Lope de Aguirre
Yo vine a la conquista de la selva, y la selva me ha conquistado.
Aparto con las manos los enormes ramajes,
Miro a solas las encendidas flores con forma de pájaros,
La extrema contorsión de la serpiente herida
Que las nubes parecen reflejar en el cielo.
Nada es piedad aquí, nada es dulzura.
¿Si son crueles los monjes en los penumbrosos claustros de España,
Si son degolladores los reyes y envenenadoras las reinas
En sus artísticos salones llenos de lienzos y de lámparas,
Si son perversos los obispos y lascivos los papas
En la nube de mármol de sus tronos romanos,
Si son despiadados los clérigos, que leyeron a Homero y a Séneca,
Si son salvajes los capitanes que comen la carne cocida,
Salpicada de jerez y de orégano,
Si bajo Europa entera aúllan las mazmorras,
Cómo puedo ser manso en estas tierras,
Ceñido por las selvas impracticables,
Lejos de esos palacios tapizados por la letra y la música?
He decidido ser un tigre.
La selva invade el alma como un vino.
Aquí no hay bien ni mal sino el zarpazo,
La rauda flecha del halcón hacia la comadreja de aguas,
El estupor del conejo salvaje ante el bostezo de la enorme serpiente,
El salto de la hormiga roja escapando un instante de las fauces de la salamandra,
La innumerable y cíclica y recíproca voracidad
De la gran selva de oscuros dioses que se alimenta de sí misma como un dragón de fiebre.
El rey está muy lejos, gobernando sus yermos de Castilla,
Sus puertos que miran al África, sus chambelanes obsequiosos,
Sus espejos prietos de cortesanos, sus olivares retorcidos como doctrinas,
Su orgullo salpicado de galeones, sus panoplias marchitas (en cada daga sangre de un viejo amigo)
Y la tierra gime de leones españoles desde el río Sacramento hasta los arrozales de Manila,
Desde las charcas fétidas del infierno hasta las últimas plumas de los ángeles.
El rey es rey del mundo, pero la selva es mía,
Y ese ojeroso príncipe de piel de cera y manos puntiagudas
No podría avanzar con sus tacones de nácar por estos riscos de tristeza
Donde la carne pierde toda esperanza;
No podría aventar con sus abanicos de pavo real
En los húmedos aires a estos mosquitos rojos que prodigan la fiebre,
No hundiría jamás sus tobillos lechosos
En los pantanos infestados de dientes.
Déjame a mí el palacio de estos atardeceres de tormento que se parecen a mi alma,
Donde bestiales tropas me adoran de miedo,
Donde debo mirarlos como un buitre para que no me maten,
Donde los últimos ángeles de mi infancia se descomponen en las ciénagas tibias,
Donde los hombres solos, desprendidos del barco de los siglos, aprender a ser crueles,
A combatir el cielo a dentelladas, a recelar en el amor la emboscada.
Selva monumental, aire de flechas súbitas,
Humaredas que traen olor de extrañas carnes,
Ancianos indios extasiados de ojos amarillos
Que miran como reyes o santos las vacías regiones del cielo;
Y diente de jaguar para la suerte,
Y montones de rojas semillas maceradas que me harán fértil,
Y los senos oscuros que penden como frutos,
Y la rana que se hunde en su reflejo, y bóvedas de frondas meciéndose en el agua.
Descendemos gritando por los ríos violentos en barcazas pesadas de odio;
Sé que al darles la espalda, estos hombres me miran como perros,
Sé que estoy afilando el cuchillo que pasarán por mi garganta.
Hemos dejado un rastro de cadáveres desde las sierras de Mérida,
Por los llanos resecos, por las enloquecidas serranías,
Un rastro de caseríos en llamas, alaridos de madres ya sin destino,
Rostros atónitos debajo del agua que un remo empuja hacia el fondo,
Pero qué puedo hacer si la selva me ha trastornado,
Me reveló las bestias que habitaban mi carne,
Si sólo sé mandar y codiciar todo lo que pueda ser mío
Y aquí cada ramaje se opone a mis designios;
Qué puedo hacer sino amasar el oro de estos pueblos brutales,
Y ser el rey de sangre de estas tardes de lástima,
Y poner al tucán de pico extravagante sobre mi hombro,
Y coronar de flores como incendios mi cabeza aturdida,
Y declarar la guerra a las escuadras imperiales que cubren los océanos,
Con esta voz que grita en la selva y que jamás los alcanza,
Y ser el rey de ultrajes de estos soldados rencorosos
Hasta que sus cuchillos se apiaden.
William Ospina, Colombia, 1954.
imagen: Klaus Kinski en Aguirre, la ira de Dios
martes, 3 de agosto de 2010
William Ospina
viernes, 30 de julio de 2010
Jorge Manrique
Coplas de Jorge Manrique por la muerte de su padre (fragmentos)
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
[...] Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.
[...] Decidme: la hermosura,
la gentil frescura y tez
de la cara,
el color y la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas y ligereza
y la fuerza corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega al arrabal
de senectud.
[...] Los placeres y dulzores
de esta vida trabajada
que tenemos,
no son sino corredores,
y la muerte, la celada
en que caemos.
No mirando nuestro daño,
corremos a rienda suelta
sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
no hay lugar.
[...] Esos reyes poderosos
que vemos por escrituras
ya pasadas,
por casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
trastornadas;
así que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
y prelados,
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados.
[...] ¿Qué se hizo el rey don Juan?
Los infantes de Aragón
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué fue de tanta invención
como trajeron?
Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras
y cimeras,
¿fueron sino devaneos?
¿qué fueron sino verduras
de las eras?
........
[...] Después de puesta la vida
tantas veces por su ley
al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero:
después de tanta hazaña
a que no puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa de Ocaña
vino la muerte a llamar
a su puerta,
diciendo: «Buen caballero,
dejad el mundo engañoso
y su halago;
vuestro corazón de acero,
muestre su esfuerzo famoso
en este trago;
y pues de vida y salud
hicisteis tan poca cuenta
por la fama,
esfuércese la virtud
para sufrir esta afrenta
que os llama.
[...] Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos y hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio
(en cual la dio en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió
dejónos harto consuelo
su memoria.
Jorge Manrique, España, 1440-1479
imagen: s/d
lunes, 26 de julio de 2010
Ezra Pound
Portrait d’une femme
Tu mente y tú son nuestro Mar de los Sargazos;
en estos veinte años, Londres ha pasado por ti
y barcos brillantes te dejaron esto en pago:
ideas, rumores, restos de todo,
raras balizas de saber y ajados objetos de valor.
Grandes intelectos te buscaron, a falta de otra.
Fuiste segunda siempre. ¿Trágico?
No. Lo preferías a lo habitual:
un esposo insulso y aburrido, sumiso,
un espíritu mediocre, con una idea menos cada año.
Oh, eres paciente, te he visto sentada largas horas
donde algo podría haber surgido.
Y ahora pagas tú. Sí, pagas con largueza.
Eres alguien de cierto interés; uno llega a ti
y se lleva una ganancia singular:
trofeos rescatados, alguna curiosa sugerencia,
un dato que no conduce a nada, y uno o dos relatos
llenos de mandrágoras o de alguna otra cosa
que podría ser útil pero que nunca lo es,
que jamás encaja en una esquina ni muestra aplicación,
ni halla su hora en el telar de los días;
la dañada, vistosa, magnífica pieza antigua,
ídolos y ámbar gris y raras incrustacione:
esas son tus riquezas, tu gran acopio; y sin embargo,
a pesar de ese tesoro marino de cosas caducas,
extrañas maderas semi-hinchadas, y baratijas nuevas y brillantes,
en el lento fluctuar de la luz intensa y diferida
¡no hay nada! nada en todo eso
que sea enteramente tuyo.
Pero eso eres tú.
Ezra Loomis Pound, Idaho, Estados Unidos, 1885 –Venecia, Italia, 1972
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Ezra Pound
Portrait d’une femme
Your mind and you are our Sargasso Sea,
London has swept about you this score years
And bright ships left you this or that in fee:
Ideas, old gossip, oddments of all things,
Strange spars of knowledge and dimmed wares of price.
Great minds have sought you - lacking someone else.
You have been second always. Tragical?
No. You preferred it to the usual thing:
One dull man, dulling and uxorious,
One average mind - with one thought less, each year.
Oh, you are patient, I have seen you sit
Hours, where something might have floated up.
And now you pay one. Yes, you richly pay.
You are a person of some interest, one comes to you
And takes strange gain away:
Trophies fished up; some curious suggestion;
Fact that leads nowhere; and a tale for two,
Pregnant with mandrakes, or with something else
That might prove useful and yet never proves,
That never fits a corner or shows use,
Or finds its hour upon the loom of days:
The tarnished, gaudy, wonderful old work;
Idols and ambergris and rare inlays,
These are your riches, your great store; and yet
For all this sea-hoard of deciduous things,
Strange woods half sodden, and new brighter stuff:
In the slow float of differing light and deep,
No! there is nothing! In the whole and all,
Nothing that's quite your own.
Yet this is you.
viernes, 23 de julio de 2010
Roy Fuller
Ferry
Las ideas más viejas y sencillas
surgen con la antiquísima luna:
que ella esmalta bajo su esfera
a hombres y artillería,
gargantas y párpados y pelo
rígidos en el amor y en la guerra;
que eso ha ocurrido antes.
Y que el hombre solitario
alza la cabeza y se estremece
con la clara percepción de la locura,
del estado y la edad de su planeta
–donde sea que se pare entre los hombres,
cual sea su conjunto de principios–,
del momento crucial y prolongado.
Esta noche la luna se ha elevado
sobre un puerto apacible,
entre hierros retorcidos y trabajo,
alumbrando los barcos semihundidos.
Oh, el abismo fatal seguro
está más cerca, ¿los pasos furibundos
más veloces? El plateado se aparta a la deriva
del ángulo de la estela:
la luna inunda los rostros.
El momento ha pasado: las fuerzas
que controlan la naturaleza leonina
miran por los ojos y preguntan:
¿puedes creer en un futuro
dejado solamente a la roca y la criatura?
Roy Fuller, Lancashire, Inglaterra, 1912-1991
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d
Harbour Ferry
The oldest and simplest thoughts
Rise with the antique moon:
How she enamels men
And artillery under her sphere,
Eyelids and hair and throats
Rigid in love and in war;
How this has happened before.
And how the lonely man
Raises his head and shudders
With a brilliant sense of the madness,
The age and shape of his planet,
Wherever his human hand,
Whatever his set of tenets,
The long and crucial minute.
To-night the moon has risen
Over a quiet harbour,
Through twisted iron and labour,
Lighting the hal-drowned ships.
Oh surely the fatal chasm
Is closer, the furious steps
Swifter? The silver drips
From the angle of the wake:
The moon is flooding the faces.
The moment is over: the forces
Controlling the lion nature
Look out of the eyes and speak:
Can you believe in a future
Left only to rock and creature?
miércoles, 21 de julio de 2010
Violeta Parra
Run Run se fue pa’l norte
En un carro de olvido, antes de aclarar,
de una estación del tiempo, decidido a rodar
Run Run se fue pa'l Norte, no sé cuándo vendrá.
Vendrá para el cumpleaños de nuestra soledad.
A los tres días, carta con letra de coral,
me dice que su viaje se alarga más y más,
se va de Antofagasta sin dar una señal,
y cuenta una aventura que paso a deletrear
Ay ay ay de mí.
Al medio de un gentío que tuvo que afrontar,
un trasbordo por culpa del último huracán,
en un puerto quebrado cerca de Vallenar,
con una cruz al hombro Run Run debió cruzar.
Run Run siguió su viaje, llegó al Tamarugal.
Sentado en una piedra se puso a divagar,
que si esto que lo otro, que nunca que además,
que la vida es mentira, que la muerte es verdad.
Ay ay ay de mí.
La cosa es que una alforja se puso a trajinar,
sacó papel y tinta, un recuerdo quizás,
sin pena ni alegría, sin gloria ni piedad,
sin rabia ni amargura, sin hiel ni libertad.
Vacía como el hueco del mundo terrenal,
Run Run mandó su carta por mandarla no más.
Run Run se fue pa'l Norte, yo me quedé en el Sur,
al medio hay un abismo sin música ni luz.
Ay ay ay de mí.
El calendario afloja por las ruedas del tren,
los números del año sobre el filo del riel.
Más vueltas dan los fierros, más nubes en el mes,
más largos son los rieles, más agrio es el después.
Run-Run se fue pa'l Norte, qué le vamos a hacer,
así es la vida entonces, espinas de Israel,
amor crucificado, corona del desdén,
los clavos del martirio, el vinagre y la hiel.
Ay ay ay de mí.
Maldigo del alto cielo
Maldigo del alto cielo la estrella con su reflejo,
maldigo los azulejos, destellos del arroyuelo,
maldigo del bajo suelo la piedra con su contorno,
maldigo el fuego del horno porque mi alma está de luto,
maldigo los estatutos del tiempo con sus bochornos,
¡cuánto será mi dolor!
Maldigo la cordillera de los Andes y La Costa,
maldigo, señor, la angosta y larga faja de tierra,
también la paz y la guerra, lo franco y lo veleidoso,
maldigo lo perfumoso porque mi anhelo está muerto,
maldigo todo lo cierto y lo falso con lo dudoso,
¡cuánto será mi dolor!
Maldigo la primavera con sus jardines en flor
y del otoño el color, yo lo maldigo de veras;
a la nube pasajera la maldigo tanto y tanto
porque me asiste un quebranto. Maldigo el invierno entero
con el verano embustero, maldigo profano y santo,
¡cuánto será mi dolor!
Maldigo a la solitaria figura de la bandera,
maldigo cualquier emblema, la Venus y la Araucaria,
el trino de la canaria, el cosmos y sus planetas,
la tierra y todas sus grietas porque me aqueja un pesar,
maldigo del ancho mar sus puertos y sus caletas,
¡cuánto será mi dolor!
Maldigo luna y paisaje, los valles y los desiertos,
maldigo muerto por muerto y el vivo de rey a paje,
el ave con su plumaje, yo la maldigo a porfía,
las aulas, las sacristías porque me aflige un dolor,
maldigo el vocablo amor con toda su porquería,
¡cuánto será mi dolor!
Maldigo por fin lo blanco, lo negro con lo amarillo,
obispos y monaguillos, ministros y predicandos
yo los maldigo llorando; lo libre y lo prisionero,
lo dulce y lo pendenciero, le pongo mi maldición
en griego y en español por culpa de un traicionero,
¡cuánto será mi dolor!
Violeta Parra, Chile, 1917-1967
imagen: Violeta Parra
domingo, 18 de julio de 2010
Pablo Neruda
Walking around
Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.
No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.
No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos,
aterido, muriéndome de pena.
Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.
Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.
Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.
Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran lentas lágrimas sucias.
Pablo Neruda, Chile, 1904-1973
imagen: s/d
viernes, 16 de julio de 2010
William Butler Yeats
Fugaces
“Tus ojos que antes nunca se cansaban de los míos
se abaten de pena bajo tus párpados trémulos
porque se apaga nuestro amor.”
Y dice ella:
“Aunque se apague nuestro amor, vayamos
a la orilla solitaria del lago una vez más,
juntos a esa hora de quietud en que se duerme
esa pobre criatura cansada, la pasión.
¡Qué lejanas parecen las estrellas, y qué lejano
nuestro primer beso, y qué viejo, ay, mi corazón!
Pensativos caminaban entre las hojas marchitas,
mientras él, cuya mano tomaba la de ella, repuso lentamente:
“La pasión a menudo consumió nuestros errantes corazones.”
Los bosques los rodeaban, y las hojas amarillas
caían en la penumbra como débiles meteoritos, y en un momento
un conejo añoso rengueó por el camino;
el otoño se abatía sobre él; y entonces se detuvieron
a la orilla solitaria del lago una vez más:
al volverse, vio que ella se había echado
hojas muertas en el pecho y el cabello,
húmedas como sus ojos, recogidas en silencio.
“Oh, no lamentes”, dijo él,
“que estemos cansados, pues otros amores nos esperan;
odia y ama en horas sin descontento.
Ante nosotros aguarda la eternidad; nuestras almas
son amor, y una continua despedida.”
William Butler Yeats, Irlanda, 1865-1939
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Corot, Paisaje junto al lago
Ephemera
“Your eyes that once were never weary of mine
Are bowed in sorrow under pendulous lids,
Because our love is waning.”
And then She:
“Although our love is waning, let us stand
By the lone border of the lake once more,
Together in that hour of gentleness
When the poor tired child, passion, falls asleep.
How far away the stars seem, and how far
Is our first kiss, and ah, how old my heart!”
Pensive they paced along the faded leaves,
While slowly he whose hand held hers replied:
“Passion has often worn our wandering hearts.”
The woods were round them, and the yellow leaves
Fell like faint meteors in the gloom, and once
A rabbit old and lame limped down the path;
Autumn was over him: and now they stood
On the lone border of the lake once more:
Turning, he saw that she had thrust dead leaves
Gathered in silence, dewy as her eyes,
In bosom and hair.
“Ah, do not mourn,” he said,
“That we are tired, for other loves await us;
Hate on and love through unrepining hours.
Before us lies eternity; our souls
Are love, and a continual farewell.”
martes, 13 de julio de 2010
Jorge Aulicino
Cetrería
¿Qué saben hoy de tu propósito la hez de los atrios,
el violador, el impune, el manco, el sudoroso idiota,
el que corta el teléfono con furia, el que llora?
¿Y qué sabe el que sabe, el que derramó vísceras,
las unió con electrodos, las puso a freír,
gritó de placer al descubrir la fórmula,
al ver las natas del hipotálamo,
la explicación de la tos o del estornudo?
¿Qué saben de tus voces encapsuladas en nuestro corazón
los que duermen en un banco, los que fueron muy lejos,
los que se mueren en el subte, los que muerden el freno,
y aquellos que trepan a las torres de alta tensión porque es su trabajo?
¿Dónde está el fulgor? ¿Quién lo buscaría en la historia conocida,
en el homicidio reprimido, en la basura del mercado?
Y sin embargo, cualquier sonido en la floja madrugada
podría llevarnos a tu abismo certero.
Un pensamiento cualquiera, liberado de su noria,
en el aire del búho que alejó el sufrimiento.
Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Hostias (2004)
imagen: byobu japonés, S. XIX
martes, 6 de julio de 2010
Tres poetas norteamericanos
Fuego y hielo / Robert Frost
Algunos dicen que el mundo terminará en fuego,
otros dicen en hielo.
Por lo que he conocido del deseo
estoy con los que apuestan al fuego.
Pero si el mundo tuviera que sucumbir dos veces,
creo saber bastante del odio
para decir que a fin de destruir
el hielo también es excelente
y bastaría.
Robert Frost, Estados Unidos, 1874- 1963
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Robert Frost, Richard Wilbur, Louis Untermeyer
Fire and Ice
Some say the world will end in fire,
Some say in ice.
From what I've tasted of desire
I hold with those who favor fire.
But if it had to perish twice,
I think I know enough of hate
To say that for destruction ice
Is also great
And would suffice.
Parábola / Richard Wilbur
Leí cómo el Quijote en su andanza a la ventura
llegó una vez a un cruce, y por temor a perder
la pureza del azar, no quiso decidir sobre el camino
a tomar, prefiriendo dejar que su caballo eligiera.
Porque la gloria esperaba allí donde la fábula girase.
Tenía mareada de orgullo la cabeza, su caballo tenía
las herraduras pesadas, y fue hacia el establo.
Richard Wilbur, New York, Estados Unidos, 1921
Versión © Gerardo Gambolini
Parable
I read how Quixote in his random ride
Came to a crossing once, and lest he lose
The purity of chance, would not decide
Whither to fare, but wished his horse to choose.
For glory lay wherever turned the fable.
His head was light with pride, his horse's shoes
Were heavy, and he headed for the stable.
Calibán en las frías minas / Louis Untermeyer
Dios, a nosotros no nos gusta quejarnos,
sabemos que la mina no es un chiste.
Pero — están los charcos de la lluvia;
el frío y la oscuridad.
Dios, Tú no sabes lo que es eso —
Tú, en tu cielo bien iluminado —
viendo pasar los meteoros;
al abrigo — con un sol siempre cerca.
Dios, si sólo tuvieras la luna
puesta de lámpara en tu casco,
hasta Tú te cansarías pronto de ella,
allá abajo en lo húmedo y lo oscuro.
Nada más que negrura encima de nosotros,
y nada que se mueva, aparte de los carros. . .
Dios, si Tú quieres nuestro amor,
¡arrójanos un puñado de estrellas!
Louis Untermeyer, Estados Unidos, 1885-1977
Versión © Gerardo Gambolini
Caliban in the Coal Mines
God, we don't like to complain;
We know that the mine is no lark.
But — there's the pools from the rain;
But — there's the cold and the dark.
God, You don't know what it is —
You, in Your well-lighted sky —
Watching the meteors whizz;
Warm, with a sun always by.
God, if You had but the moon
Stuck in Your cap for a lamp,
Even You'd tire of it soon,
Down in the dark and the damp.
Nothing but blackness above
And nothing that moves but the cars …
God, if You wish for our love,
Fling us a handful of stars!
lunes, 5 de julio de 2010
Federico García Lorca
Paisaje de la multitud que orina
(Nocturno de Battery Place)
Se quedaron solos:
aguardaban la velocidad de las últimas bicicletas.
Se quedaron solas:
esperaban la muerte de un niño en el velero japonés.
Se quedaron solos y solas,
soñando con los picos abiertos de los pájaros agonizantes,
con el agudo quitasol que pincha
al sapo recién aplastado,
bajo un silencio con mil orejas
y diminutas bocas de agua
en los desfiladeros que resisten
el ataque violento de la luna.
Lloraba el niño del velero y se quebraban los corazones
angustiados por el testigo y la vigilia de todas las cosas
y porque todavía en el suelo celeste de negras huellas
gritaban nombres oscuros, salivas y radios de níquel.
No importa que el niño calle cuando le clavan el último alfiler,
no importa la derrota de la brisa en la corola del algodón,
porque hay un mundo de la muerte con marineros definitivos
que se asomarán a los arcos y os helarán por detrás de los árboles.
Es inútil buscar el recodo
donde la noche olvida su viaje
y acechar un silencio que no tenga
trajes rotos y cáscaras y llanto,
porque tan sólo el diminuto banquete de la araña
basta para romper el equilibrio de todo el cielo.
No hay remedio para el gemido del velero japonés,
ni para estas gentes ocultas que tropiezan con las esquinas.
El campo se muerde la cola para unir las raíces en un punto
y el ovillo busca por la grama su ansia de longitud insatisfecha.
¡La luna! Los policías. ¡Las sirenas de los transatlánticos!
Fachadas de crin, de humo, anémonas; guantes de goma.
Todo está roto por la noche,
abierta de piernas sobre las terrazas.
Todo está roto por los tibios caños
de una terrible fuente silenciosa.
¡Oh gentes! ¡Oh mujercillas! ¡Oh soldados!
Será preciso viajar por los ojos de los idiotas,
campos libres donde silban las mansas cobras deslumbradas,
paisajes llenos de sepulcros que producen fresquísimas manzanas,
para que venga la luz desmedida
que temen los ricos detrás de sus lupas,
el olor de un solo cuerpo con la doble vertiente de lis y rata
y para que se quemen estas gentes que pueden orinar alrededor de un gemido
o en los cristales donde se comprenden las olas nunca repetidas.
Federico García Lorca, España, 1898-1936
imagen: Puente de Brooklyn, circa 1930