Hombre de mi tiempo
Aún eres aquel de la piedra y la honda,
hombre de mi tiempo. Estabas en la cabina
con las alas malignas, los meridianos de muerte,
te he visto — dentro del carro de fuego, en las horcas,
en las ruedas de tortura. Te he visto: eras tú,
con tu ciencia exacta incitada al exterminio,
sin amor, sin Cristo. Has vuelto a matar,
como siempre, como mataron tus padres, como mataron
los animales que te vieron por primera vez.
Y esta sangre huele como en el día
en que el hermano le dijo al otro hermano:
con las alas malignas, los meridianos de muerte,
te he visto — dentro del carro de fuego, en las horcas,
en las ruedas de tortura. Te he visto: eras tú,
con tu ciencia exacta incitada al exterminio,
sin amor, sin Cristo. Has vuelto a matar,
como siempre, como mataron tus padres, como mataron
los animales que te vieron por primera vez.
Y esta sangre huele como en el día
en que el hermano le dijo al otro hermano:
“Vamos al campo”. Y aquel eco frío, tenaz,
llega hasta ti, entra en tu jornada.
Olvidad, oh hijos, las nubes de sangre
surgidas de la tierra, olvidad a los padres:
sus tumbas se hunden en las cenizas,
las aves negras, el viento, cubren sus corazones.
llega hasta ti, entra en tu jornada.
Olvidad, oh hijos, las nubes de sangre
surgidas de la tierra, olvidad a los padres:
sus tumbas se hunden en las cenizas,
las aves negras, el viento, cubren sus corazones.
Salvatore Quasimodo, Italia, 1901-1968
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Basílica de Sant'Ambrogio, Milán, 1943.
[Public domain photo]
Uomo del mio tempo
Sei ancora quello della pietra e della fionda,
uomo del mio tempo. Eri nella carlinga,
con le ali maligne, le meridiane di morte,
t’ho visto – dentro il carro di fuoco, alle forche,
alle ruote di tortura. T’ho visto: eri tu,
con la tua scienza esatta persuasa allo sterminio,
senza amore, senza Cristo. Hai ucciso ancora,
come sempre, come uccisero i padri, come uccisero
gli animali che ti videro per la prima volta.
E questo sangue odora come nel giorno
Quando il fratello disse all’altro fratello:
«Andiamo ai campi». E quell’eco fredda, tenace,
è giunta fino a te, dentro la tua giornata.
Dimenticate, o figli, le nuvole di sangue
Salite dalla terra, dimenticate i padri:
le loro tombe affondano nella cenere,
gli uccelli neri, il vento, coprono il loro cuore.
uomo del mio tempo. Eri nella carlinga,
con le ali maligne, le meridiane di morte,
t’ho visto – dentro il carro di fuoco, alle forche,
alle ruote di tortura. T’ho visto: eri tu,
con la tua scienza esatta persuasa allo sterminio,
senza amore, senza Cristo. Hai ucciso ancora,
come sempre, come uccisero i padri, come uccisero
gli animali che ti videro per la prima volta.
E questo sangue odora come nel giorno
Quando il fratello disse all’altro fratello:
«Andiamo ai campi». E quell’eco fredda, tenace,
è giunta fino a te, dentro la tua giornata.
Dimenticate, o figli, le nuvole di sangue
Salite dalla terra, dimenticate i padri:
le loro tombe affondano nella cenere,
gli uccelli neri, il vento, coprono il loro cuore.
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