivamente
mientras el mundo
se iba cayendo a pedazos
y era inútil esperar
que hiciera algo
y merecía la condena de los tibios
el destierro de los mansos
la medalla del dolor

Y no la vio más

Arturo Chemes, Bs. As., Argentina, 1955
imagen: s/d

jueves, 23 de diciembre de 2010

Miguel Gaya


de Colección Robin Hood (1994)


Harto sorprendiéndose Robinson Crusoe
de la huella estampada
en arena húmeda
Pie desnudo en el reino
de la soledad
Así
caviloso
me detengo en las señales que tu cuerpo deja
en desolado territorio
Desnudo también
para mejores días



La condena del Hombre
que Ríe:
Toda belleza sucede
afuera
No puedo salir
de tu corazón
que pasa



Ella usaba el pelo
como el Príncipe Valiente
y modales impropios
de la familia real
Combatimos mucho
en batallas privadas
y nunca hubo acuerdo
sobre la victoria
Sin tiempo para sagas
ni conciencia de gestos
que pudieran cantarse
no dejamos tras nuestro
más que
toscos mensajes
señales urgentes
que no fueron leyenda:
“La cerveza en la heladera
Ya no hay comida
Besos”



Para que engorde el caldo
le ponemos
cosas innombrables.
Para que tenga sustancia.
Y después negamos
“Tiene choclo nomás
alguna tripa gorda...”

Tierra de ranqueles es esta
De cristianos dudosos.
Más que de mentiras
nos alimentamos de ocultamientos
Todos comimos
Carne de yegua
gusanos de la tierra.

Miguel Gaya, Buenos Aires, Argentina, 1953

lunes, 20 de diciembre de 2010

T. S. Eliot


El viaje de los Reyes Magos

“Una fría jornada la que tuvimos,
justo la peor época del año
para un viaje, y un viaje tan largo:
los caminos recónditos y el aire que cortaba,
lo más crudo del invierno.”
Y los camellos molestos, reacios, las patas lastimadas,
echados en la nieve que se fundía.
Hubo momentos en que añoramos
los palacios de verano en las laderas, las terrazas,
y las jóvenes delicadas trayéndonos refrescos.
Los camelleros gruñendo y maldiciendo, además,
y desertando, ansiosos de licor y de mujeres,
y las hogueras nocturnas que se apagaban, y la falta de refugios,
y las ciudades hostiles y los pueblos inhóspitos
y las aldeas sucias que cobraban precios altos:
una fría jornada la que tuvimos.
Al final preferimos viajar la noche entera,
durmiendo de a ratos,
con las voces zumbando en nuestros oídos, diciéndonos
que aquello era todo una locura.

Entonces, al alba, bajamos a un valle templado,
húmedo, bajo las nieves perpetuas, oliendo a vegetación,
con un arroyo que corría y un molino de agua acompasando la oscuridad,
y tres árboles recortados contra el cielo
y un viejo caballo blanco alejándose al galope por el prado.
Llegamos luego a una taberna con hojas de parra sobre el dintel,
seis manos en una puerta abierta jugando a los dados por piezas de plata,
y pies que pateaban odres vacíos.
Pero no obtuvimos ninguna información, y entonces seguimos
y al caer la noche, ya casi tarde,
hallamos el sitio; fue (podría decirse) satisfactorio.

Todo eso, recuerdo, fue hace mucho,
y lo haría de nuevo, pero anotad
esto, anotad
esto: ¿fuimos guiados tan lejos
a un Nacimiento o una Muerte? Hubo un Nacimiento, ciertamente,
tuvimos sin duda prueba de ello. Yo había visto nacimientos y muertes,
pero había pensado que eran diferentes; este Nacimiento
fue una amarga y dura agonía para nosotros, como la Muerte, nuestra muerte.
Volvimos a nuestro hogar, estos Reinos,
pero ya no más a gusto aquí, con el viejo orden,
con un pueblo extraño aferrándose a sus dioses.
Me pondría contento de otra muerte.

Thomas Stearn Eliot, St. Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965
versión © Gerardo Gambolini
imagen: Gustave Doré, Les rois mages guidés par l’etoile (1865)



Journey of the Magi

“A cold coming we had of it,
Just the worst time of the year
For a journey, and such a journey:
The ways deep and the weather sharp,
The very dead of winter.”
And the camels galled, sore-footed, refractory,
Lying down in the melting snow.
There were times we regretted
The summer palaces on slopes, the terraces,
And the silken girls bringing sherbet.
Then the camel men cursing and grumbling
And running away, and wanting their liquor and women,
And the night-fires going out, and the lack of shelters,
And the cities hostile and the towns unfriendly
And the villages dirty and charging high prices:
A hard time we had of it.
At the end we preferred to travel all night,
Sleeping in snatches,
With the voices singing in our ears, saying
That this was all folly.

Then at dawn we came down to a temperate valley,
Wet, below the snow line, smelling of vegetation;
With a running stream and a water-mill beating the darkness,
And three trees on the low sky,
And an old white horse galloped away in the meadow.
Then we came to a tavern with vine-leaves over the lintel,
Six hands at an open door dicing for pieces of silver,
And feet kicking the empty wine-skins.
But there was no imformation, and so we continued
And arrived at evening, not a moment too soon
Finding the place; it was (you may say) satisfactory.

All this was a long time ago, I remember,
And I would do it again, but set down
This set down
This: were we led all that way for
Birth or Death? There was a Birth, certainly,
We had evidence and no doubt. I had seen birth and death,
But had thought they were different; this Birth was
Hard and bitter agony for us, like Death, our death.
We returned to our places, these Kingdoms,
But no longer at ease here, in the old dispensation,
With an alien people clutching their gods.
I should be glad of another death.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Miguel Machalsky


Yo aquí

Yo aquí, a veinte días
de nueve años sin haber vuelto,
confieso: que todos los ríos duelen.
El pulmón denso del Plata, o el Aqueronte.
En cualquier pocilga o palacio
siempre esa navegación de ríos
y esa triste manera de ser feliz.

Miguel Machalsky, Buenos Aires, Argentina, 1954
reside en Francia desde 1977
imagen: s/d



Bosque

La bella inteligencia del camino
abriéndose paso entre lagartijas
desembocando en dunas;
su sinuosa astucia.
El coraje de los pinos
tan sin hombres; su madera
más que vieja.

El ancho vientre del horizonte de parto,
a punto de soltar aves
más rápidas que nuestras flechas,
más —mucho más— enteras
que nuestras breves velas.

Miguel Machalsky, Buenos Aires, Argentina, 1954


Breve paisaje

Ruido de brasas. El parque endulzado por el aire.
Ancianos boqueando, los párpados marchitos.
El río saca nuevos murmullos y juega
a abalorios de luz. Los puentes se descascaran.

Cuarenta años después, el mismo otoño
—el de Eliot—
me roza y espera
que yo haga algo.
Me convierta, por ejemplo, en otro.

Miguel Machalsky, Buenos Aires, Argentina, 1954


Árbol ralo

Lo más triste de la vida es esa manera que tiene
de ser igual a sí misma, con su estribillo que vuelve
a pasar por los ojos o detrás de los ojos.
Lo más triste es ser viejo, como un búho girando su cabeza
en la noche. Colgado de una rama esmirriada, altísima,
encima de las tumbas
de los seres queridos.

Miguel Machalsky, Buenos Aires, Argentina, 1954

jueves, 16 de diciembre de 2010

Dos poetas latino-estadounidenses



Clima turístico / Silvia Curbelo

Todo el verano los huracanes
con nombres de estrellas de cine
iluminan el mapa del clima
a lo largo de cuatro condados. Manejamos
en silencio a la salida del hospital
hacia las callecitas donde
los negocios con nombres de barcos
venden todo a mitad de precio.

Los caracoles son huesos. Me puse
tu viejo piloto. Todo lo que suena
en la radio del auto pertenece
a la lluvia. El clima es la única
noticia que vale la pena esperar.
La otra noche la enfermera joven
abrió de par en par las ventanas
poco antes de que golpeara la primera tormenta
y enytre los árboles pudimos oír
el rudo hablar de las olas,
un lenguaje sin ternura.

Artesanías, caracoles, piedras.
Algunas cosas son más
que sus nombres.
Como los huracanes. O el cáncer.
Una palabra como ésa puede matarte.

Una caracola apoyada en el oído
no dice nada. La lluvia cae
entre las grietas de lo que
queremos decir. La otra noche
soñé que agua fresca llenaba mi boca
y mi propia voz, adentro a la deriva,
se alzaba hacia vos
como cualquier sed humana.

Silvia Curbelo, Cuba, 1955
Reside en Estados Unidos desde 1967
traducción de Lisa R. Bradford y Fabián O. Iriarte
imagen: (izq.) Silvia Curbelo – (der.) Judith Ortíz Cofer


Tourist Weather

All summer long hurricanes
with the names of movie stars
light up the weather map
across four counties. We drive
in silence out of the hospital
and towards the small strips
where souvenir shops with nautical names
are selling everything half price

Shells are bones. I’ve put on
your old raincoat. Whatever
plays on the car radio belongs
to the rain. Weather is the
only news worth waiting for.
Last night the young nurse
threw open all the windows moments
before the first storm hit
and through the trees we could hear
the coarse talk of the waves,
a language without tenderness.

Driftwood, seashell, stone.
Some things are more
than their names.
Like hurricanes. Or cancer.
A word like that can kill you.

A shell held to one’s ear
tells nothing. Rain falls
between the cracks of what
we mean to say. Last night
I dreamt cool water filled my mouth
and my own voice, adrift inside it,
held itself up to you
like any human thrist.



La lección de la caña de azúcar / Judith Ortíz Cofer

Mi mamá abrió bien grandes los ojos
parada al lado de la plantación
lista para cortar.
“Respirá hondo”,
dijo en voz baja,
“no hay nada tan dulce:
nada más dulce”.
Al escucharla,
papá dejó la goma pinchada que estaba cambiando
bajo un sol que sacaba la brea del asfalto,
y me agarró del brazo, quebró mi corrida
hacia una planta:
“La caña puede asfixiar a una niña: snakes, las víboras
se esconden donde crece más alto que tu cabeza.”

Y nos llevó de vuelta al auto lisiado
donde transpiramos nuestra penitencia,
por haber antojado más dulzura
que la que no es permitida,
más de la que podemos manejar.

Judith Ortíz Cofer, Puerto Rico, 1952
Reside en Estados Unidos desde 1955
traducción de Lisa R. Bradford y Fabián O. Iriarte

The Lesson of the Sugarcane

My mother opened her eyes wide
at the edge of the field
ready for cutting.
“Take a deep breath,”
she whispered,
“There is nothing as sweet:
Nada más dulce.”
Overhearing,
Father left the flat he was changing
in the road-warping sun,
and grabbing my arm, broke my sprint
toward a stalk:
“Cane can choke a little girl: snakes hide
where it grows over your head.”

And he led us back to the crippled car
where we sweated out our penitence,
for having craved more sweetness
than we were allowed,
more than we could handle.