lunes, 31 de enero de 2011

Edna St Vincent Millay


Un gesto antiguo

Pensé, mientras secaba mis ojos en una punta del delantal:
Penélope también hizo esto.
Y más de una vez: no puedes seguir tejiendo todos los días
y deshacerlo todo por la noche;
los brazos se cansan, y la nuca se endurece;
y se acerca la mañana, cuando crees que nunca habrá luz,
y tu esposo se ha ido, desde hace años, y tú no sabes dónde.
De pronto estallas en lágrimas;
no hay otra cosa que hacer, sencillamente.

Y pensé, mientras secaba mis ojos en la punta del delantal:
este es un gesto viejo, auténtico, antiguo,
en la mejor tradición, clásica, griega;
Ulises también hizo esto.
Pero sólo como un gesto — un gesto que suponía,
para el gentío reunido, que estaba demasiado conmovido para hablar.
Lo aprendió de Penélope...
Penélope, que realmente lloraba.

Edna St Vincent Millay, Estados Unidos, 1892-1950
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d



An Ancient Gesture

I thought, as I wiped my eyes on the corner of my apron:
Penelope did this too.
And more than once: you can’t keep weaving all day
And undoing it all through the night;
Your arms get tired, and the back of your neck gets tight;
And along towards morning, when you think it will never be light,
And your husband has been gone, and you don't know where, for years.
Suddenly you burst into tears;
There is simply nothing else to do.

And I thought, as I wiped my eyes on the corner of my apron:
This is an ancient gesture, authentic, antique,
In the very best tradition, classic, Greek;
Ulysses did this too.
But only as a gesture,—a gesture which implied
To the assembled throng that he was much too moved to speak.
He learned it from Penelope...
Penelope, who really cried.


El otoño y la primavera

En la primavera del año, la primavera del año,
anduve por el camino al lado de mi amor.
Los árboles eran negros donde estaba mojada la corteza.
Los veo todavía, en la primavera del año.
Él rompió para mí una rama del durazno florecido
apartado del camino y difícil de alcanzar.

En el otoño del año, en el otoño del año,
anduve por el camino al lado de mi amor.
Con un ronco trinar alzaban vuelo los grajos.
Todavía los oigo, en el otoño del año.
Él se reía de todo lo que yo osaba alabar,
rompiéndome el corazón, de pequeñas maneras.

Comience el año o esté llegando a su fin,
goterá la corteza y llamarán las aves.
Hay mucho que es bello de ver y escuchar
en el comienzo del año, en su final.
No es la ida del amor lo que lastima mis días
sino que se fuera de maneras pequeñas.

Edna St Vincent Millay, Estados Unidos, 1892-1950
Versión © Gerardo Gambolini



The Spring and the Fall

In the spring of the year, in the spring of the year,
I walked the road beside my dear.
The trees were black where the bark was wet.
I see them yet, in the spring of the year.
He broke me a bough of the blossoming peach
That was out of the way and hard to reach.

In the fall of the year, in the fall of the year,
I walked the road beside my dear.
The rooks went up with a raucous trill.
I hear them still, in the fall of the year.
He laughed at all I dared to praise,
And broke my heart, in little ways.

Year be springing or year be falling,
The bark will drip and the birds be calling.
There’s much that’s fine to see and hear
In the spring of a year, in the fall of a year.
‘Tis not love’s going hurt my days.
But that it went in little ways.

martes, 25 de enero de 2011

Joaquín Giannuzzi


Pero no me recuerdo

Para siempre a salvo de la erosión,
tenía veinte años en esta fotografía.
Pero no me recuerdo, no sé qué pasó hasta aquí
ni cómo sucedió.
Aquel muchacho bastante tonto,
con todo el cabello puesto
y toda la luz a su disposición.
En qué andaba, qué hacía detrás de esa piel.
La transición quedó a oscuras. Desde aquí
el tiempo es un sueño desordenado.
Sólo sé que no había apostado
a esto que me sucede, ahora que tengo frío y estoy hecho
un rostro que termina y pierde aire.

Joaquín Giannuzzi, Buenos Aires, 1924 – Salta, 2004, Argentina
imagen:
s/d


Negación en el valle

A solas con mi carne en el valle, separado
del deshonor de la historia y su silbido carnicero,
las verdes colinas cierran el paisaje hacia el oeste
y las nubes bajan pesadas en la desolación
de este hueco frío de mi país.
El pueblo es lluvioso y traicionado
bajo un tiempo que desvanece su nombre. Por sus últimas calles
se ajena una música hasta volverse desconocida
y su lugar usurpa un silencio infecundo, de entraña aterrada.
En el error de ayer sonaron disparos hasta el hueso
y los muertos crecieron para una sola demencia.
¿Pero quién se equivocó para que yo esté vivo?
¿Quién condenó a quién en la oscuridad?
¿Cómo seguir aquí sin entender, optando a ciegas
en una época nocturna? Ahora que estoy separado
en las colinas que me circundan
hay una opción de eternidad inexplicable
para esta conciencia ruinosa. Pero su llamado
no alcanza a lo que huyó: mi costado soñador,
la porción cantante de mi cabeza,
la poseía experimental, la esperanza de un nuevo estilo,
una justicia en la realidad y en el pecho. Ahora
hasta la llovizna en el valle es una especie
de negación y de conocimiento mortal.

Joaquín Giannuzzi, Buenos Aires, 1924 – Salta, 2004, Argentina

sábado, 22 de enero de 2011

Ana Emilia Lahitte


Encrucijadas

Llamamos vida
a esta encrucijada entre la
soledad
y el universo.

Llamamos muerte
a esta insomne evidencia
del adiós.

Ana Emilia Lahitte, Buenos Aires, Argentina, 1921
imagen: s/d


Cetrería

Liebre, venado, faisán

No me atrae la caza,
ni me gusta alinear la carne roja
en bandejas de plata.

Pero el halcón acaba de traerme tus ojos

Amo la cetrería

Mañana
ha de traerme tu mirada.

Ana Emilia Lahitte, Buenos Aires, Argentina, 1921


Dejamos sobre el mundo...

Dejamos sobre el mundo
un exilio inconcluso.
El mismo que heredamos.

Ana Emilia Lahitte, Buenos Aires, Argentina, 1921

miércoles, 19 de enero de 2011

William Butler Yeats


La muerte

Ni miedo ni esperanza
acompañan al animal que muere;
el hombre aguarda su final
temiendo y esperando todo;
muchas veces murió,
muchas se levantó de nuevo.
Un gran hombre con su orgullo
al enfrentar asesinos
hunde en el escarnio
la cesación del aliento.
El conoce la muerte a fondo —
el hombre creó la muerte.

William Butler Yeats, Irlanda, 1865-1939
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Death

Nor dread nor hope attend
A dying animal;
A man awaits his end
Dreading and hoping all;
Many times he died,
Many times rose again.
A great man in his pride
Confronting murderous men
Casts derision upon
Supersession of breath;
He knows death to the bone —
Man has created death.


Recuerdo de juventud

Los momentos pasaban como en el teatro;
tenía la sabiduría que el amor hace nacer;
tenía mi cuota de sentido común,
y a pesar de todo cuanto podría afirmar,
y aunque tenía por eso el elogio de ella,
una nube venida desde el norte despiadado
ocultó de repente la luna del Amor.

Creyendo cada palabra que decía,
yo alabé su espíritu y su cuerpo
hasta que el orgullo hizo brillar sus ojos
y sonrojó sus mejillas el placer
y volvió ligeros sus pasos la vanidad;
nosotros, sin embargo, a pesar de esos elogios,
en lo alto veíamos tan sólo oscuridad.

Nos sentamos silenciosos como piedras,
sabíamos, aunque ella no hubiera dicho una palabra,
que aún el mejor amor debe morir,
y se habría destruido en forma cruel
de no ser porque el Amor,
ante el grito de un grotesco pajarillo,
arrancó de las nubes su luna maravillosa.

William Butler Yeats, Irlanda, 1865-1939
Versión © Gerardo Gambolini


Memory of Youth

The moments passed as at a play;
I had the wisdom love brings forth;
I had my share of mother-wit,
And yet for all that I could say,
And though I had her praise for it,
A cloud blown from the cut-throat north
Suddenly hid Love’s moon away.

Believing every word I said,
I praised her body and her mind
Till pride had made her eyes grow bright,
And pleasure made her cheeks grow red,
And vanity her footfall light,
Yet we, for all that praise, could find
Nothing but darkness overhead.

We sat as silent as a stone,
We knew, though she'd not said a word,
That even the best of love must die,
And had been savagely undone
Were it not that Love upon the cry
Of a most ridiculous little bird
Tore from the clouds his marvellous moon.

lunes, 17 de enero de 2011

Ricardo E. Molinari


Estas cosas

No sé, pero quizás me esté yendo de algo, de todo,
de la mañana, del olor frío de los árboles o del íntimo sabor
de mi mano.
Pero estas llamas y la lluvia bajan por la tarde del día elevadas,
con su trabajo cruel y afanoso, con el terror de la primavera
y el tiempo y la noche vanamente disueltos en su impaciencia.

Yo sé que estoy mirando, extendido, sin atender
lo que el polvo y el abandono ocultan de mi cuerpo y de mi lengua.
Una palabra, aquella sonriente y terrible de ternura,
oscurecida por la razón y el mágico envenenamiento de la nostalgia;
sedentaria huye por un campamento, llamada y perseguida permanente,
sin alguna vez, devuelta entera y desentendida
al seno ardiente de la noche, al ser mayor e indestructible de la atmósfera.
Nada queda después de la muerte definido y elevado, ni la imagen voluntariosa
sobre los pastos crecidos y ondulantes, ni el pie
atropellado que dispara de su quemada historia intacta.

Sin clamor el rostro siente el húmedo temporal, el albergue perecedero
y la flor abierta en el vacío,
sin volver los ojos, va en su rapidez disuelto
y extrañísimo.
Soy el ido, el variante del cielo,
de la calle muerta en las nubes,
su entretenimiento como un pájaro.

¡Amor, amor! una brizna del sentido,
tal vez un día donde mis labios bebieron la sangre
y todas estas nieblas azotadas e irremediables, perdidas.
Decidido, toma, ¡oh noche!, mis secos ramos y llénalos de rocío brillante
y pesado, igual al de las hojas del orgulloso y reclinado invierno.

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996


No; no me he cansado aún de pensar en ti ...

No; no me he cansado aún de pensar en ti;
de noche cuando se me queda el cuerpo sobre la tierra,
llego a tu país, allá, donde el viento sale a ventilar la arena,
a recostar en las paredes las aletas de pescado amanecidas
en la calle;
a buscarme embebecido al pie de las escaleras.

Ya no sé de ti, tal vez de nadie; sólo recuerdo que me peino
el cabello dormido, con una mano que estuvo junto a tu cuerpo.

Qué sé yo de nada. De lo que puedo ser la voz;
una hoja envenenada que se pudre en el pecho,
en otro espacio penetrante,
consumido.

4 de abril de 1933,

ya estoy deshecho de vivir un solo día, de moverme
con tu sola alma. Dios se compadezca de mí, que entro apasionado
por las venas secas de la tarde.

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996

viernes, 14 de enero de 2011

Gerardo Gambolini


Instantánea

Al cabo aprender
que la piel más suave y la peor de las fauces
el éxtasis que muestra
la vanidad final de cualquier palabra
y la miseria de las partidas
la redención esbozada
y el regreso al alma propia
pueden estar a un minuto, una costumbre
una charla de distancia

Gerardo Gambolini, Argentina, 1955
imagen: Precipice 3, litografía, por Lingden Landon



La escama del cordero

La carne se aísla
en su propia naturaleza —
lo otro se alimenta
del vacío.

Delante es un pozo
por donde caen las vacas, el aire,
los hijos — una alianza lejana
entre el fósforo y la pólvora.

Señor, o no,
somos intento, somos
tu largo silencio
en cada rostro del mundo.

Gerardo Gambolini, Argentina, 1955

miércoles, 12 de enero de 2011

William Ospina


El espejo

Una región del muro está hechizada.
Sólo el ojo lo sabe.
Un cristal incansable paso a paso repite
las rectas sombras que la tarde desplaza.

Terriblemente dócil, no desdeña
la vertical sinuosa de una hormiga extraviada
y al fondo de sus cámaras
también crecen las plantas.

A veces miro ese país extraño
cuyos hombres no tienen más lenguaje que el gesto,
ese país sin música.

Sé que no puedo ser ese hombre que me mira,
sé que a él no lo alcanzan el temor ni la idea.

Cuando la noche apaga las letras y los ángulos,
en su país de eclipses él no te ama.

William Ospina, Colombia, 1954.
imagen: s/d


Nietzsche

Está muriendo un Dios en el centro de un ópalo del color del crepúsculo.
Está muriendo una hoja de hierba en el pecho de Cristo.
Está muriendo una rosa en el aire estancado de la catedral de Maguncia,
traspasada en el aire por una quemante aguja del sol.

Está muriendo una llanura donde retozan embriagados leopardos.
Está muriendo un ángel sobre un glaciar blanquísimo.
Está muriendo un barco lleno de ancianos en una colina del
cielo, en un aire cargado de delfines livianos y azules.

Está muriendo una cúpula bajo el asedio de las mariposas.
Está muriendo un lupanar lujoso y sonoro de besos enfermos.
Está muriendo mi corazón bajo los crueles halcones del olvido de Lou.
Me estoy borrando en sus pupilas bellas y esperanzadas como lienzos.

Está muriendo un pájaro en un bosque de nubes.
Está muriendo una lucha glacial bajo mis sábanas de seda.
Algo muy bello está borrándose por las bahías de mi infancia.
Algo muy triste calla en sus violines.

William Ospina, Colombia, 1954.

domingo, 9 de enero de 2011

Derek Walcott


Mañana, mañana

Recuerdo las ciudades que nunca he visto
exactamente. Venecia la de las venas plateadas, Leningrado
con sus minaretes de caramelo retorcido. París. Pronto
los impresionistas estarán haciendo sol con la sombra.
¡Oh! y los callejones de Hyderabad como una cobra desenroscándose.

Haber amado un solo horizonte es insularidad;
ciega la visión, estrecha la experiencia.
El espíritu está dispuesto, pero la mente es sórdida.
La carne se desperdicia bajo sábanas llenas de migas,
ampliando la Weltanschauung con revistas.

Hay un mundo al otro lado de la puerta, pero qué terrible
es estar con tus valijas en un escalón frío cuando el alba
vuelve rosa los ladrillos, y antes de que empieces a lamentarlo,
tu taxi llega tocando una vez la bocina,
se acerca al cordón como un coche fúnebre — y uno sube.

Derek Walcott, Santa Lucía, 1930
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Tomorrow, Tomorrow

I remember the cities I have never seen
exactly. Silver-veined Venice, Leningrad
with its toffee-twisted minarets. Paris. Soon
the Impressionists will be making sunshine out of shade.
Oh! and the uncoiling cobra alleys of Hyderabad.

To have loved one horizon is insularity;
it blindfolds vision, it narrows experience.
The spirit is willing, but the mind is dirty.
The flesh wastes itself under crumb-sprinkled linens,
widening the Weltanschauung with magazines.

A world’s outside the door, but how upsetting
to stand by your bags on a cold step as dawn
roses the brickwork and before you start regretting,
your taxi's coming with one beep of its horn,
sidling to the curb like a hearse — so you get in.



Cierre

Yo vivo junto al agua
solo. Sin esposa ni hijos,
le he dado vueltas a cada posibilidad
hasta llegar a esto:

una casa humilde junto a un agua gris,
con ventanas siempre abiertas
al mar rancio. No elegimos estas cosas,

sino que somos lo que hemos hecho.
Sufrimos, los años pasan,
nos quitamos la carga pero no nuestra necesidad

de cargas. El amor es una piedra
que se asentó en el fondo del mar
bajo el agua gris. Ahora, no le pido nada

a la poesía sino sentir de verdad,
ninguna piedad, ni fama, ni curación. Callada esposa,
podemos sentarnos a mirar el agua gris,

y en una vida inundada
de mediocridad y basura
vivir como las rocas.

Yo voy a olvidar la sensibilidad,
voy a olvidar mi don. Eso es más importante
y más difícil que lo que ahí pasa por vida.

Derek Walcott, Santa Lucía, 1930
Versión © Gerardo Gambolini


Winding Up

I live on the water,
alone. Without wife and children,
I have circled every possibility
to come to this:

a low house by grey water,
with windows always open
to the stale sea. We do not choose such things,

but we are what we have made.
We suffer, the years pass,
we shed freight but not our need

for encumbrances. Love is a stone
that settled on the sea-bed
under grey water. Now, I require nothing

from poetry but true feeling,
no pity, no fame, no healing. Silent wife,
we can sit watching grey water,

and in a life awash
with mediocrity and trash
live rock-like.

I shall unlearn feeling,
unlearn my gift. That is greater
and harder than what passes there for life.

jueves, 6 de enero de 2011

Edgar Allan Poe


A F—s S. O—d

¿Deseas ser amada? ¡Tu corazón entonces
no apartes de la senda que transita!
Siendo todo lo que eres,
en nada seas distinta.
Así para el mundo, tus delicadas maneras,
tu gracia, tu indescriptible belleza,
serán eterno motivo de elogio,
y el amor, un simple imperativo.

Edgar A. Poe, Boston, 1809 – Baltimore, 1849
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


To F—s. O—d

Thou wouldst be loved? – then let thy heart
From its present pathway part not!
Being everything which now thou art,
Be nothing which thou art not.
So with the world thy gentle ways,
Thy grace, thy more than beauty,
Shall be an endless theme of praise,
And love – a simple duty.



Sueños

¡Oh, si mi vida fuera un sueño duradero!
Mi alma no despertaría hasta que el alba trajera
el brillo de una Eternidad.
Sí, aunque ese largo sueño fuese de un dolor irremediable,
sería mejor que la fría realidad de la vigilia
para aquel cuyo corazón, sobre la bella tierra,
debe ser –y siempre ha sido–
un caos de pasión, desde la cuna.
Pero si fuera –ese sueño eternamente
continuo– como los sueños de mi niñez,
sería necio esperar un paraíso más sublime.
Porque me he deleitado, cuando el sol era brillante,
en cielos de verano, en sueños de luz viva
y de belleza; y he llevado mi propio corazón
a regiones que yo mismo imaginé,
lejos de mi hogar, con seres nacidos
de mi propio pensamiento. ¿Qué más podría haber visto?

Fue una vez, y sólo una vez, y el momento
no se borrará de mi memoria; algún hechizo o poder
me había dominado; el viento helado vino a mí en la noche
y dejó su imagen en mi alma al alejarse,
o la luna brilló demasiado fríamente en su apogeo,
velando mi descanso, o las estrellas... Como haya sido,
aquel sueño fue como ese viento nocturno: que pase...
He sido feliz, pero en un sueño.
Oh, los sueños, con su vívido disfraz
o con su esfuerzo fugaz y nebuloso
por parecerse a la realidad, ofrecen a la mirada febril
más cosas bellas del Cielo y del Amor
de las que jamás conoció la joven Esperanza
en su hora más alegre.

Edgar A. Poe, Boston, 1809 – Baltimore, 1849
Versión © Gerardo Gambolini


Dreams

Oh! that my young life were a lasting dream!
My spirit not awakening, till the beam
Of an Eternity should bring the morrow.
Yes! tho’ that long dream were of hopeless sorrow,
’Twere better than the cold reality
Of waking life, to him whose heart must be,
And hath been still, upon the lovely earth,
A chaos of deep passion, from his birth.
But should it be – that dream eternally
Continuing – as dreams have been to me
In my young boyhood – should it thus be given,
’Twere folly still to hope for higher Heaven.
For I have revell’d, when the sun was bright
I’ the summer sky, in dreams of living light
And loveliness, – have left my very heart
In climes of my imagining, apart
From mine own home, with beings that have been
Of mine own thought- what more could I have seen?
’Twas once- and only once – and the wild hour
From my remembrance shall not pass – some power
Or spell had bound me – ‘twas the chilly wind
Came o’er me in the night, and left behind
Its image on my spirit – or the moon
Shone on my slumbers in her lofty noon
Too coldly – or the stars – howe’er it was
That dream was as that night-wind – let it pass.

I have been happy, tho’ in a dream.
I have been happy – and I love the theme:
Dreams! in their vivid coloring of life,
As in that fleeting, shadowy, misty strife
Of semblance with reality, which brings
To the delirious eye, more lovely things
Of Paradise and Love – and all our own!
Than young Hope in his sunniest hour hath known.



Lucero de la tarde

Era en pleno verano,
en mitad de la noche,
y pálidas lucían las estrellas
ante la gélida luna
encumbrada en las Alturas.
Rodeada de planetas
–sus esclavos–, su luz brillante
bañaba las aguas.
Contemplé durante un rato
su fría sonrisa – demasiado fría,
demasiado fría para mí.
De pronto, una nube fugaz
pasó, como un sudario,
y me volví para mirarte,
orgulloso lucero de la tarde,
en tu lejano esplendor.
Y más preciado será tu brillo,
pues la orgullosa parte que de noche
te toca en el Cielo
es gozo para mi alma,
y más admiro tu fuego distante
que esa luz más fría y menos noble.

Edgar A. Poe, Boston, 1809 – Baltimore, 1849
Versión © Gerardo Gambolini


Evening Star

‘Twas noontide of summer,
And mid-time of night;
And stars, in their orbits,
Shone pale, thro’ the light
Of the brighter, cold moon,
‘Mid planets her slaves,
Herself in the Heavens,
Her beam on the waves.
I gazed awhile
On her cold smile;
Too cold – too cold for me –
There pass’d, as a shroud,
A fleecy cloud,
And I turned away to thee,
Proud Evening Star,
In thy glory afar,
And dearer thy beam shall be;
For joy to my heart
Is the proud part
Thou bearest in Heaven at night,
And more I admire
Thy distant fire,
Than that colder, lowly light.

martes, 4 de enero de 2011

Diego Bigongiari


Entropía

Oh Entropía irremediable — como una medianoche
de borrachos: cada una de nuestras naves
naufraga en los curvos océanos del
tiempo. Y aún entonces
no andaremos más allá ni más acá
de un dónde.

Al final, solamente habremos
diluido la tinta negra del Océano
con algunos pétalos de rosa.

Diego Bigongiari, Buenos Aires, Argentina, 1956
imagen: s/d


Tatuajes

Caballos de fuego, salamandras y dragones: la piel
de los marineros y sus hieródulas padece, en tetracromía,
una infección mitológica, los íncubos
del Tatuador que siempre sueña, de Hamburgo
a Hong Kong, con un misterioso zodíaco.
Solamente Él, y el Sol y la Luna conocen
todos aquellos fragmentos y saben leer, a través
de los siete mares, como en las páginas de un Zohar
dispersas en el viento, los alephs, las mariposas,
los unicornios y mandalas.
Y los tatuajes de los muertos vuelven así
a ser soñados y tatuados.

Suceden cosas raras.
Conocí a un marinero con una Serpiente Emplumada
tatuada en el tórax, y no había oído nombrar jamás
a D. H. Lawrence, ni Quetzacoatl.
Pero podía enseñar, Oniris Causa, todo sombre ambos.

Diego Bigongiari, Buenos Aires, Argentina, 1956


Un ajedrez para argonautas

Meridianos y paralelos rayan al Océano como un
inmenso tablero de ajedrez donde el buque mueve a la
manera de una Torre o un Alfil y la mente en zig zag, como
el Caballo de Shklovsky (pero los caballos, sostuvo Malaparte,
están locos)
mientras un poderoso cronómetro filtra toda impureza
en el Tiempo, hasta que al fin solos (Torre y Caballo en
un tablero desierto), sin más reinas ni reyes
que defender o jaquear, y sin peones para esquivar
o pasar a contramano, es dable irse de tablas
por el resto de los días: y es así como el ajedrez
deja de ser una chinecería y se transmuta
en un juego más profundo.

Diego Bigongiari, Buenos Aires, Argentina, 1956

domingo, 2 de enero de 2011

Gerardo Gambolini


Laicos en el templo

Una marea incontable
desfilando ante los cuerpos
con salmos y elegías

Una marea incontable
canonizando al césar, produciendo
ceremonia

Quédate lejos, dios,
sigue ocurriendo en la conjetura
no vengas a la fe del paganismo

No cesará la noche encubierta —
algo indominable nos condena a combatir
el clero de la mente con mesías

Gerardo Gambolini, Argentina, 1955
imagen: Tres peregrinos ciegos (1566), Pieter Brueghel el Viejo
probablemente copia de un original perdido