lunes, 22 de abril de 2013

Robert Frost






Cuando el viento nos ataca en la oscuridad
y bombardea con nieve
la ventana que da al este en el cuarto de abajo,
y susurra, el monstruo, con un sordo ladrido,
“¡Sal! ¡Sal!”,
no es ninguna lucha interna no salir,
¡oh, no lo es!
Cuento nuestras fuerzas,
dos y un niño,
aquellos de nosotros no dormidos, limitados a ver
cómo entra el frío cuando el fuego se apaga finalmente,
cómo se va acumulando la nieve,
el jardín y el camino indistinguibles,
hasta que incluso el granero consolador
se agranda a la distancia
y mi corazón tiene una duda:
si está en nosotros levantarnos con el día
y salvarnos sin ayuda.




Hay un mancha de nieve vieja en una esquina
que, debí adivinarlo,
era un diario arrastrado por el viento
que la lluvia había puesto a descansar.

Está salpicada de barro como si
letra de imprenta la cubriera,
las noticias de un día que he olvidado —
si alguna vez las leí.


Robert Frost, Estados Unidos, 1874- 1963
Versión © Gerardo Gambolini
[Public domain image]


Storm Fear

When the wind works against us in the dark, / And pelts with snow / The lowest chamber window on the east, / And whispers with a sort of stifled bark, / The beast, / ‘Come out! Come out!’ / It costs no inward struggle not to go, / Ah, no! / I count our strength, / Two and a child, / Those of us not asleep subdued to mark / How the cold creeps as the fire dies at length, / How drifts are piled, / Dooryard and road ungraded, / Till even the comforting barn grows far away / And my heart owns a doubt / Whether ‘tis in us to arise with day / And save ourselves unaided. 


A Patch of Old Snow

There’s a patch of old snow in a corner / That I should have guessed / Was a blow-away paper the rain / Had brought to rest. // It is speckled with grime as if / Small print overspread it, / The news of a day I’ve forgotten — / If I ever read it. 



domingo, 14 de abril de 2013

Nazim Hikmet






Nací en 1902.
A mi cuidad natal nunca volví
porque no soy afecto a los regresos.
A la edad de los tres años, en Alepo, 
mi profesión fue nieto de pachá.
A los 19 años, estudiante 
en la Universidad comunista de Moscú.
A los 49 años, en Moscú, invitado del Comité Central.
Y, desde los catorce años, mi oficio es de poeta. 

Hay gentes que conocen las distintas variedades de los peces; 
yo, de las separaciones.
Hay quien sabe los nombres de todas las estrellas, de memoria;
yo, los de las nostalgias.

Viví en inquilinatos, en cárceles y en hoteles de lujo.
He conocido el hambre, también la huelga de hambre,
y no hay comida cuyo sabor ignore.
Cuando tenía treinta años, decidieron detenerme;
a los 49, decidieron darme el Premio Mundial de la Paz,
y me lo dieron.
Teniendo 36, recorrí cuatro metros cuadrados de hormigón 
en seis meses.
A los 59, volé en 18 horas desde Praga a La Habana.
A Lenin no lo vi, pero en 1924
monté guardia junto a su catafalco.
En 1961, el mausoleo que visito son sus libros.

Se ha hecho mucho por apartarme de mi Partido:
eso nunca funcionó
ni me aplastaron ídolos que caen.
    
En 1951, con otro camarada, fui por mar hacia la muerte.
En 1952, fisura al corazón: tendido de espaldas,
esperé a la muerte cuatro meses.

Llegué estar loco de celos por mujeres que amé.
Yo no le tengo un ápice de envidia ni a Charlot *.
Engañé a mis mujeres,
pero nunca hablé mal a espaldas de un amigo.
He bebido sin volverme un borracho.
Felizmente, siempre gané mi pan con el sudor de mi frente.
Si alguna vez mentí, fue sintiendo vergüenza por el prójimo.
He mentido por no apenar a otro.
Y también he mentido sin razón.

Viajé en tren, en avión y en automóvil,
lo que no puede hacer la inmensa mayoría de la gente.
He asistido a la Ópera, 
donde no puede ir la mayoría de la gente, 
que hasta ignora ese nombre. 
Pero allí a donde va la mayoría de la gente
no he vuelto a ir desde 1921;
mezquita, iglesia, sinagoga, templo, casa del adivino.
Aunque a veces leo la borra del café.

Me publican como en 40 idiomas,
pero en Turquía estoy prohibido
en mi propio idioma.

No he tenido cáncer, hasta ahora,
ni es forzoso que lo tenga,
y no seré primer ministro o algo así,
ni siento la menor inclinación
por ese tipo de ocupaciones.

No he peleado en la guerra,
no he bajado de noche a los refugios
ni anduve los caminos del éxodo
bajo aviones que vuelan a ras del suelo.
Y, casi sesentón, me siento enamorado.

En suma, camarada:
este día, en Berlín, muriendo de nostalgia
como un perro,
no puedo decir que viví como un hombre,
pero lo que me queda por vivir
y lo que pueda sucederme,
          ¿chi lo sa?


* El personaje creado por Chaplin.


Nazim Hikmet, Salónica, Imperio Otomano, 1901- Moscú, 1963
imagen: Autorretrato, Nazim Hikmet en su celda de prisión, 1946


sábado, 6 de abril de 2013

Manuel Bandeira






 Fiebre, hemoptisis, disnea y sudores nocturnos.
La vida entera que podía haber sido y que no fue.
Tos, tos, tos.

Mandó llamar al médico:
–Diga treinta y tres.
–Treinta y tres... treinta y tres... treinta y tres...
–Respire.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

–Usted tiene una cavidad en el pulmón izquierdo y el pulmón derecho infiltrado.
–Entonces, doctor, ¿no podemos probar el pneumotórax?
–No. Lo único que se puede hacer es tocar un tango argentino. 




Dos veces se muere:
Primero en la carne, después en el nombre.
La carne desaparece, el nombre persiste pero
Vaciándose de su casto contenido
-Tantos gestos, palabras, silencios-
Hasta que un día sentimos,
Con un golpe de espanto (¿o de remordimiento?)
Que el nombre querido ya no suena como los otros.

Santinha nunca fue para mí el diminutivo de Santa.
Ni Santa fue nunca para mí la mujer sin pecado.
Santinha era dos ojos miopes, cuatro incisivos a flor de boca.
Era la intuición rápida, el miedo de todo, un cierto modo de decir “Válgame Dios”.

Adelaide no fue para mí solamente Adelaide,
Sino Cabellera de Berenice, Innominada, Casiopea.
Adelaide, hoy apenas sustantivo propio femenino.

Los epitafios también se apagan, bien lo sé.
Más lentamente, sin embargo, que las reminiscencias
En la carne, menos inviolable que la piedra de las tumbas.


Manuel Bandeira, Pernambuco, Brasil, 1886-1968
versiones de Rodolfo Alonso
imagen: s/d


Pneumotórax

Febre, hemoptise, dispnéia e suores noturnos. / A vida inteira que podia ter sido e que não foi. / Tosse, tosse, tosse. // Mandou chamar o médico: / - Diga trinta e tres. / - Trinta e tres...trinta e tres...trinta e tres... / - Respire. //  - O senhor tem una escavação no pulmão esquerdo e o pulmão direito infiltrado. / - Então, doutor, não é possível tentar o pneumotórax? / - Não. A única coisa a fazer é tocar um tango argentino.


Os nomes

Duas vezes se morre: / Primeiro na carne, depois no nome. / A carne desaparece, o nome persiste mas / Esvaziando-se de seu casto conteúdo / – Tantos gestos, palavras, silêncios – / Até que um dia sentimos, / Com uma pancada de espanto (ou de remorso?) / Que o nome querido já não nos soa como os outros. // Santinha nunca foi para mim o diminutivo de Santa. / Nem Santa nunca foi para mim a mulher sem pecado. / Santinha eram dois olhos míopes, quatro incisivos claros à flor da boca. / Era a intuição rápida, o medo de tudo, um certo modo de dizer “Meu Deus, velei-me”. //  
Adelaide não foi para mim Adelaide somente. / Mas Cabeleira de Berenice, Inominata, Cassiopéia. / Adelaide hoje apenas substantivo próprio feminino. // Os epitáfios também se apagam, bem sei. / Mas lentamente, porém, do que as reminiscências / Na carne, menos inviolável do que a pedra dos túmulos.



miércoles, 3 de abril de 2013

Carlos Mastronardi





(fragmento - cuartetas finales, 48-57)

[...]

Vuelvo a mirar confines de abandonada gracia,
pueblos fieles al gesto de antiguas gentes muertas,
y piadosos lugares que halagan el recuerdo,
por donde se alejaba mi pena paseandera.

Vuelvo a ser de las noches, que hondamente me han visto.
Me acompaña una brisa de campo en esas horas,
cuando busco la extrema quietud, ruinosas tapias
y calles semejantes a mi destino, y solas.

Conozco unos lugares que enternecen mi andanza
y donde la provincia ya es encanto sin tiempo.
Frondas, callados pueblos, suaves noches camperas.
Soledad, hermosura: frecuencias de mi pecho.

Vuelvo a cruzar las islas donde el verano canta,
y un aire enamorado de esa extensa delicia
en cuya luz diversa y en cuya paz se anuncia
la querida, la tierna, la querida provincia.

Larga dulzura creada para entender la dicha,
durable rosa, quieto fervor, gajo de patria.
¡Qué mansa la presencia de la brisa en sus tierras!
¡Qué sonora en mi pecho la efusión de sus aguas!

Dulzura, sí, llaneza cordial, grato sosiego,
amplitud primorosa y honor de la mirada.
En su anchura, el olvido reconoce a los suyos,
y en su tierno abandono mi persona se aclara.

¡Qué vistosas se ponen sus leguas cuando el aire
perfuma, y la tarde alza como dormidos velos!
Yo pondero esos campos, los nombra el afectuoso.
Mi corazón es dádiva de su amable silencio.

Siento una luz absorta y unos muertos rumores;
reconozco este ocaso perdido en los trigales,
y fuera de los años miro su gracia inmóvil,
su delicado fuego sobre los campos graves.

Luz absorta que viene del pasado, y me acerca
unos rostros, un pueblo y esa fecha rezada
en que anduve más solo por los patios silvestres...
(Un Septiembre elogiado con glicinas, estaba).

Este ocaso confunde mis tiempos. Vuelve un canto
siempre dulce. La dicha se parece a esta ausencia.
Quedo en la brisa, tierno de campo, libre, oscuro.
Una vez yo pasaba silbando entre arboledas.


Carlos Mastronardi, Entre Ríos, Argentina, 1901-1976
de Luz de Provincia