Haciendo el té
Cruzaba la ventana de la cocina y me detuve,
la tetera medio llena de agua hirviendo.
Había algo con los chicos, tranquilos afuera:
el nieto, apuesto y cada vez más alto,
y sus tres primas.
Hablando.
No jugando, en el jardín del fondo.
Él estaba parado junto a la mesa, desenvuelto,
entreteniéndolas, dominando;
ellas, sentadas en el banco enfrente de él,
aceptando ser cautivadas y entretenidas.
En su rincón privado. Con la enredadera del
vecino
asomando apenas por la pared.
Todavía
era un juego.
Vacié el agua caliente en la pileta.
Thomas Kinsella, Dublín, Irlanda, 1928
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Kinsella leyendo en el Gate Theatre de
Dublín
Making the Tea
I was passing
the kitchen window, and stopped,
with the
teapot half full of scalding water.
It was
something about the childrn, quiet outside:
the
grandson, goodlooking and growing tall,
and his
three young girl cousins.
Talking
together.
Not
playing, in the back yard.
He was
standing casual by the garden table,
entertaining
them, and holding sway;
they
sitting on the bench in front of him,
agreeing to
be charmed and entertained.
In their
sheltered corner. With the neighbour’s creeper
barely
showing over the wall.
It
was a game still.
I emptied
my hot water into the sink.
El cuerpo llevado a la iglesia
En el teléfono, la voz de ella era distante,
pero largamente familiar.
*
Doblé otra esquina, siguiendo un hábito viejo,
y encontré St. Agnes.
La
entrada llena de parientes:
primos, con la emoción de ancianos,
presentando esposas y maridos.
Busqué con la mirada a la hermana mayor.
Pero nadie le había avisado. Siempre fuimos
él y yo, nacidos al mismo tiempo.
Ocupamos nuestros sitios en la iglesia,
arrodillándonos y sentándonos
y descubriéndonos unos a otros, aquí y allá.
Sonó una campanilla y apareció un sacerdote
joven
por el costado del altar. Comenzó
elogiando al difunto como buen esposo
y buen padre, y amigo de los vecinos.
Depués consoló a los deudos,
rematando las frases piadosas con un modesto
floreo.
Se hizo a un lado, y ocupó su lugar
un joven feligrés, corpulento y de bigotes,
que habló con amor y sinceridad.
Un hijo y amigo del muerto.
Siguieron otros, hijas y otro hijo,
recordándolo y juntándose alrededor del ataúd.
Se formaron filas de dolientes en los pasillos
laterales,
se acercaron al sacerdote, recibieron la
hostia uno por uno
y volvieron a sus sitios.
El servicio terminó con el gesto de la paz
entre los fieles. La joven que estaba a mi
lado
me tomó la mano entre las suyas con una
sonrisa.
Los hijos e hijas condujeron a los presentes
hacia la puerta de entrada por el pasillo
central,
y nos agregábamos detrás de la procesión a
medida que pasaba.
Afuera, cuando la familia se fue en coche,
nos volvimos a mezclar en el mismo tumulto amistoso.
Intercambiando números. Arreglando para
mantenernos en contacto.
Thomas Kinsella, Dublín, Irlanda, 1928
Versión © Gerardo Gambolini
The Body brought to the Church
Her voice
was on the phone was remote,
but
familiar from long ago.
*
Round one
more corner, by an old habit,
I found St.
Agnes’s.
The entrance full of relatives:
cousins, in
elderly excitement,
introducing
wives and husbands.
I looked
around for the older sister.
But no one
had called about her. It was always
himself and
myself, born at the same time.
We took our
places inside, around the church,
kneeling
and sitting back
and
noticing each other here and there.
A bell
rang, and a young priest appeared
from around
the side of the altar. He began
by praising
the deceased as a good husband
and good
father and friend in the neighbourhood.
Then
consoled the bereaved,
ending the
pious phrases with a modest flourish.
He stepped
to one side, and his place was taken
by a young
parishioner, moustached and heavy,
who spoke
with directness and love.
A son and
friend of the dead.
Others
followed, daughters and another son,
remembering
him and assembling around the coffin.
Lines of
mourners formed in the side aisles,
approached
the priest, acepted the Host in turn,
and turned
away, back toward their places.
The service
ended with the gesture of peace
around the
congregation. The girl beside me
tookmy hand
in both of hers with a smile.
The sons
and daugters led the congregation
down the
centre aisle toward the front door,
and we
joined the end of the procession as it passed.
Outside,
when the family were driven away,
we mixed again
in the same friendly confusion.
Exchanging
numbers. Arranging to keep in touch.
Errando ...
Errando
solo, de
un cuarto vacío a otro
por los
pasillos de un hotel ruinoso,
buscando
el orinal extraviado...
Me desperté
respirando
un olor mental
y sentí en la boca los datos de la noche.
Mujeres nocturnas,
que destrozan la obra de mis días,
¿encontrarán lo que necesitan
en el baldío por venir?
Thomas Kinsella, Dublín, Irlanda, 1928
Versión © Gerardo Gambolini
Wandering alone...
Wandering alone
from abandoned room to room
down the corridors of a derelict hotel,
searching for the lost urinal...
I woke,
breathing a mental smell,
and tasted
the night facts.
Nighwomen,
picking the
works of my days apart,
will you
find what you need
in the waste still to come?