martes, 14 de diciembre de 2010

Gerardo Lewin


Desde el infarto

Elí, Elí, lama dafaktani,
que significa: por qué me comí este garrón.

Por qué me has puesto en este infarto, Dios mío.
Por qué vienes como un vulgar matón
con aspavientos de muerte, amenazando:
—Ey, Gerry, vamos a dar un paseo.

Elí, Elí. Qué ganas de andar jodiendo.
¿Por qué me aporreas y me empujas,
cacheteándome como a un niño indefenso?
No soy un contrincante a tu medida,
pero no me acorrales.

Quizá tenga algún as en la manga
una metáfora que no hayas previsto,
alguna zancadilla para luchar contigo
y derribarte. Me encargaré personalmente
de que te arrepientas del momento
en que tu divina providencia
me hirió de soslayo.

Voy a hincharte las pelotas
hasta que se me acaben las pilas,
como un juguete enloquecido.

Basta ya de enviarme emisarios y secuaces.
Médicos, demonios, enfermeros y homúnculos
seres recién salidos del horno
con una sonrisa amable en las fauces.
Vienen con sus tenazas y sus pócimas,
se ciernen sobre mí con jeringas y mazas
pellizcándome, tensando mis venas como cuerdas,
oliendo mis orines, mordisqueándome,
metiéndome un dedo en el culo.

Uno a uno cambiaré sus designios;
velos mutados en aliados míos.
Formaremos un ejército y te buscaremos.
Irrumpiremos en tu sacro recinto
y no tendrás escapatoria, Padre amado.

Deberás sentarte a negociar por todo.
Temario abierto. Vamos a hablar
de los males del mundo
y no tan sólo de esta espina en mi pecho.

Mira a lo que hemos llegado, Dios:
ahora estoy encabezando una revuelta cósmica,
un vasto movimiento teológico
para torcerte el brazo, ¿y todo por qué?
Por un capricho, una nadería.
¿Qué necesidad tenías de mí,
de una mota de polvo
que ni siquiera tenía alto el colesterol?
Yo sólo robaba de vez en cuando
milagros
para mi estricto uso personal.

Ahora déjame en paz.
Me cansé de arrojar piedras al vacío.
Voy a dormir eones.
Cuando despierte, Dios, seremos como hermanos.
Mi corazón abarcará la Vía Láctea
y mis coronarias difundirán mi sangre
por el vasto universo.
Cambiaré sutilmente las leyes de la física,
impregnándolo todo con un dejo a Gerardo.
suavizando tu obra, oh, Creador...

Mi cuerpo se diluye
en el aire y la nada.
Déjame terminar esta humilde diatriba,
esta oración de gracias.
¿Por qué no duermes un poquito?
Pretendamos que es sábado: descansa.
Vete a dormir la siesta,
give us a break, oh Lord...

El monitor muestra mi pulso estable.
102/56 la presión. La nitroglicerina gotea.
Parece que me operan el lunes.
Les mando un beso a todos,
los quiero mucho.

Gerardo Lewin, Buenos Aires, Argentina, 1955.
imagen: s/d


Nota: el Editor pide disculpas a los lectores por las imperdonables erratas en la transcripción inicial de este poema, ahora corregidas.

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