Tú, Delfina
En bellos ojos grises,
Con gradual y pertinaz saludo
Deja que tu amor, su dañado ser particular
Se aleje silencioso de esta sala,
Y decline el fulgor en la tulipa.
Bellos, bellos ojos queridos
Pronto actuará la emoción
Y no sabré olvidar que tu muerte
Llamada también sueño eterno
Pudo ser natural, trágica, violenta,
Accidental, dolorosa, confiada,
Inminente, inevitable, súbita
Y pudo ser gloriosa, santa, honorable,
Valiente, infame, vergonzosa, lenta,
Cruel, estúpida, aparente.
Elige una de esas pingües variantes
Y sin comparar vete tranquila,
Que en vez de la pena lamentable
Ensayaré sobre tu faz, seguramente tersa,
Un meritorio beso de cumpleaños.
No me llames entonces simio orgulloso,
No quiebres mi proyecto
He pensado que tal homenaje
Sería brillante y aun definitivo.
Muéstrate complaciente, acéptalo
Pues al menos eres libre
Ya que no atañe a tu memoria
La rueda de las estaciones y los años.
Oh, Delfina,
Tu corazón ahora envuelve la ciudad,
El mundo entero
Y me hace nadar hacia cálidos umbrales
Donde hombres que antes ignoré
Viven de ecos parecidos.
Alberto Girri, Buenos Aires, 1919-1991
de Trece Poemas (1949)
imagen: Ángel Arias, En el parque de Santa Cruz de la Sierra, 2002.
Verano, somos los viejos
Implacable verano, ansiedad remota,
cambiada por esta falsa aceptación,
que en privados campos de lentitud,
es miedo hasta el juicio terminal.
Tu salvaje luz descendiendo,
nos degrada en hileras cada vez más secas,
con ácidas conjeturas
sobre el objeto de la vida que vivimos,
los tormentos posibles y eternos,
las reencarnaciones infinitas;
sobre la malograda vida posible,
que embotamos por esperar cómodos moldes,
y la caridad sin las consabidas inmundicias,
sólida en cuestiones de hiel y pecado.
Implacable verano, somos los viejos,
fuera de ti, fuera del voluble exceso
a que invita el tiempo, su silencioso crédito,
Dios llega como malhechor,
y nos halla preparados, despiertos,
apoyando el alma que no piensa,
y el cuerpo que nada recobra,
en la giratoria ruta del presente.
Somos los viejos, los ancianos,
antes que nos borren,
suplicamos algún influjo,
alguna costosa reparación, que recuerde otra edad,
otro verano.
Alberto Girri, Buenos Aires, 1919-1991
de Escándalos y Soledades (1952)
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