viernes, 2 de diciembre de 2011

Francisca Aguirre





¿Y quién alguna vez no estuvo en Ítaca?
¿Quién no conoce su áspero panorama,
el anillo de mar que la comprime,
la austera intimidad que nos impone,
el silencio de suma que nos traza?
Ítaca nos resume como un libro,
nos acompaña hacia nosotros mismos,
nos decubre el sonido de la espera.
Porque la espera suena:
mantiene el eco de voces que se han ido.
Ítaca nos denuncia el latido de la vida,
nos hace cómplices de la distancia,
ciegos vigías de una senda
que se va haciendo sin nosotros,
que no podremos olvidar porque
no existe olvido para la ignorancia.
Es doloroso despertar un día
y contemplar el mar que nos abraza,
que nos unge de sal y nos bautiza como nuevos hijos.
Recordamos los días del vino compartido,
las palabras, no el eco;
las manos, no el diluido gesto.
Veo el mar que me cerca,
el vago azul por el que te has perdido,
compruebo el horizonte con avidez extenuada,
dejo a los ojos un momento
cumplir su hermoso oficio;
luego, vuelvo la espalda
y encamino mis pasos hacia Ítaca. 

Francisca Aguirre, España, 1930
imagen: s/d



Recuerdo que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar no estaba ya en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.

Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro. 

Es cierto que una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado.

Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.

Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.

Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren. 

Francisca Aguirre, España, 1930



En la noche fui hasta el mar para pedir socorro
Y el mar me respondió: socorro.
Fui hasta el mar y lo toqué
Con cuidado, como se toca a un animal equívoco,
Un animal que se come la tierra
Y en su límite último intenta confundirse con el cielo.
Fui hasta él con la inerme disposición
Con que nos acercamos a lo desconocido
Esperando una respuesta mayor que nuestra dolorosa pregunta.
Antes yo había mirado toda mi isla
Para llevarla conmigo hasta su sal.
Había agrupado todo mi territorio en la retina
Y fui con él al mar: era
Tan suyo como mío.
Ítaca y yo fuimos al minotauro acuático
Para pedir socorro
Y el mar nos respondió: socorro.
Triste fiera: socorro.

Francisca Aguirre, España, 1930


martes, 29 de noviembre de 2011

Raúl Gustavo Aguirre




El ballet infinito

Somos, yendo y viniendo
por nuestro propio escándalo,
amantes presurosos
en un bosque incendiado,
insensatas criaturas
que se olvidan del tiempo,
el tiempo sin piedad
que le falta a la muerte
para ser importante.

Raúl Gustavo Aguirre, Argentina, 1927-1983
imagen: portada de La estrella fugaz



Yo, Martin
Heidegger, filósofo
que pensó lo Impensable
y que anunció la pérdida del Ser
en razón de la ciencia y del olvido,
fui declarado por mis pares
“persona totalmente prescindible”
y enviado a cavar esta trinchera
a lo largo del Rin.

Bajo mis pies se ahonda la tierra venerable.
Cae el azul crepúsculo de Georg Trakl. Tengo frío.
Y en el bosque cercano suena otra vez, oscura,
la risa del idiota que asistía a mis clases.

Raúl Gustavo Aguirre, Argentina, 1927-1983



Algunos poetas me hacen llegar
sus libros, sus cartas, sus biografías y fotografías,
las nóminas de sus distinciones,
las fotocopias de sus declaraciones
y sus poemas inéditos.
Y yo me digo: ¿qué tengo que ver
con estos poetas tan productivos,
eficaces y dinámicos,
tan descollantes de personalidad,
tan seguros de sí, tan convencidos
de haber encontrado las palabras
y las claves definitivas?
¿Y qué tengo yo que ver con esos
otros, los nostálgicos, los que se
jactan de sus penas y me endosan sus importantes fracasos?
¿Y qué con esos otros que vociferan sus amores
y se abrazan en público con sus mujeres y sus
hombres, con sus ciudades, sus consignas, sus banderas y sus dioses?
¿Qué tengo yo que ver con esos poetas, yo que soy tartamudo,
yo que estoy aterrado,
yo que perdí las señas
y no tengo camino ni memoria
y apenas sobrevivo?

Raúl Gustavo Aguirre, Argentina, 1927-1983


lunes, 28 de noviembre de 2011

Olga Orozco




Más de veinte mil días avanzando, siempre penosamente,
siempre a contracorriente,
por esta enmarañada fundación donde giran los vientos
y se cruzan en todas direcciones paisajes y paredes tapiándome la puerta.
No sé si al continuar no retrocedo
o si al hallar un paso no confundo por una bocanada de niebla mi camino.
Tal vez volver atrás sea como perder dos veces la partida,
a menos que prefiera demorarme castigando las culpas
o aprendiendo a ceñir de una vez para siempre los nudos de la duda y el adiós,
pero no está en mi ley el escarmiento, la trampa en el reverso del tapiz,
y tampoco podré nacer de nuevo como la flor cerrada.
Habrá que proseguir desenrollando el mundo, deshaciendo el ovillo,
para entregar los restos a la tejedora,
comoquiera que sea, en el extremo o en el centro, a la salida.
He visto varias veces pasar su sombra por algunos ojos,
cubrirlos hasta el fondo;
varias veces graznaron a mi lado sus cuervos.
Perdí de vista fieles paraísos y amores insolubles como las catedrales.
Encontré quienes fueron mis propios laberintos dentro del laberinto,
así como presumo que comienza uno más donde se cree que éste se termina.
Extravié junto a nidos de serpientes mi confuso camino
y me obligó a desviarme más de un brillo de tigres en la noche entreabierta.
Siempre hay sendas que vuelan y me arrojan en un despeñadero
y otras me decapitan vertiginosamente bajo las últimas fronteras.
Recuento mis pedazos, recojo mis exiguas pertenencias y sigo,
no sé si dando vueltas,
si girando en redondo alrededor de la misma prisión,
del mismo asilo, de la misma emboscada, por muchísimo tiempo,
siempre con una soga tensa contra el cuello o contra los tobillos.
A ras del suelo no se distingue adónde van las aguas ni la intención del muro.
Sólo veo fragmentos de meandros que transcurren como una intriga en piedra,
etapas que parecen las circunvoluciones de una esfinge de arena,
corredores tortuosos al acecho de la menor incertidumbre,
trozos desparramados de otro mundo que se rompió en pedazos.
Pero desde lo alto, si alguien mira,
si alguien juzga la obra desde el séptimo día,
ha de ver la espesura como el plano de una disciplinada fortaleza,
un inmenso acertijo donde la geometría dispone transgresiones y franquicias,
un jardín prodigioso con proverbios para malos y buenos,
un mandala que al final se descifra.
Ignoro aquí quién soy.
Tal vez alguien lo sepa, tal vez tenga un cartel adherido a la espalda.
Sospecho que soy monstruo y laberinto.

Olga Orozco, Argentina, 1920-1999
imagen: fragmento de un grabado de Giovanni Batista Piranesi,
de la serie Carceri d’invenzione
[imagen de dominio público]

sábado, 26 de noviembre de 2011

Dos de cine



Imagen

Cuando muere Modigliani, finalmente
Lino Ventura camina hacia los cuadros
y París consigue otro pintor
para animar galerías —

Ah, qué tonto, Modigliani,
los museos hablan tarde
debiste hacer que pintabas
debiste ser Gérard Philipe

Gerardo Gambolini, Argentina, 1955
imagen: L. Ventura, Les amants de Montparnasse




Rick estuvo bien,
ella y Lazlo debían irse juntos
y Louis en el fondo era sensible.
El mundo libre contra el Eje.
¿Pero qué hacía el mundo
en Casablanca?

Gerardo Gambolini, Argentina, 1955

viernes, 25 de noviembre de 2011

Juan L. Ortiz




                                                                  He sido, tal vez, una rama de árbol,
                                                                  una sombra de pájaro,
                                                                  el reflejo de un río…


Señor,
esta mañana tengo
los párpados frescos como hojas,
las pupilas tan limpias como de agua,
un cristal en la voz como de pájaro,
la piel toda mojada de rocío,
y en las venas,
en vez de sangre,
una dulce corriente vegetal. 

Señor,
esta mañana tengo
los párpados iguales que hojas nuevas,
y temblorosa de oros,
abierta y pura como el cielo el alma. 

Juan L. Ortiz, Argentina, 1896-1978
imagen: de culturaentrerios.gov.ar



Sí, las rosas
y el canto de los pájaros.
Toda la hermosura del mundo,
y la nobleza del hombre,
y el encanto y la fuerza del espíritu.
Sí, la gracia de la primavera,
las sorpresas del cielo y de la mujer.
¿Pero la hondura negra, el agujero negro,
obsesionantes?

Sí, Dios, lo divino,
a través de la rosa y del rocío,
y del cielo móvil de unos ojos,
pero el vacío negro, el horror vago y permanente de la sombra?

Sí, muchachas en la tarde,
niños en los jardines,
paisajes que suenan como melodías perfectas,
versos de Rilke o de Brooke,
entusiasmo generoso de las jóvenes almas
capaz de cambiar el mundo,
belleza del sacrificio y del ideal,
y el amor, y el hijo, y la amistad,
¿pero el vacío negro, el escalofrío intermitente del abismo? 

Juan L. Ortiz, Argentina, 1896-1978



domingo, 20 de noviembre de 2011

Leonardo Sciascia




Sicilia, su corazón

Como Chagall, quisiera capturar esta tierra
dentro del ojo inmóvil del buey.
No un lento carrusel de imágenes,
un halo de nostalgia: tan sólo
estas nubes coaguladas,
los cuervos que descienden lentamente,
y los rastrojos quemados, los árboles escasos
que se abren como filigranas.
Un espejo miope de pena, un destino opresivo
de lluvia: tan lejos está el verano
que extendió aquí su caliente desnudez
escamosa de luces — y tan diferente
es el anuncio del otoño,
sin las voces de la vendimia.
El silencio es voraz en las cosas.
Se quiebra, si la flauta de caña
se anima a sonar: y se esparce un profundo miedo.
Los antiguos no reían bajo esta luz,
estrangulada por la nubes, que gime
en los prados miserables, en las costas escarpadas,
en el ojo cenagoso de las fuentes;
las ninfas perseguidas
no se escondían aquí de los dioses; los árboles
no nutrían a los héroes con frutos.
Aquí Sicilia escucha su vida.



Leonardo Sciascia, 1921-1989, Sicilia, Italia
de La Sicilia, il suo cuore, 1952
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Chagall, Mi aldea y yo (1911)


La Sicilia, il suo cuore

Come Chagall, vorrei cogliere questa terra
dentro l’immobile occhio del bue.
Non un lento carosello di immagini,
una raggiera di nostalgie: soltanto
queste nuvole accagliate,
i corvi che discendono lenti;
e le stoppie bruciate, i radi alberi
che s’incidono come filigrane.
Un miope specchio di pena, un greve destino
di piogge: tanto lontana è l’estate
che qui distese la sua calda nudità
squamosa di luce - e tanto diverso
l’annuncio dell’autunno,
senza le voci della vendemmia.
Il silenzio è vorace sulle cose.
S’incrina, se il flauto di canna
tenta vena di suono: e una fonda paura dirama.
Gli antichi a questa luce non risero,
strozzata dalle nuvole, che geme
sui prati stenti, sui greti aspri,
nell’occhio melmoso delle fonti;
le ninfe inseguite
qui non si nascosero agli dèi; gli alberi
non nutrirono frutti agli eroi.
Qui la Sicilia ascolta la sua vita.


sábado, 19 de noviembre de 2011

Sophia de Mello Breyner Andresen




En el punto

En el punto donde silencio y soledad
Se cruzan con la noche y con el frío,
Esperé como quien espera en vano,
Tan nítido y preciso era el vacío.

Sophia de Mello Breyner Andresen, Portugal, 1919-2004
Versión de Diana Bellessi
imagen: s/d



No ponto onde o silêncio

No ponto onde o silêncio e a solidão
Se cruzam com a noite e com o frio,
Esperei como quem espera em vão,
Tão nítido e preciso era o vazio.



Regreso

Quién cantará vuestro regreso muerto
qué lágrimas qué grito han de decir
la desilusión y el peso en vuestro cuerpo.

Portugal tan cansado de morir
sin interrupción y lentamente
mientras el viento viene del mar.

¿Quiénes son los vencedores de esta agonía?
¿Quiénes los señores sombríos de esta noche
donde se pierde muere y se desvía
la antigua línea clara y creadora
de nuestro rostro vuelto hacia el día?

Sophia de Mello Breyner Andresen, Portugal, 1919-2004
Versión © Gerardo Gambolini



Regresso

Quem cantará vosso regresso morto
Que lágrimas que grito hão-de dizer
A desilusão e o peso em vosso corpo.

Portugal tão cansado de morrer
Ininterruptamente e devagar
Enquanto o vento vem do mar.

Quem são os vencedores desta agonia?
Quem os senhores sombrios desta noite
Onde se perde morre e se desvia
A antiga linha clara e criadora
Do nosso rosto voltado para o dia?



Mediodía

Mediodía. Un rincón de playa sin nadie.
El sol en lo alto, denso, enorme, abierto,
volvió el cielo por completo el dios desierto.
La luz cae implacable como un castigo.
No hay fantasmas ni hay almas,
y el mar inmenso, antiguo y solitario,
parece batir palmas.

Sophia de Mello Breyner Andresen, Portugal, 1919-2004
Versión © Gerardo Gambolini



Meio-dia

Meio-dia. Um canto da praia sem ninguém.
O sol no alto, fundo, enorme, aberto,
Tornou o céu de todo o deus deserto.
A luz cai implacável como um castigo.
Não há fantasmas nem almas,
E o mar imenso solitário e antigo
Parece bater palmas.



Instante

Déjame limpio
el aire de los cuartos
y liso
el blanco de las paredes
déjame con las cosas
fundadas en el silencio.

Sophia de Mello Breyner Andresen, Portugal, 1919-2004
Versión © Gerardo Gambolini



Instante

Deixai-me limpo
O ar dos quartos
E liso
O branco das paredes
Deixai-me com as coisas
Fundadas no silêncio

viernes, 18 de noviembre de 2011

Ricardo E. Molinari





Una rosa de llanto...


Una rosa de llanto que gire en torno de un campo bárbaro,
donde la cara ya no sea cara por haberse quedado mirando
    un río levantado,
ni yo sepa hasta dónde llegará el desprecio.
Donde sea inútil mirar una estatua
y un árbol no sea hermoso en la columna del día.
Donde el tiempo vaya entre hojas,
dormido,
y yo no vea nada más que una luz perdida del verano.
(Nunca creí que una hoja se aburriera sobre una mesa,
que un rey pudiera morir sin una espada en la mano,
sin sentir el mundo ni la mirada de los hombres en las sienes.
Un rey...
Mañana estaré de nuevo solo, sin un amigo
que me acompañe,
sin ninguna persona cerca de mi muerte.
Me cerraré la gabardina,
y me pondré a escuchar mi reloj;
la poesía estéril que me entretiene,
la que no gusta a nadie:
¿a quién le agrada una fábula de arena,
una cavidad en el agua,
un desierto más. –Una llave en el fondo
de mi bolsillo, al encuentro de mis dedos;
el círculo con su serpiente que se muerde,
el humo de mi cigarrillo
que va saliendo por una ventana. Mi soledad,
este atardecer que trae un traje duro, y un libro
pequeño sobre una tabla.
Imágenes, papel, una botella tirada
en el mar,
como un pensamiento indiferente. ¡Ulises
apretado a un álamo!
El lamento de toda mi existencia, lo que a mí sólo me interesa;
el muro violento, la llanura, mi país,
una mujer perdida
en una plaza
llena de pescadores; el río, el oeste,
mi malhumor y un sello de correos.
La distancia de hoy, la cercanía de mañana, el vacío, toda
    mi vida inútil, presente
como un juego de copas; como un sobretodo
en un día de calor. –Cuando vuelvo,
obediente a la memoria, al temblor del ser,
a la dicha de vivir,
deseo –siempre– escoger una claridad absoluta, un cielo
    transparente
para ofrecerlo a un lugar donde el cansancio ya no sea
    cansancio, donde haya una larga estación de luz...)

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996
imagen: s/d

lunes, 14 de noviembre de 2011

Billy Collins




Hoy paso el tiempo leyendo
un haiku favorito,
diciendo las pocas palabras una y otra vez.

Es como comer
la misma uva pequeña, perfecta
sin cesar.

Camino por la casa recitándolo
y dejo que sus letras caigan
por el aire de cada habitación.

Me paro junto al gran silencio del piano y lo digo.
Lo digo delante de un cuadro del mar.
Marco su ritmo en un caracol vacío.

Me escucho a mí mismo decirlo,
luego lo digo sin escuchar,
luego lo escucho sin decirlo.

Y cuando el perro me mira,
me arrodillo en el piso
y lo susurro en cada oreja suya larga y blanca.

Es el de la campana de templo, de una tonelada,
con la polilla que duerme en su superficie,

y cada vez que lo digo, siento la terrible
presión de la polilla
en la superficie de la campana de hierro.

Cuando lo digo en la ventana,
la campana es el mundo
y yo soy la polilla que duerme ahí.

Cuando lo digo en el espejo,
yo soy la campana pesada
y la polilla es la vida con sus alas, delgadas como el papel.

Y más tarde, cuando te lo digo en la oscuridad,
tú eres la campana
y yo soy el badajo de la campana, haciéndote sonar,

y la polilla ha abandonado
su línea y se mueve
como un gozne en el aire, encima de nuestra cama.


Billy Collins, New York, Estados Unidos, 1941
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Japan

Today I pass the time reading
a favorite haiku,
saying the few words over and over.


It feels like eating
the same small, perfect grape
again and again.

I walk through the house reciting it
and leave its letters falling
through the air of every room.

I stand by the big silence of the piano and say it.
I say it in front of a painting of the sea.
I tap out its rhythm on an empty shelf.

I listen to myself saying it,
then I say it without listening,
then I hear it without saying it.

And when the dog looks up at me,
I kneel down on the floor
and whisper it into each of his long white ears.

It's the one about the one-ton temple bell
with the moth sleeping on its surface, 

and every time I say it, I feel the excruciating
pressure of the moth
on the surface of the iron bell.

When I say it at the window,
the bell is the world
and I am the moth resting there.

When I say it at the mirror,
I am the heavy bell
and the moth is life with its papery wings.

And later, when I say it to you in the dark,
you are the bell,
and I am the tongue of the bell, ringing you,

and the moth has flown
from its line
and moves like a hinge in the air above our bed.



viernes, 11 de noviembre de 2011

Carlos Drummond de Andrade




Tristeza en el cielo

En el cielo también hay una hora melancólica.
Hora difícil, en que la duda también penetra las almas.
¿Por qué hice el mundo? Dios se pregunta
y se responde: No sé.

Los ángeles lo miran con reprobación,
y caen plumas.

Todas las hipótesis: la gracia, la eternidad, el amor
caen, son plumas.

Otra pluma, el cielo se deshace.
Tan manso, ningún fragor denuncia
el momento entre todo y nada,
o sea, la tristeza de Dios.

Carlos Drummond de Andrade, Brasil, 1902-1987
Traducción de Rodolfo Alonso
imagen: estatua de Drummond de Andrade en Copacabana.


Tristeza no céu

No céu também há uma hora melancólica.
Hora difícil, em que a dúvida penetra as almas.
Por que fiz o mundo? Deus se pregunta
e se responde: Não sei.

Os anjos olham-no com reprovação,
e plumas caem.

Todas as hipóteses: a graça, a eternidade, o amor
caem, são plumas.

Outra pluma, o céu se desfaz.
Tão manso, nenhum fragor denuncia
o momento entre tudo e nada,
ou seja, a tristeza de Deus.


La santa

Sin nariz y hacía milagros.

Llevábamos alimentos, limosnas
dejábamos todo en la puerta
mirábamos
petrificados

¿Por qué Dios es horrendo en su amor?

Carlos Drummond de Andrade, Brasil, 1902-1987
Traducción de Rodolfo Alonso


A santa

Sem nariz e fazia milagres.

Levávamos alimentos, esmolas
deixávamos tudo na porta
mirávamos
petrificados.

¿Por que Deus é horrendo em seu amor?


Los hombros soportan el mundo

Llega un tiempo en que no se dice más: Dios mío.
Tiempo de absoluta depuración.
Tiempo en que no se dice más: mi amor.
Porque el amor resultó inútil.
Y los ojos no lloran.
Y las manos tejen apenas el rudo trabajo.
Y el corazón está seco.

En vano mujeres llaman a tu puerta, no abrirás.
Quedaste solo, la luz se apagó,
pero en la sombra tus ojos resplandecen enormes.
Eres todo certeza, ya no sabes sufrir.
Y nada esperas de tus amigos.

Poco importa que venga la vejez, ¿qué es la vejez?
Tus hombros soportan el mundo
y él no pesa más que la mano de una criatura.
Las guerras, las hambres, las discusiones dentro de los edificios
prueban apenas que la vida prosigue
y que no todos se liberaron aún.
Algunos, hallando bárbaro el espectáculo,
pereferirían (los delicados) morir.
Llegó un tiempo en que nada se gana con morir.
Llegó un tiempo en que la vida es una orden.
La vida apenas, sin mistificación.

Carlos Drummond de Andrade, Brasil, 1902-1987
Traducción de Rodolfo Alonso


Os Ombros Suportam o Mundo

Chega um tempo em que não se diz mais: meu Deus.
Tempo de absoluta depuração.
Tempo em que não se diz mais: meu amor.
Porque o amor resultou inútil.
E os olhos não choram.
E as mãos tecem apenas o rude trabalho.
E o coração está seco.

Em vão mulheres batem à porta, não abrirás.
Ficaste sozinho, a luz apagou-se,
mas na sombra teus olhos resplandecem enormes.
És todo certeza, já não sabes sofrer.
E nada esperas de teus amigos.

Pouco importa venha a velhice, que é a velhice?
Teu ombros suportam o mundo
e ele não pesa mais que a mão de uma criança.
As guerras, as fomes, as discussões dentro dos edifícios
provam apenas que a vida prossegue
e nem todos se libertaram ainda.
Alguns, achando bárbaro o espetáculo,
prefeririam (os delicados) morrer.
Chegou um tempo em que não adianta morrer.
Chegou um tempo em que a vida é uma ordem.
A vida apenas, sem mistificação.