Mostrando las entradas con la etiqueta poesía argentina. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta poesía argentina. Mostrar todas las entradas

sábado, 26 de mayo de 2012

Roberto Juarroz





Porque esta noche duermes lejos
y en una cama con demasiado sueño,
yo estoy aquí despierto,
con una mano mía y otra tuya.

Tú seguirás allí
desnuda como tú
y yo seguiré aquí
desnudo como yo.

Mi boca es ya muy larga y piensa mucho
y tu cabello es corto y tiene sueño.

Ya no hay tiempo para estar
desnudos como uno
los dos.

Roberto Juarroz, Bs. As., Argentina, 1925-1995
imagen: Max Levis, Bella durmiente (1898)

lunes, 30 de abril de 2012

Rodolfo Modern




Gramática

Declinación del sustantivo de los días
las ramas se doblan al peso de la luna
la almohada recibe una cabeza que se fatigó
el movimiento de las calles expira
en la sustitución de sombras
un viento fuerte somete las espigas del orgullo
y tampoco hay humildad en la estrella
que se disuelve siglo a siglo
la siesta del fauno acaba
acabó en rigor hace muchísimos años
y oscilan las torres de las catedrales
el diálogo se anima pero hacia adentro
en parejas que recordaron sus bodas de oro
y restan pocas claridades.

Las canas son proposiciones indirectas
y los ocasos se convierten en adverbios de modo.

Rodolfo Modern, Buenos Aires, 1922
imagen: Buenos Aires en Invierno




Entre nosotros
ya no hay nada
sólo acostumbramientos
sustituibles
así peinabas tu pelo negro
así llamabas a la mesa
así nos besábamos
los días nos rodeaban
verdes o como canteros
florecidos
eran un hundimiento nuevo
un nacimiento
la memoria se enturbió
por la constante lluvia
a nosotros
nos unen
las voces olvidadas.

Rodolfo Modern, Buenos Aires, 1922



lunes, 2 de abril de 2012

Horacio Preler




Un día de camino

Un día de camino separa la polis del imperio.
No se puede sacrificar una costumbre heroica
hacia la libertad ni el ser del ciudadano
que discute en el ágora,
el que discierne entre el triunfo o la derrota.
“Ahora que dominamos el mundo,
que hemos dado muestras de coraje,
que hemos demostrado al medo
que no pueden imponernos sus dioses;
ahora que nuestras naves son impulsadas
por un viento triunfal
y nuestra fuerza es la fuerza del orden
y no del atropello,
ponemos el orbe bajo el dominio de Atenas.
¿Serán todos invitados a la Asamblea?
¿Serán todas las rocas altas como la Acrópolis?
El imperio: el sueño del heleno.
Pero nadie puede venir desde tan lejos
a poner orden o siquiera pedir la palabra.
Hay un tiempo para cumplir
y una distancia inconmovible.”
Un día de camino separa la polis del imperio.


Horacio Preler, Buenos Aires, 1929
imagen: s/d



¿Cuál es el tiempo que nos mueve a vagar por la memoria
o creer que las palabras pueden llenar un espacio
que nuestra vida esquiva? No hay ilusiones.
El tiempo ha terminado y ahora comienza
la lenta despedida, el acometimiento de la espera,
la redención de todos los pecados.
No hay elección, las alternativas han muerto
y sólo variados recursos nos permiten enfrentar
a las sombras. Ni pesimismo ni locura
ni gestos de tristeza, es el sencillo acontecer
de las cosas. Nosotros, como objetos caducos,
vamos minando nuestra propia historia,
desfilamos como en un escenario aprendiendo
cada día el papel, representando con soltura
la alegría y la miseria del personaje absurdo
que escogimos. Quizá haya un nuevo gesto,
alguna nueva artimaña de actor con experiencia
que conoce la reacción del público. No hay mucho
que ofrecer pero hasta el final la actuación
tiene que ser heroica, ocultar que tras las lágrimas
hay otras lágrimas verdaderas, hay otra angustia,
hay una muerte real.


Horacio Preler, Buenos Aires, 1929



Alguien alguna vez hará el inventario de las cosas,
levantará papeles, abrirá los cajones de un escritorio
antiguo, revisará bibliotecas, estanterías,
muebles, aparatos usados, buscando explicación
a tanta fantasía.
Nada perdurará para dar testimonio.
Uno se lleva todo. Sus historias,
la clave de sus miedos, la lóbrega codicia,
la indiferencia, el odio,
los almanaques viejos.
Entonces encontrarán escobas en todos los rincones,
trapos de piso, humedad,
los restos de comida que han quedado en el plato.


Horacio Preler, Buenos Aires, 1929



lunes, 5 de marzo de 2012

Mario Trejo




Convivir con los muertos

Mario amaba a Mariana que amaba a Milton que
amaba a Irene que amaba a Víctor que amaba a
Dolores que no amaba a nadie.
Hoy mario gitanea. Mariana vive con un hijo en
Andorra. Milton trafica coca de Santa Cruz de la Sierra
a Buenos Aires. Irene murió en un secuestro aéreo.
Víctor se hizo mierda. Dolores se casó con el doctor
Braun, un suizo que la dejó —harto de sus melancolías—
y luego se juntó con un fechorista griego con
quien vive ahora —loco y feliz— en el Hotel Belvedere
de Taormina.
Aún suelo verlos, dispersos sobrevivientes.
Hablamos de nosotros como de otra película.
Hemos aprendido a convivir con los muertos.

Para Drummond de Andrade, un maestro


Mario Trejo, Buenos Aires, 1926
imagen: s/d



Digamos, por ejemplo:
por un punto dado fuera de la luna
sólo podrá trazarse a dicha luna
una perpendicular y sólo una.

O también:
llámase barroco a todo aquel
para quien la distancia menor
entre dos puntos
es la curva.

Proposición:
pasar de la poética de la moral
a la moral poética.

Ejemplo:
de dos peligros debe cuidarse el hombre nuevo:
de la derecha cuando es diestra
de la izquierda cuando es siniestra.

En resumen:
más vale ser cabeza de león que cola de ratón.

El mejor modo de esperar es ir al encuentro.


Mario Trejo, Buenos Aires, 1926



sábado, 3 de marzo de 2012

Rafael Felipe Oteriño





Miro hacia atrás y estás tu 

                                               a mi padre

Solo, como es posible estar a cierta edad de la vida,
oyendo cómo resuena la brújula del amor, la brújula ciega,
la brújula dormida para siempre en su lecho de piedras:
miro hacia atrás y estás tú,
tu paso cada vez más lento en el suelo de lavandas,
tus manos transparentes, con la malicia del adiós.

Tal vez el verano deje pasar su gota indemne;
pero yo sé por qué odio las voces del invierno;
conozco mi rencor a sus uñas mugrientas:
no quiero verte a ti ni a mí bajo su toldo inmóvil,
no quiero saber nada de su orín helado
junto a nuestras desmemorias.

Somos hijos del sol que en su corazón buscan la cima;
yo en tus manos fui el pájaro dócil que se acerca a beber,
tú la montaña que demasiado atrde abrió su paso.
Mi temor es no haber guardado toda la harina que pedirá la boca,
mi miedo es haber perdido ese instante.

¿Y cómo oscurecer los vidrios para no hacer caso a la lluvia?
¿Qué almohadas de cera echar contra las puertas hasta que llegue el sueño?
¿Cómo —dime— nos defenderemos de la tristeza de los techos,
del crujido de las hojas que han comenzado a caer?


Rafael Felipe Oteriño, La Plata, Argentina, 1945
imagen: Mar del Plata  
[taringa.net]


No nací aquí

Yo no nací aquí pero el mar me hizo suyo:
a mí me atrapó esa planicie que está detrás de las olas,
la que florece oscura cuando llegan las lluvias,
la que no deja un solo día de rugir
y se balancea inmemorial como un parpadeo.
Yo no nací aquí pero el mar me hizo suyo:
yo no lo amaba al llegar pero ahora lo amo,
tiene el nombre de mis hijos que nacieron ayer,
tiene la forma de mis manos que dibujaron la casa,
el amor y su sombra, la conciencia y el páramo.
Su historia no es mi historia ni aquí yacen mis muertos,
su lengua me era extraña hasta que empecé a pronunciarla,
éste fue mi lugar cuando aprendí a rendirme.
Aquí se cumple la sentencia que en el agua está escrita:
somos siempre los primeros a las orillas del mar,
a merced de olas que no escuchan más que su propio latido.


Rafael Felipe Oteriño, La Plata, Argentina, 1945


martes, 28 de febrero de 2012

Horacio Castillo




Generación

Animales de carne y hueso, con un poco de luz irremediable en los ojos,
a veces nos creíamos criaturas heroicas
y corríamos a las plazas. Escuchábamos
bellísimas palabras, las voces se otorgaban idéntico calor
y sentíamos el placer de la acción.
Pero luego, entre ruinas, comienda el pan del sobreviviente,
comprendíamos. Y al salir el sol,
mientras los escarabajos emergían de las piedras,
avivábamos el fuego para ahuyentar la peste
y llorábamos por la siguiente generación.

Horacio Castillo, Ensenada, Buenos Aires, 1934 – La Plata, 2010
de Materia acre, 1974
imagen: s/d



Las nubes pasan sombrías sobre la piedra
donde en vano se buscan rastros de la sangre
que enjugó para siempre la tierra
rica alguna vez en caballos.

Por donde pasaron los enseres
hacia el mar y la guerra
ahora una bocanada como de tumba recién abierta
sale al encuentro del viajero.

Y desde la trerraza, si se mira
la ocre y áspera llanura,
todavía se escucha el luciente bronce
y resplandece el rostro de oro.

Pura ilusión, nostalgia de los hombres
a quienes la inteligencia sosegó el corazón
y no saben ya tensar el arco de la vida.

Horacio Castillo, Ensenada, Buenos Aires, 1934 – La Plata, 2010
de Materia acre, 1974



Ciudadanos: he sido probo. Escrupulosamente hice
lo que la ley no prohíbe y no hice lo que prohíbe,
de tal manera que podéis considerarme un hijo dilecto,
uno más de los que cerraron su oído al motín, el corazón a la aventura.
Cada vez que la ciudad dijo sí, dijeron sí mis labios,
y dije no cada vez que la ciudad dijo no.
¿Quién me ha visto discrepando en las asambleas?
¿Quién conoce la naturaleza de mi causa?
¿Quién se agravia del pro o el contra?
Nadie puede levantar un dedo contra mí,
nadie ofrecer prueba, dar testimonio, torcer hechos, proferir injuria,
y quien lo hiciere atraería sobre su temeridad unánime sanción,
porque nadie, ciudadanos, me conoce como vosotros,
y nadie como vosotros sabe que he cumplido al pie de la letra
ahorrando a la ciudad un verdugo, al porvenir un héroe.

Horacio Castillo, Ensenada, Buenos Aires, 1934 – La Plata, 2010
de Tuerto rey, 1982



Esta intrincada red de ramas y reflejos es nuestro hábitat.
Aquí edificamos, en el fuego. Y una ola más pura que el aire,
más clara que el agua, socava los cimientos.
Abre la ventana: el bosque en llamas.
Pisa el umbral: la vida camina sobre las brasas.
Aquí edificamos, en el fuego. Y alrededor,
un orden nuevo condenado a morir,
un orden viejo condenado a nacer.
Abre la ventana: ceniza celeste.
Aquí edificamos, en el fuego. Y el alma,
como un pavo real, abre su cola en el incendio.

Horacio Castillo, Ensenada, Buenos Aires, 1934 – La Plata, 2010
de Alaska, 1993

jueves, 2 de febrero de 2012

Gerardo Lewin






A Héctor Urruspuru


Amor, ya no me encierres esta noche.

Yo, que fui una bestia atroz,
que quise matar gente,
me echaría a tus pies
como un animalito amable.

Licántropo,
podría haberte dicho aullando
que las balas de plata
eran sólo metáforas.
¿lo hubieras comprendido?

Oscurece. No mires este rito:
es un proceso lento y vergonzoso,
es una amnesia deformante
en la que todo duele,
una torcida danza de gruñidos.

Vete. No quiero salpicarte de ruindad.

Yo fui una fuerza libre,
una voracidad para comerme el mundo.
Hoy, miserable, voy robando
bolsitas de eukanuba en el súper

y eso que está en el vaso
son mis dientes.

Gerardo Lewin, Buenos Aires, Argentina, 1955.
de Nombres impropios  [inédito]
imagen: de poesiadelmondongo.blogspot.com




Recibo la visita de un extraño,
un anciano implorante
que golpea a mi puerta
y dice conocerme.
No recuerda de dónde.

En el silencio de la casa
sus frases son incomprensibles,
como si hablara otro idioma
con las mismas palabras.

- Hubo un error - dice.
O quizás un desvío,
una mala elección.

Ahora se mesa los cabellos. Llora.

Me extiende un trozo de papel
en el que leo:
No existe otro pasado
que aquel que mantuvimos,
ese instante de amor
que decidimos legar a las posteridades,
a distintos futuros
que llegaran con ansias, con reclamos
a decirnos: soy tuyo.

Se ha quedado dormido.
Ronca, desapacible.

Qué voy a hacer con este viejo,
me pregunto.

Como una obviedad más,
escucho - nítido - el tictac del reloj,
retrocediendo.

Gerardo Lewin, Buenos Aires, Argentina, 1955.



martes, 31 de enero de 2012

Jorge L. Borges




Rosas

En la sala tranquila
cuyo reloj austero derrama
un tiempo ya sin aventuras ni asombro
sobre la decente blancura
que amortaja la pasión roja de la caoba,
alguien, como reproche cariñoso,
pronunció el nombre familiar y temido.
La imagen del tirano
abarrotó el instante,
no clara como un mármol en la tarde,
sino grande y umbría
como la sombra de una montaña remota
y conjeturas y memorias
sucedieron a la mención eventual
como un eco insondable.
Famosamente infame
su nombre fue desolación en las casas,
idolátrico amor en el gauchaje
y el horror del tajo en la garganta.
Hoy el olvido borra su censo de muertes,
porque son venales las muertes
si las pensamos como parte del Tiempo,
esa inmortalidad infatigable
que anonada con silenciosa culpa las razas
y en cuya herida siempre abierta
que el último dios habrá de restañar el último día,
cabe toda la sangre derramada.
No sé si Rosas
fue solo un ávido puñal como los abuelos decían;
creo que fue como tú y yo
un hecho entre los hechos
que vivió en la zozobra cotidiana
y dirigió para exaltaciones y penas
la incertidumbre de otros.

Ahora el mar es una larga separación
entre la ceniza y la patria.
Ya toda la vida, por humilde que sea,
puede pisar su nada y su noche.
Ya Dios lo habrá olvidado
y es menos una injuria que una piedad
demorar su infinita disolución
con limosnas de odio.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986
imagen: La Batalla de Caseros – fuente: kalipedia.com
de Fervor de Buenos Aires, 1922




Líneas que pude haber escrito y perdido hacia 1922

Silenciosas batallas del ocaso
en arrabales últimos,
siempre antiguas derrotas de una guerra en el cielo,
albas ruinosas que nos llegan
desde el fondo desierto del espacio
como desde el fondo del tiempo,
negros jardines de la lluvia, una esfinge en un libro
que yo tenía miedo de abrir
y cuya imagen vuelve en los sueños,
la corrupción y el eco que seremos,
la luna sobre el mármol,
árboles que se elevan y perduran
como divinidades tranquilas,
la mutua noche y la esperada tarde,
Walt Whitman, cuyo nombre es el universo,
la espada valerosa de un rey
en el silencioso lecho de un río,
los sajones, los árabes y los godos
que, sin saberlo, me engendraron,
¿soy yo esas cosas y las otras
o son llaves secretas y arduas álgebras
de lo que no sabremos nunca?

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986
de Fervor de Buenos Aires, 1922


lunes, 30 de enero de 2012

María Barrientos




Oh sol es el tiempo de la razón ardiente


—Guillaume Apollinaire


Las cabecitas
de las uvas
caen como salmos
sobre la mesa matinal.
En el sosiego fugaz
varios soles
comparten un rayo.
Voces de niños
hacen pensar que la guerra
está lejos
y el poeta reclina sus viajes
junto a una gran mamita
pelirroja
ocupada en preparar
el funeral.


Destinos

¿Ya sabía que eso no era la felicidad?
me conformaba con momentos
con ver las campanillas azules
bajo el sol del verano

la carne se derretía como una masa
podrían habeme estirado y hacer varias niñas
Iguales
Iguales
Iguales
pero
una sombrilla floreada
me distinguía a lo lejos
               si miraba hacia arriba
veía las rositas
quemándose en  mi cabeza.

Era su destino.


María Barrientos, Buenos Aires, Argentina, 1959
imagen: s/d

sábado, 28 de enero de 2012

Hilda Rais





Apaciguar la sed con palabras.
Lo único que logro es suavizar
milímetros hirientes.
Ato y desato hilos frágiles.

---

Si nos miramos
no fuimos nuestro espejo ni nos vimos
cada una en la otra habla sola
de extracciones
y nuestro cuerpo, si ha sido separado
dónde termina
cuándo nos une.

---

Piedras de mi corazón
medicamentos del más variado gusto y sin sabor
tropiezan con el sueño
                                   palabras de vigilia.
Para quien vive aún no acaba el miedo
y su corona de flores se deshace en la frente
porque es noche y nadie mira.

---

Hablar del miedo es algo tan tramposo
no puedo contar con mi lenguaje
ella me habla y quiere que la escuche
y qué es lo que temo si sólo son palabras?
Es lo que sus palabras hacen con mis días.


Hilda Rais, Buenos Aires, Argentina, 1951
de Belvedere, Libros de Tierra Firme, 1990
imagen: Escher, Belvedere


jueves, 26 de enero de 2012

Santiago Kovadloff





No hay sitio, no hay tiempo, no hay
carta de Caracas.
Hay calor, es atroz.
Algo sucede, es evidente,
sueños idos podrían ser, algún
lamento.

Alguien traza un final, algo se agota;
es imperioso estar en algún sitio,
y no hay sitio
ni tiempo
ni carta de Caracas.




Cecí, mi corazón no es gran cosa:
pulcritudes,
lo diurno,
el aseado lugar.

Arranquemos tu piel devastadora
a mi día de trabajo.
No quiero el mal de tantos,
las feroces alegrías,
vidas que no viviré.

No conviene que un hombre
se agote en el amor.
Devuélveme el corazón, Cecí.
Mi corazón no es gran cosa.




Inquietante lección de los jazmines:
cuanto más agonizan más perfuman.

Doblados sobre el tallo,
yendo del blanco luz al blanco macilento,
caen y se pudren
mientras perfuman sin tregua
el cuarto en que aún resisto.

Las calles ordenadas por el miedo están sembradas
de jazmines;
los errores, los encierros, la deriva ciudadana,
poblados de jazmines.

En el país nadie sabe terminar como esas flores.
Imposible hacer que la vergüenza exhale suavidades
o que brote más que sombra del engaño.

Los jazmines acusan,
su aroma muerde las migajas del honor.

O cambiamos el país o abolimos el verano.


Santiago Kovadloff, Buenos Aires, Argentina, 1942 
imagen: http://www.capitaldellibro2011.gob.ar



sábado, 21 de enero de 2012

José Emilio Tallarico





Trabajo vano de los cuerpos.
Palabras
por cuyas líneas disipadas
se empecina el rastro del amor.

Y el sol quema estos álamos. Siempre.



Yo quise traspasar el umbral de los cerdos.
Comí con ellos bajo el espíritu de las edades,
con la parte cautiva de mí,
con mis orígenes de pobre tipo fiel.
Fue inútil: la verdad, como una rosa fría,
sangró por mi boca.



Pon tu cabeza entre la sábana y el espejo
que quisiste tapar.

Todo el silencio que haya será tuyo.



Sigo la narracción, Viejo.
Tanto la propia
como las tantísimas tumbas ajenas
giran en la hermandad del pensamiento.
Sigo, pero te confieso que no sé dónde ir.
No veo casa ni entereza plantada
al borde del camino.
Otro día de bochorno llega
y escarmienta con piedra encendida.
Otro día de amianto, de breve corazón.
Quién sabe en vísperas
de qué otro cumpleaños tuyo volveré.
Noventa años, Viejo: honda suma.
Seis claveles. Y una puerta que me cuesta cerrar.

José Emilio Tallarico, Buenos Aires, Argentina, 1950
imagen: s/d

viernes, 20 de enero de 2012

Juan Filloy






No diré que tu frente es de diamante
ni tus labios dos límpidos rubíes
ni los dientes que muestras cuando ríes
dos hileras de perlas de Levante…

No diré que fulgura rutilante
el zafir de tus ojos si sonríes
ni que es oro el cabello conque engríes
el alabastro de tu tez fragante…

No lo diré jamás; porque yo quiero
que sepas que soy bardo y no joyero;
y que sepas también para tu gloria

que pesado tu ser en santa calma
prefiero a tu belleza transitoria
la suprema belleza de tu alma

Juan Filloy, Argentina, 1894-2000
de Sonetos (1996)
imagen: s/d



En el tranquilo golfo de los senos
De esta callada meretriz obesa
Como un barco borracho,
Se tumbó mi lujuria
Bajo el acantilado de su enorme
Garganta, mi cabeza tuvo un suave
Vaivén de ritmo póstumo.
!Y en sus flácidas ondas
Pregusté la molicie
Que borra las penurias del naufragio!
Cuando en el mar de sombras
Del golfo de la muerte
Yazga tumbado mi bajel de carne
!Qué no diera por ver como una estrella
rutilando el recuerdo
De esta callada meretriz obesa,
Que abrigó mi lujuria
—Triste barco borracho—
En el tranquilo golfo de sus senos! 

Juan Filloy, Argentina, 1894-2000
de Balumba (1933)


miércoles, 18 de enero de 2012

Rodolfo Modern // 4 poemas





Las alas mejoran la salud
del aire
nos acercan al sol
y se derriten cuando cera las recubre.
Pero el espacio es soledad
también con pájaros
(ellos lo saben y se aquietan sobre los promontorios
o en cuevas)
Entonces las caídas
son pausas y descansos convenientes.
Y todo arriba
pesa y es atraído
por obligaciones de la tierra.



Parecería
que cosas y retina
se encontraran por azar
o por disposiciones de lo alto.

Sea como fuere
el disparador  obtiene
imágenes
el cuello de Nefertiti
las burbujas de agua en un vaso
sirio
harapos del pordiosero.

El destino es un término 
de accesos asombrosos.



Pero los nombres son dados
desde ciertas esferas
y las voces obedecen
una orden.

Siervos
en el reino de la palabra
como tallos castigados
por vientos del invierno.

Decimos entonces
lo que no es nuestro.



La raíz lo atrae con tenacidad y mando
hacia el origen
y a la raíz retorna con fatiga
                                   o calcinado,
Un perro lo recibe solamente
y en un rincón las ilusiones agonizan.

El nombre de la soledad es patria. 


Rodolfo Modern, Buenos Aires, 1922

imagen: s/d

domingo, 15 de enero de 2012

Gary Vila Ortíz






¿A dónde iremos a vivir,
En qué tierra olvidaremos
nuestra piel,
bajo qué musgo crecerán
nuestras últimas palabras?

Allá se encuentre tu sonrisa
y tu mano hacia la flor,
pero muy cerca del otro abismo
con que alguna vez
hemos soñado

Nada sin embargo, puede
movernos de esta inmovilidad
de sangre y piedra.

Aquí estaremos hasta el final,
cuando la tierra avance,
cuando el musgo cubra
con paciencia
la boca
la flor,
las tristes memorias.


Gary Vila Ortíz, Rosario, Argentina, 1935
imagen: s/d




sábado, 7 de enero de 2012

Claudio Piermarini




                                      
                                                        para un turro que conozco

El vendrá,
siempre,
como la noche.
Con sus largos dedos blancos
de frío papel glasé,
su sonrisa narcicista
y su carnet del diablo.
El vendrá sin duda.
Vos sos su droga.



No hay pastillas
contra el fantasma de una mujer,
que vuelve cada noche como una loba
a arrancarte jirones de su piel
tatuada en tus entrañas.

Claudio Piermarini, Buenos Aires, 1956
reside actualmente en Tucumán
imagen: s/d


viernes, 23 de diciembre de 2011

Ricardo Güiraldes




Viajar

Asimilar horizontes. ¿Qué importa si el mundo
es plano o redondo?
Imaginarse como disgregado en la atmósfera,
que lo abraza todo.
Crear visiones de lugares venideros y saber
que siempre serán lejanos,
inalcanzables como todo ideal.
Huir lo viejo.
Mirar el filo que corta una agua espumosa
y pesada.
Arrancarse de lo conocido.
Beber lo que viene.
Tener alma de proa.



Ricardo Güiraldes, Buenos Aires, 1886 – París, 1927 
imagen: blogmuseoguiraldes.com.ar



Tengo miedo de mirar mi dolor

Tengo miedo de mirar mi dolor.
No vaya a ser que me quede demasiado grande.
Prefiero calzar mi debe como una valentía de espuelas
e hincando mi pereza, que quisiera morir
cobardemente, andar con frente firme ante la
pampa yerma del dolor de los otros.
Sólo así quiero merecer.


Ricardo Güiraldes, Buenos Aires, 1886 – París, 1927


martes, 13 de diciembre de 2011

Esteban Moore





La fotografía

El marco de plata trabajada de unos 14 x 10 cm.
         estuvo olvidado dentro de un sobre
     en uno de los cajones de un mueble 
              vaya a saber cuántos años

Hasta que un día fue descubierto por una de mis hijas
       quien  sacó de él una vieja fotografía
         lo limpió —le dio brillo
    y lo utilizó para colocar la foto de su novio
                     —ya no recuerdo cuál—

Esa fotografía antigua —de color sepia 
                 de una mujer joven y una niña
 con  largos vestidos  —abrigos con cuellos de piel    
    sombreros —de fines del  XIX o muy de principios del XX
        botines acordonados —tacos casi imperceptibles 
            anduvo dando vueltas por la casa
                                   —habitó rincones sin luz

No se quién volvió a encontrarla  y la dejó sobre la mesa del comedor
                                 entre un montón de papeles

 Una tarde de domingo con lluvia 
                      decidí poner orden y archivarlos
     entonces llegó mi turno de enfrentarme con esa imagen
                               la miré detenidamente
               —me inquietó  la adustez de los rostros
                            la tristeza  en sus miradas
                          
En el reverso mi abuela había escrito
                                    /era su letra no había dudas/
            en tinta negra  y con pluma fuente
“Tiíta Flo y Helen Kathleen,
quien murió de fiebre escarlatina,
a los once años de edad, en St Cloud, París”
(Aunty Flo  & Helen Kathleen, who died when 11 years old,
of scarlet fever,  in St Cloud, Paris)
Tenía  también el sello algo borroneado del fotógrafo 
            Gilbert Frères  (peintres photographes)

Quiénes eran
      esa  mujer joven  y esa  niña
            retratadas en las afueras de París
   Qué hacía esa fotografía antigua  
                   entre los recuerdos familiares
          —ya desaparecida
              la generación de nuestros abuelos
                    nunca  llegaré a saberlo

Quizás alguien en un suburbio dublinense
       o en algún pueblito en el condado de Longford
tenga una vieja fotografía de una joven pareja
      sonriendo ante la cámara
en un estudio fotográfico de Buenos Aires
       o en la rambla de Mar del Plata
y se esté haciendo preguntas similares a las mías


Esteban Moore, Buenos Aires, Argentina, 1952
imagen: s/d



domingo, 11 de diciembre de 2011

Jorge L. Borges




Despedida

Entre mi amor y yo han de levantarse
trescientas noches como trescientas paredes
y el mar será una magia entre nosotros.

No habrá sino recuerdos.
Oh tardes merecidas por la pena,
noches esperanzadas de mirarse,
campos de mi camino, firmamento
que estoy viendo y perdiendo...
Definitiva como un mármol
entristecerá tu ausencia otras tardes.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986
imagen: gob.ar
de Fervor de Buenos Aires, 1922



Inventario

Hay que arrimar una escalera para subir. Un tramo le falta.
¿Qué podemos buscar en el altillo
Sino lo que amontona el desorden?
Hay olor a humedad.
El atardecer entra por la pieza de plancha.
Las vigas del cielo raso están cerca y el piso está vencido.
Nadie se atreve a poner el pie.
Hay un catre de tijera desvencijado.
Hay unas herramientas inútiles.
Está el sillón de ruedas del muerto.
Hay un pie de lámpara.
Hay una hamaca paraguaya con borlas, deshilachada.
Hay aparejos y papeles.
Hay una lámina del estado mayor de Aparicio Saravia.
Hay una vieja plancha a carbón.
Hay un reloj de tiempo detenido, con el péndulo roto.
Hay un marco desdorado, sin tela.
Hay un tablero de cartón y unas piezas descabaladas.
Hay un brasero de dos patas.
Hay una petaca de cuero.
Hay un ejemplar enmohecido del Libro de los Mártires de Foxe, en intrincada letra gótica.
Hay una fotografía que ya puede ser de cualquiera.
Hay una piel gastada que fue de tigre.
Hay una llave que ha perdido su puerta.
¿Qué podemos buscar en el altillo
Sino lo que amontona el desorden?
Al olvido, a las cosas del olvido, acabo de erigir este monumento,
Sin duda menos perdurable que el bronce y que se confunde con ellas.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986 de La rosa profunda, 1975

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Gary Vila Ortíz





A Funes, el memorioso,
No le gustaba que el perro
De las tres catorce
Visto de perfil
Tuviera el mismo nombre
Que el perro de las tres y cuarto
Visto de frente

Funes tenía razón
T. S. Eliot leído un martes
Es diferente del que se
Puede leer un viernes

Y escuchar a Bela Bartok
Por la madrugada
No es lo mismo que escucharlo
Al atardecer
Mirar el Guernica de Picasso
Escuchando el concierto para violín
De Alban Berg
No es lo mismo que escucharlo
Dejando que la mirada se pierda
En el aire
O se detenga en el lomo ajado
De un viejo libro que se creía
Perdido para siempre
Hay que inventar palabras
Para esas diferencias
Creo que solamente
Borges / Joyce / Cummings /
Han intentado poner
En claro esas cosas.


Gary Vila Ortíz, Rosario, Argentina, 1935