Saldrás con camisas chillonas para enfrentarte
con tus soledades
de día o de noche
saldrás
y buscarás en los campos de las estaciones
sin encontrar el tesoro de tu vida
de día o de noche
los océanos horadarán tus trajes
y en vano buscarás la aguja del sol.
de día o de noche
saldrás
y buscarás en los campos de las estaciones
sin encontrar el tesoro de tu vida
de día o de noche
los océanos horadarán tus trajes
y en vano buscarás la aguja del sol.
Sabe que nunca el sol será tu amante
aunque tu vestido esté horadado
y sabe que serás el agua perdida
cada vez que gotees sobre el arroyo del alma
cada vez que alinees tus suspiros en el espacio
erigidos como una multitud de recuerdos.
Tú
aunque tengas una pequeña estrella
aunque la noche abra a veces su vida
a tus cerillas
tomarás otro camino y no la luz
y aparecerás en un momento inoportuno a la ventana del mundo.
aunque tu vestido esté horadado
y sabe que serás el agua perdida
cada vez que gotees sobre el arroyo del alma
cada vez que alinees tus suspiros en el espacio
erigidos como una multitud de recuerdos.
Tú
aunque tengas una pequeña estrella
aunque la noche abra a veces su vida
a tus cerillas
tomarás otro camino y no la luz
y aparecerás en un momento inoportuno a la ventana del mundo.
Wadih Sa’adeh, Líbano, 1948
Tomó su nombre del agua
y comenzó a fluir.
La espuma que vimos sobre las olas
era su gente
y la hierba sobre las dunas
sus costillas.
Un país
cuyos hombres se habían marchado.
Por eso las mujeres se habían casado
con los árboles.
Wadih Sa’adeh, Líbano, 1948
Partimos para distanciarnos del lugar que nos
crió y para ver el otro lado de la aurora.
Viajamos buscando la fuente de nuestro nacimiento. Partimos para completar el alfabeto, para cargar nuestro adiós de promesas, para viajar tan lejos como el horizonte, anulando nuestro destino y esparciendo las páginas al viento, antes de permitir que huya, o tal vez no, nuestra historia en otros libros.
Viajamos buscando la fuente de nuestro nacimiento. Partimos para completar el alfabeto, para cargar nuestro adiós de promesas, para viajar tan lejos como el horizonte, anulando nuestro destino y esparciendo las páginas al viento, antes de permitir que huya, o tal vez no, nuestra historia en otros libros.
Partimos hacia destinos no escritos para decir
a los que hemos conocido que retornaremos para establecer relaciones otra vez.
Partimos para aprender el lenguaje de los árboles que no viajan; para escuchar
el tintineo de campanas en los sagrados valles en busca de dioses más
piadosos; para arrancarles a los extranjeros la máscara del exilio; para
susurrar a los transeúntes que, como ellos, nosotros también pasamos, y que
nuestra historia es efímera, tanto en la memoria como en el olvido, lejos de
madres que encienden las velas de la ausencia y acortan el lapso del tiempo
cada vez que elevan sus manos al cielo.
Partimos para no ver a nuestros padres
envejecer, para no advertir las marcas del tiempo en sus rostros. Partimos para
anunciarles a los que amamos que aún los amamos, que la distancia no puede
asombrarnos y que el exilio puede ser tan dulce y fresco como la patria.
Partimos para que al regresar un día, nos reconozcamos como exilados donde
quiera que estemos. Partimos para borrar la diferencia entre aire y aire, agua
y agua, cielo e infierno. Nada nos importa el tiempo, contemplamos la
inmensidad, vemos olas brincando como niños, mientras el mar refluye entre dos
barcos: uno que parte y el otro hecho de papel en manos de un niño.
Partimos como un payaso que viaja de poblado
en poblado, guiando a sus animales que enseñan a los niños su primera lección
de tedio. Partimos para engañar a la muerte que nos persigue de un sitio a
otro. Continuaremos así hasta que estemos perdidos, para que donde quiera que
vayamos nunca más nos encontremos a nosotros mismos y para que de esta forma
nadie pueda encontrarnos.
Issa Makhlouf, Líbano, 1955
Imagen: Wadih Sa’adeh, Issa Makhlouf
Traducciones de Yumana Haddad
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