A Héctor Urruspuru
Amor, ya no me encierres esta noche.
Yo, que fui una bestia atroz,
que quise matar gente,
me echaría a tus pies
como un animalito amable.
Licántropo,
podría haberte dicho aullando
que las balas de plata
eran sólo metáforas.
¿lo hubieras comprendido?
Oscurece. No mires este rito:
es un proceso lento y vergonzoso,
es una amnesia deformante
en la que todo duele,
una torcida danza de gruñidos.
Vete. No quiero salpicarte de ruindad.
Yo fui una fuerza libre,
una voracidad para comerme el mundo.
Hoy, miserable, voy robando
bolsitas de eukanuba en el súper
y eso que está en el vaso
son mis dientes.
Gerardo Lewin, Buenos Aires, Argentina, 1955.
de Nombres impropios [inédito]
imagen: de poesiadelmondongo.blogspot.com
Recibo la visita de un extraño,
un anciano implorante
que golpea a mi puerta
y dice conocerme.
No recuerda de dónde.
En el silencio de la casa
sus frases son incomprensibles,
como si hablara otro idioma
con las mismas palabras.
- Hubo un error - dice.
O quizás un desvío,
una mala elección.
Ahora se mesa los cabellos. Llora.
Me extiende un trozo de papel
en el que leo:
No existe otro pasado
que aquel que mantuvimos,
ese instante de amor
que decidimos legar a las posteridades,
a distintos futuros
que llegaran con ansias, con reclamos
a decirnos: soy tuyo.
Se ha quedado dormido.
Ronca, desapacible.
Qué voy a hacer con este viejo,
me pregunto.
Como una obviedad más,
escucho - nítido - el tictac del reloj,
retrocediendo.