Un día mi hijo mayor dijo
“Esta noche volveré tarde a casa”.
Hice dormir a los pequeños
y creo que entonces miré nuestra casa
por primera vez.
Era vieja
y en el invierno con las lluvias habría
goteras.
Mi padre tenía un ojo de vidrio.
Los domingos cuando estaba en casa, sacaba
de su bolsillo
varios ojos, los lustraba con el borde de la
manga y
llamaba a mi madre para que eligiera. Mi
madre reía.
Por las mañanas mi padre estaba contento.
Jugaba con el
ojo en su palma antes de ponérselo y decía que
era
un buen ojo. Pero yo no lo quería creer.
Me ponía un chal oscuro sobre los hombros como
si tuviera
frío y espiaba. Un día por fin lo vi llorar.
No había
ninguna diferencia con un ojo verdadero.
Eleni Vakaló, Grecia, 1921-2000
Poesía
Griega Moderna, Ed. Vinciguerra, Bs. As., 1997.
Trad. Horacio Castillo
Era hermosa aquella tarde con
la interminable discusión en
la vereda.
Los pájaros gorjeaban, pasaba la gente,
corrían los automóviles.
Por la ventana de enfrente se oían cantos rembéticos*
en la
radio y la niña de nuestro vecino cantaba su
pena.
Se deshojaba la acacia y perfumaba el jazmín
y cerca de la muralla los chicos jugaban
a la escondida
y las niñas hacían girar la cuerda —
jugaban cerca de la muralla y no
sabían de la muerte,
jugaban cerca de la muralla y no
sabían del remordimiento,
y yo amé mucho a los hombres aquella tarde,
no sé por qué, los amé mucho, como
un moribundo.
* rembético: especie de canto popular
Aquellos que amaste
uno tras otro desaparecieron
el árbol quedó otra vez sin hojas
Es extraño cómo encuentra valor
y florece
Dinos Christianópulos, Grecia, 1931
Poesía
Griega Moderna, Ed. Vinciguerra, Bs. As., 1997.
Trad. Horacio Castillo