Inferno
El retiro abierto, las hojas entornadas señalaban
una antigua ausencia.
Dar unos pasos por la habitación para convencerme
de la existencia del viejo olor aún sobre los muebles.
Aguardar la caída de la tarde para volver a recordar
las vulgares, estúpidas ciudades del mediodía.
Y por sobre toda la ansiedad, el manto, el manto
de olvido para borrar las horas.
La estúpida ventana de las ciudades del
mundo, la estúpida ansiedad.
El calor, la sed.
El amor como una ventana,
abriéndose, cerrándose, abriendo, cerrando, callando.
La alegría del amor desierto.
El sol, a veces, como un gran sexo en éxtasis.
Las paredes blancas como la piel de un niño,
dos árboles —uno viejo, el otro joven—
y la gran línea del horizonte encerrándonos en el mundo.
No había frutos en esos árboles, despedían por la tarde
un triste perfume de Dios,
y bebían gotas de nube de plata.
¡Cólera, cólera contra estos tiempos!
El arder de la vida
por el gran pantano de luz de aquellas islas.
Víctor Redondo, Buenos Aires, 1953.
imagen: tapa de Circe
Quijada
Quiero escribir palabras como quijada.
Destruir los complejos que se tienen al encarar cada
palabra,
como quijada.
Es decir, señor periodista,
yo escribo como un mestizo
o como tal al menos quiero llegar a escribir.
¡Las palabras tienen a veces una sangre tan confusa!
Quisiera tener un aparartito en la cabeza que
fuera moliendo
esa misma quijada que estoy usando como ejemplo
y dejara relámpagos temblando
en la palma de mi mano, sobre esa máquina que allí ve.
Usted está ahí, con ese perfecto grabador,
y yo aquí, frente a sus preguntas,
midiendo con mi otro ojo la distancia que aún me
separa del abismo.
Se reiría si le dijera lo que yo realmente pienso
de la literatura.
Apenas estómagos débiles en cuerpos enfermos.
Nada más.
Por eso busco palabras como quijada
para que bien mastiquen tanto polvo.
Víctor Redondo, Buenos Aires, 1953.
sábado, 9 de octubre de 2010
Víctor Redondo
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